La inminencia
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El día del derrumbe,
por más que lo anticipes
no podrás conjurarlo,
aunque todo lo avise,
recibirás incrédulo
en la tierra no firme
el golpe del naufragio,
te ahogarás en la sirte
como polvo en el polvo
que se resiste a irse.
Serás como Jonás
en vísperas de Nínive,
abrazando en las olas
el cuerpo de Anfitrite,
sin acatar más orden
que el que su cuerpo dicte,
ignorando el mensaje
que en sus huesos se imprime.
O mejor, cual Jonás
en el barrio limítrofe:
nunca profetizó
y temeroso vive
de que su Dios colérico
otra vez lo visite.
Morirás sin haber
consumado la triste
misión que te encargaron
y estibarás el bulto
a la isla de Circe,
en donde como un cerdo
habrán de maldecirte
los vientos y las aguas,
hasta que te conmine
de nuevo la ansiedad,
la impaciencia y avistes
otra vez la desgracia
de la que siempre huiste,
esta oscura inminencia
a la que al fin te rindes.
Lluvia
Llueve, pues, desde siempre
nos abruma la lluvia,
hace horas la escucho
con sus tercas argucias
y sus sofismas líquidos
sobre el tiempo, me anuncian
que habrá de durar hasta
que se duerma la Musa.
Llueve y en cada gota
de sí misma se burla,
de pronto se recoge
en una pausa abrupta,
pero insensiblemente
su elegía, si culta
original, reanuda
en el ascenso oblicuo
y con sus joyas pulsa
barrotes de las cloacas,
se apaga, cornamusa
en paredes de musgo,
y con estrofa abstrusa
como antigua Nausícaa
reanuda danzas rústicas,
ojera melancohólica,
sudor de estatua ebúrnea,
charlatana grandílocua
educando a las putas
con doctrinas erráticas
que sanciona la luna,
alcahueta en harapos
que ha escaldado su alcuza,
la lluvia clandestina
que recoge en las grutas
leyendas incestuosas
y crónicas adúlteras,
cuerpos refocilados
en los bloques de bruma,
los sueños secuestrados
por la grima y la incuria:
a batallas soñadas,
pabellones de espuma.
(12 de noviembre)