Mireles
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Mireles fue un héroe civil. No sin grandes defectos. Dio un ejemplo de valentía al enfrentarse contra la gran corrupción del gobierno mexicano y los narcos a los que este ha protegido y ordeñado en forma continua.
Por un verdadero azar del destino, él me nombró su abogado. Fui la única persona, que no fuera de su familia inmediata, a la que el gobierno permitió que lo visitara durante más de año y medio en el penal de Hermosillo.
El gobierno de Peña Nieto le inventó dos delitos. Uno por armas y otro por drogas. Las armas y las drogas se las sembraron mientras comía pollo en un restaurant de La Mira, Michoacán. También detuvieron como a ochenta autodefensas.
El día previo, el doctor José Manuel Mireles Valverde había organizado a los habitantes para formar un grupo de autodefensa en La Mira. Las votaciones se hicieron en una asamblea pública. Los habitantes nombraron a sus defensores.
Tiempo antes, Mireles había unificado a más de treinta municipios de Michoacán para defenderse de la delincuencia. Tenía entonces buenas relaciones con oficiales del Ejército y juntos aseguraban el orden.
Fue entonces que Peña Nieto comisionó a Alfredo Castillo, a romper con ese orden. El Estado mexicano “no tolerará desafíos y a grupos que se quieran ir por la libre” aseveró el corruptazo protagonista del Caso Polet.
Defender a Mireles era un caso perdido. Imaginen, el abogado en Monterrey, el juicio en Morelia y el detenido en Hermosillo. Cualquier trámite en el juzgado de distrito tardaba semanas en ser notificado en Hermosillo y viceversa. Era correo en burro, yo creo. Las máquinas para video conferencias existían, pero no funcionaban por alguna de las mil razones posibles.
Otro héroe civil, que colaboró desinteresadamente: el abogado Octavio Herrera. Octavio hizo lo imposible por localizar a los policías que acusaron falsamente a Mireles y fue imposible carearlos con Mireles. Habían dejado la corporación. La entonces PGR tenía todo bajo control. Para eso sí funcionaba.
El CEFERESO con aire acondicionado a 19 grados centígrados y los custodios con chaqueta. Mireles aislado en su celda. Sancionaban a quienes le hacían plática. Mis “palancas” movieron la CNDH, pero después de meses el dictamen dijo que todo estaba en orden. Mentiras institucionales. Su libertad vino gracias al cambio a los procesos penales. Para entonces lo representaba el abogado Ignacio Mendoza, todo un caballero.
Mireles sufría diabetes. Eso debió contribuir a que muriera de COVID-19 a los sesenta y dos años. En realidad fue el Estado mexicano el que lo mató. Lo castigó por arriesgar su vida para salvarnos a los demás.
En una ocasión, me contó Manuel, llegó a Tepalcatepec a media noche un camión refrigerado que se había extraviado. Descubrió que en él traían a una docena de niños aún vivos a los que les robarían los órganos para venderlos. El doctor logró rescatar a los menores. En otra ocasión colaboró con el Gobierno de Obama para regresar a Estados Unidos sanos y salvos a más de cien niños que tenían ciudadanía norteamericana.
Cuando lo conocí, después de un acto en favor de los autodefensas, él e Hipólito Mora me relataron -durante cinco horas con gran detalle- cómo y porqué se vieron forzados a iniciar la guerra contra los narcos. Trajo al mundo en su consultorio a más de 80 bebés, de niñas de doce años embarazadas por los narcos. Iban por ellas a los salones de clase y mataban a los amiguitos, primitos o maestros que oponían resistencia.
Cuando vimos, me dijeron, que las niñas empezaron a levantarse solitas e irse por su propio pie con los narcos para salvar a sus compañeritos, fue cuando supimos que era el momento de rebelarse o morir.
Nuestro Gobierno mañosamente nos quitó el derecho a poseer armas para nuestra defensa personal. Ello a pesar de la garantía constitucional. Mireles murió defendiendo nuestro derecho a la vida. Descanse en paz.
javierlivas@gmail.com