La elección del amor más grande

Politicón
/ 18 mayo 2018

 En un inmenso acto de fe y generosidad, y a pesar de la opinión en contra de los doctores y de las estadísticas, los esposos declararon que “todo estaba en manos de Dios”

Hace veinte años, médicos, expertos e incluso amigos con mucho “sentido común” intentaban convencer a Bobbi McCaughey para que abortara a uno o a varios de los siete niños que llevaba en su vientre. No era natural, obviamente, que quedara encinta con tantos hijos a la vez. La causa: había tomado medicinas para contrarrestar una situación de infertilidad. Pero las “razones” que escuchaba eran otras: “¡Siete dentro a la vez, qué dolor!, ¡Tu hogar va a ser un zoológico!, Alguno saldrá enfermo…, No puedes educarlos a todos…”. Y la verdad es que ella no tenía las respuestas. Bobbi y su esposo Kenny vivían en la pequeña ciudad de Des Moines, Iowa (EEUU). Ella había cumplido ya los 29 años. Vivían en un apartamento de dos cuartos con su hija de año y medio. Bobbi se preocupó y comenzó a investigar.

Los resultados de su búsqueda no eran nada alentadores: jamás en la historia habían sobrevivido septillizos. El intento por traerlos a la vida era como jugar al azar. En un inmenso acto de fe y generosidad, y a pesar de la opinión en contra de los doctores y de las estadísticas, los esposos declararon que “todo estaba en manos de Dios”. El embarazo siguió adelante. Con poco menos de siete meses de gestación, Bobbi fue llevada al hospital para una cesárea con 40 expertos, entre médicos y enfermeras, que ayudaron a nacer, con gran asombro de su parte, cada uno de los septillizos, que pesaron entre 1 y 1.5 kilos. Todos sobrevivieron. La medicina hizo historia. Bobbi y su esposo Kenny se preparaban para el futuro.

Cuando nacieron “los siete magníficos”, las cosas habían comenzado a cambiar. Los medios de comunicación se interesaron por el caso y fueron llegando regalos y donaciones de diversas partes del mundo. Un grupo de empresarios locales les regaló una casa; otros ofrecieron una donación ilimitada de pañales; unos más les dieron una camioneta; la cadena de supermercados K-Mart regaló zapatos para una década; la revista Time les dedicó un artículo; y sus amigos y conocidos estuvieron pendientes a sus demás necesidades. Han pasado veinte años y la vida de los septillizos McCaughey se ha ido tejiendo entre el sacrificio y la generosidad.

No ha sido fácil. Dos de los chicos, Nathan y Alexis, tienen “PALSY” cerebral, como consecuencia de su nacimiento prematuro. La atención mediática no ha sido siempre favorable. Pero la alegría no ha faltado. Al principio, Bobbi decidió educarlos en casa por algunos años, pero luego pasaron a colegios de su zona. Incluso tuvieron un año con clases de violín; varios de ellos han continuado. En el 2016 se graduaron en el Instituto de Iowa. Son una familia feliz y realizada. Sin duda, el ejército de médicos que atendió a Bobbi en el parto y que consiguió salvar la vida de los pequeños hicieron un trabajo estupendo.

Pero el aplauso, la admiración, el reconocimiento al coraje y al amor se lo llevan los padres, que supieron hacer oídos sordos a los muchos consejos que recibían de los de abajo, para escuchar “Al de arriba”. No todos los que optan por dejar nacer a su bebé en circunstancias difíciles van a salir en entrevistas o a recibir una ayuda tan grande como los McCaughey. Pero sí podemos estar seguros de lo siguiente: cuando apuestas por la vida, juegas siempre con la felicidad de tu parte. Porque la elección que nunca se lamenta es la que se hace siempre por un amor más grande.

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