Gente así

Politicón
/ 16 febrero 2018

En medio de muchas caídas y miles de tentaciones de echarse para atrás, prefirió seguir fiel a sí mismo hasta el final

 Da gusto saber que en pleno siglo XXI aún hay gente coherente consigo mismo. Personas sin complejos ni apocamientos, como Leonardo Mondadori. Presidente de la casa editorial más grande de Italia, vivió una vida “llena” de todo lo que quería, pero “vacía” de aquello que más necesitaba. De él se podía decir que era tan pobre que lo único que tenía era dinero; hasta que encontró el secreto para hacerse verdaderamente rico.

Después de su segundo divorcio, un hueco interior se agudizaba. Se sentía indefenso, fracasado; necesitaba algo a que agarrarse. En medio de esta crisis encontró el apoyo de un amigo cercano que supo enseñarle lo único que le podía llenar: Dios. Y así, se lanzó a la aventura de confiar más en Él que en las seguridades humanas. La lucha fue continua; el cambio, muy trabajoso.

Pero en medio de muchas caídas y miles de tentaciones de echarse para atrás, prefirió seguir fiel a sí mismo hasta el final. Cuando recordaba estos momentos de cambio y de batalla, su rostro iluminaba y parecía volver a la infancia. Todo él se llenaba de felicidad, y casi podría decir que se enternecía. Su conversión no fue algo intelectual, sino que -en medio de tanta “sabiduría y cultura”- dejó lugar a la fe sencilla, casi ciega; una fe de carbonero.

De ella hablaba con candidez y transparencia. No le importaba que las cámaras de la televisión le arroparan, o que tuviera en frente la grabadora de un periodista indiscreto. Era un hombre de una sola pieza, de ésos que no dividen lo que son, lo que piensan y lo que hacen. Y precisamente esta valentía inspira mi admiración. Vivía su vida con frescura, con espontaneidad. Era lo que debía ser, más aún, era lo que quería ser. Si estaba convencido de ello, ¿por qué habría de ocultarlo como lo hacen tantos otros? Había encontrado un tesoro y no podía quedárselo para él solo. “Dejemos ya -repetía con frecuencia- de dar una imagen sombría de nuestra fe.

Encontremos la fuerza y el orgullo que brotan de ella: nadie tiene más que decir al hombre contemporáneo que nosotros”. Ahí se yergue la coherencia aplastante del hombre que entendió lo que significa ser fiel a sí mismo. Uno que, habiendo encontrado lo realmente necesario e importante, no estaba dispuesto a relegarlo a un segundo lugar.

Leonardo nos dejó en diciembre de 2002. Su nombre ha quedado escrito en miles de libros y quedará en otros millares que seguirán siendo publicados. Pero más que en todas esas letras impresas, reluce en el Libro de la Vida, en ése al que no se llega con el dinero, sino con la fuerza del amor. ¡Qué gusto da saber que aún puede haber gente así!

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