Genios, ¿nacen o se hacen?
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En la Grecia Antigua la educación de los niños pasaba desde los elementos básicos como leer y escribir, tocar un instrumento musical –la flauta o la lira–, leer la obra de Homero, primero la “Ilíada” y después la “Odisea”, aprender a debatir y dar discursos y argumentos persuasivos, y por último matemáticas y otras ciencias. Practicar un deporte era obligatorio.
Para los griegos, la salud y el ejercicio eran fundamentales e incluso en algunas ciudades-estado, como Esparta, la práctica del ejercicio era más importante que cualquier cosa. Lo hacían porque buscaban formar ciudadanos sanos y fuertes que pudieran defender su país y su estilo de vida. El método griego formó a muchos de los grandes genios de la historia: Aristóteles, Sócrates, Tales de Mileto, Pitágoras y Platón son ejemplo de ello.
Por eso la pregunta de siempre es: ¿un genio nace o se hace? La respuesta podría ser que las dos cosas. Es imposible convertirse en un genio sin una gran cantidad de trabajo y la experiencia en determinado campo es fundamental; esta no se puede adquirir sin tener un cierto nivel de inteligencia y persistencia.
A eso fue a lo que apostó en la década de los sesenta el profesor húngaro László Polgár, un hombre que decidió llevar adelante un experimento educativo y lo hizo en una forma poco ortodoxa: utilizó a sus propias hijas y las educó en casa. Su obsesión era demostrar que el genio no nace, se hace… y parece que lo logró.
Las tres hermanas Polgár, Susan, Sofía y Judit, han sido las mejores ajedrecistas de la historia, y Judit se convirtió en Gran Maestro Internacional a los 15 años. Polgár utilizó el ajedrez como una forma de despertar e incrementar la capacidad y la actividad intelectual de sus hijas. ¿Hubo un componente genético en esto? Posiblemente, los padres eran mentes brillantes, pero hasta ahí.
El experimento es una notable demostración de la naturaleza versus crianza, y aunque pudiera resultar sólo una anécdota y no resulta concluyente, ya que el ajedrez no es una disciplina académica, sí se le atribuyen ventajas en la capacidad analítica y en habilidades de cálculo.
En un artículo que se publicó bajo el título de “La mente de expertos” y que apareció en la prestigiada revista Scientific America, el divulgador científico Philip E. Ross escribió acerca del Premio Nobel de Economía, Herbert Alexander Simon, que acuñó una ley psicológica de su propia autoría y que dice que tarda aproximadamente una década de trabajo intenso para dominar cualquier campo. Incluso los niños prodigio, como Gauss en matemáticas, Mozart en la música, y Bobby Fischer en el ajedrez, deben haber hecho un esfuerzo equivalente, tal vez mediante el estudio anterior y trabajar más duro que los demás.
De acuerdo con este punto de vista, la proliferación de los niños prodigios en los últimos años no hace sino reflejar el advenimiento de los métodos de entrenamiento basados en computadoras. Asegura que la proliferación de los prodigios de ajedrez comenzó pocos años después del ascenso de los Polgárs, y hace que te preguntes si refleja su ejemplo también. De hecho, Ross cita a Judit como primera prueba de que en el mundo “grandes maestros pueden ser criados”. Él reconoce que tales hallazgos desafían nuestra concepción e idea de lo que significa ser un genio.
Con toda seguridad, los escépticos dirán que se necesita algo más que el trabajo duro y la práctica para llegar a tocar en el Carnegie Hall o ganar el Premio Nobel de Física. Sin embargo, esta creencia en la importancia del talento innato pudiera ser una evidencia sólida para justificar que los niños y los jóvenes encuentren una ventaja que va más allá de su destino biológico y en donde los elementos psicológicos juegan también un rol importante.
De nuevo, se puede comprobar la importancia casi freudiana de la enseñanza, disciplina y las lecciones tempranas, incluyendo aquellas lecciones que quizás muchos niños, niñas y jóvenes no se dan cuenta de que se les están enseñando. Al respecto, ya hace más de 100 años que el gran Thomas Alva Edison, inventor del fonógrafo y el gran innovador de la lámpara incandescente, aseguraba que “el genio es un uno por ciento de inspiración y un 99 por ciento de sudor”.
@marcosduranf