La desmesura y sus tragedias
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En la historia de la humanidad abundan episodios en los que las utopías y los sueños de grandeza terminan en tragedia. Experiencia que el pueblo bueno y sabio resume en la expresión "el camino al infierno está empedrado con buenas intenciones".
Es un aprendizaje legendario. En el Génesis (Cap. XI) se recoge el episodio de la Torre de Babel en la tierra de Sinear. Los investigadores ubican el relato en el tercer milenio a. C. en la región de Ur (hoy Irak). Ahí los hombres dijeron: "Vamos, edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo..." Lo que ocurrió es conocido; la escritura dice que Yahvé confundió a los constructores con la multiplicación de lenguas.
El portentoso proyecto fracasó estrepitosamente. Después de cinco mil años se le recuerda cómo hito de la desmesura.
Era 1919, en la región de la costa Adriática, en lo que hoy es la ciudad de Rijeka, República de Croacia; durante los convulsos días de la primera posguerra, uno de los grandes poetas de Italia, Gabriele D'Annunzio, decidió fundar el Estado Libre de Fiume.
Poseía un inflamado verbo ultranacionalista —precursor del fascismo— y desplegó una actuación política estrambótica. Todos los días pronunciaba discursos pseudoreligiosos desde su balcón; arrastró a las multitudes a una aventura que prometía justicia e igualdad y haría al pueblo feliz, feliz.
Un año después no hubo paraíso sino hambre y muerte. Con cinismo poético D'Annunzio bautizó su desastre "Natale di sangue". Navidad de sangre, porque su descocado proyecto fue brutalmente liquidado en los últimos días de 1920.
Maurice Duverger, politólogo francés, dedicó uno de sus trabajos a reflexionar sobre la forma como el ideologismo partidista había afectado la ciencia social marxista.
Lo ejemplificó con la historia de un ingeniero agrónomo húngaro que fue acusado de sabotaje, y condenado a muerte, porque se marchitaron los plantíos de naranjas que el gobierno comunista, del sanguinario dictador Mátyás Rákosi, le había obligado a sembrar a las orillas del lago Balatón.
Por más que el valiente técnico argumentó que en ese lugar caían heladas invernales y tal propósito era quimérico, se le ordenó hacer el trabajo; ¡faltaba más!, así lo había decidido el comité de planificación central, siguiendo las directrices del materialismo histórico.
Cuando la realidad se impuso el culpable fue el técnico reaccionario. Hoy dirían que era un científico neoliberal. ("Les orangers du lac Balaton", 1980).
Podría elaborarse una enciclopedia de catástrofes políticas. Las que se originan por despreciar la realidad y privilegiar la ideología llegan a convertirse en genocidios y crisis humanitarias.
Los totalitarismos modernos de izquierda y derecha lo prueban. Por desmesura ideológica varios de los populismos recientes han triturado a sus naciones, como en Venezuela; otros como divinos narcisos, las conducen al mismo despeñadero sin ver ni oír la realidad.