Mujeres cómplices y corruptas de gobernadores prófugos
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No quisieras hacer trampas; pero aceptarías una ganancia ilegítima
—Lady Macbeth (La tragedia de Macbeth, Acto I, Escena V)
Dice Robert Musil que entre la estupidez y la vanidad hay siempre una relación estrecha pero, perdonen a esta insolente irredenta, yo sostengo la teoría de que la mayoría de las veces, hacerse pendejo es una estrategia muy inteligente que sirve para conseguir un montón de beneficios.
Creo que la inocencia —en términos cognitivos y filosóficos, no hablo del concepto jurídico— no existe.
Una vez que somos adultos, siempre sabemos, intuimos, vemos señales aunque a veces las dejemos pasar de largo. Desde luego es mejor creer en la inocencia (sobre todo en la propia) porque asumir responsabilidad de todo lo que hacemos sin poder argumentar “yo no sabía”, es aterrador.
Pero es difícil imaginar, por ejemplo, que una persona, luego de cinco, diez o veinte años casada con otra, no sepa quién es ese ser humano con el que comparte la cama, las mañanas, la crianza de los hijos, las situaciones más pedestres y también las más complejas de la existencia.
Llevo días pensando en la obscena lista de los ex gobernadores y altos funcionarios casi todos priistas (aunque también los otros partidos aportan su cubo de mierda) que hoy están prófugos de la justicia, con una orden de aprehensión o en la cárcel gozando de comodidades VIP con los mejores servicios incluidos.
Prácticamente todos los casos tienen algo en común: las esposas, sus mujeres, esas que eligieron a Tomás Yarrington o Javier Duarte como el hombre del que sólo la muerte las separaría, hoy están libres, fuera de México y derrochando una fortuna que se alimentó del erario público y, por más fatalista que suene, también de los miles de muertos que la guerra de la narco política ha provocado.
Estas mujeres se refugian en Londres o en bucólico pueblito de Francia, en Miami, se distraen saliendo de compras en Houston y un faraónico etcétera que hace arder la sangre de quien tenga sangre en las venas y comprenda lo indignante que resulta que en un país como este, con más de cincuenta millones de mexicanos en situación de pobreza (patrimonial, extrema, alimentaria); esa dinastía de políticos saqueadores y ladrones, luego de hacer sus cuentas, calculen que salen ganando incluso si se entregan o se dejan atrapar pues de cualquier manera, después de diez o quince años estarán libres y sus familias disfrutarán de una fortuna asegurada por generaciones. Ya estoy escupiendo verde.
Y vuelvo al punto: sí, puede que en las averiguaciones previas y en los desahogos de pruebas de los casos sean ellos los responsables pero desde una perspectiva ética, es una chingadera de igual tamaño ser Javier Duarte que ser la esposa de Javier Duarte o ser Roberto Borge que la esposa de Roberto Borge.
¿Qué piensan estas mujeres? ¿Qué explicación se dan a sí mismas para poder dormir en paz? ¿Por cuántos millones de dólares se vende no sólo el alma propia sino también la de tus hijos cuando sabes que sus lujos vienen de una espesa corrupción que incluye crímenes sanguinarios?
Parafraseando el dicho popular: detrás de cada hombre corrupto, siempre hay una esposa cómplice.
La de Tomás Yarrington se llama María Antonieta Morales, la de Javier Duarte se llama Karime Macías; la de Andrés Granier es María Teresa Calles; la de César Duarte, Berta Olga Gómez Fong y la de Roberto Borge —al parecer ya en proceso de divorcio—, Mariana Zorrilla. Me limité a estos cinco ejemplos por su representatividad y porque se me está acabando el hígado pero son al menos diecisiete los casos de altos funcionarios públicos con un proceso de investigación (detenidos o en fuga) en la última década.
Me hago cargo de lo impopular de mi dicho pero creo que en estos tiempos de vociferar contra el género masculino como si fuera el único portador del gen del mal y la violencia, es importante recordar que la condición humana es una y que también existen mujeres (por lo menos casi todas las que ha dado la política mexicana) tan miserables, voraces, ladronas y de una sofisticada capacidad para hacer daño al tejido social que no es poca cosa. Así nomás, mientras escribo, mi cerebro registra otros nombres: Rosario Robles, Margarita Zavala, Marta Sahagún, María de los Ángeles Pineda —cómo olvidar a la esposa del alcalde de Iguala, Dolores Padierna, la legendaria Elba Esther Gordillo… el collar de perlas de la vergüenza es infinito.
Es perturbador pensar que estas mujeres hicieron una elección consciente para ser cómplices —y en algunos casos protagonistas— de todo lo que han sido, pero una vez que se cruzan ciertos límites, los seres humanos somos capaces de cualquier cosa. Sobre todo cuando sabes que tu mejor coartada es tu marido. Visto así, no resulta tan descabellado imaginarlas representando las palabras de Lady Macbeth cuando aconsejaba a su marido que asesinara al rey Duncan: “Debes esconder el áspid entre las flores. Yo me encargo de lo demás. El trono es nuestro”.
@AlmaDeliaMC