Solidaridad para humanizarnos tanto hacia afuera como hacia adentro
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Considero este valioso fragmento de la obra “Primavera con una esquina rota” (1982), del escritor uruguayo Mario Benedetti, tan aplicable a la actualidad como lo fue en aquel entonces. Antes de explicarme, menciono rápidamente que esta novela es sobre un preso político (de la dictadura por la que atravesó Uruguay de 1973 a 1985), su familia y amigos. En la narrativa se aprecian, de las propias voces de los personajes, las vivencias, recuerdos, reflexiones y efectos del exilio.
Para el protagonista, la solidaridad consistía en la unidad y empatía manifestadas en cualquier acto de apoyo desinteresado de quienes compartían la condición de estar encarcelados. Y le era muy claro que, al exterior, para que hubiera solidaridad, las personas debían tener más cosas y afectos en común.
Hoy en día, la solidaridad (junto con la fraternidad) se ha establecido como un principio de los derechos humanos, por el cual se reconoce a todas las personas como parte de un mismo grupo de libres e iguales y se buscan la colaboración y esfuerzos colectivos para conservar el equilibrio.
Esto partió de la divisa de la Revolución francesa (1789-1799) “libertad, igualdad y fraternidad”, que serían los pilares de la República y de la democracia, aunque recién surgido dicho tríptico de valores, la libertad imperó y se desarrolló la igualdad, inicialmente con un enfoque individual y económico, demandando la soberanía del ciudadano e impulsando la propiedad privada. Y luego la fraternidad quedó como olvidada.
A 36 años de la publicación de Benedetti, sigue siendo imprescindible sensibilizar y lograr empatía en la sociedad para reunir personas y causas. En el continente americano, ya con un reconocimiento universal de derechos humanos y acciones de defensa y garantía, se están dando situaciones y problemáticas que evidencian tanto resistencia como pasos hacia atrás en el camino a la fraternidad, a la solidaridad y a la cooperación colectiva para realmente ver a todos y todas como libres e iguales.
Lo observamos, por ejemplo, en el conflicto político en Venezuela, donde se sufre una grave crisis socioeconómica que ha sometido a sus habitantes a la falta de acceso a productos de necesidad básica (como alimentos y medicamentos, entre otros). Los precios se disparan de la mañana a la tarde en un mismo día; la predicción del Fondo Monetario Internacional para este país es que cierre el año con una inflación de un millón por ciento. Consecuentemente, se han desatado violencia, inseguridad y uno de los mayores booms migratorios, pues hay aproximadamente millón y medio de venezolanos que han salido de su país, según registros de la Organización Internacional de las Migraciones (Noticias ONU, 05/2018).
Nicaragua es otro país cuya población está atravesando un severo conflicto interno. Estudiantes, agentes comerciales y demás ciudadanos protestan en contra del presidente Daniel Ortega, a lo que policías y grupos progubernamentales han respondido con represión y violencia. No han parado las detenciones arbitrarias, las muertes, los secuestros y las desapariciones de jóvenes y manifestantes. Incluso quienes han tendido la mano a heridos, como lo han hecho religiosos y médicos, han sido amenazados y atacados por paramilitares.
La reacción internacional no se ha hecho esperar, y menos aun la de América Latina. Líderes y organismos de nuestra región han emitido declaraciones denunciando y reprobando los hechos que ocurren en Venezuela y Nicaragua, al mismo tiempo que plantean la negociación, la solidaridad y la colaboración para tratar de llegar a posibles soluciones. A estas voces también se ha unido la de México.
No obstante, por casa, ¿cómo andamos? Si bien no tenemos guerra, dictadura ni una gran crisis socioeconómica, sí contamos con altos índices de feminicidios y otras formas de violencia por razón de género, así como asesinatos de periodistas (mínimo ocho en lo que va del año: Rubén Pat Cahuich, el último hasta ahora, el martes 24 de julio), de defensores y defensoras de derechos humanos (Abraham Hernández González, también octavo y último contabilizado por la ONU-DH al día de hoy, eliminado el 17 del mismo mes), de candidatos políticos y múltiples desapariciones forzadas. Además, hay una condición generalizada de inseguridad ciudadana, impunidad y falta de acceso a la justicia.
Frente a todo lo anterior, ¿cómo actúa nuestra sociedad? Para que la solidaridad se sienta, incluso con nuestros más cercanos (familias, vecinos, comunidades), tenemos el reto de vencer la indiferencia y la enemistad. Hace falta sensibilizarnos para no criminalizar a las víctimas, como son las mujeres violentadas y las personas desaparecidas. A menudo se escucha: “¿La violaron? ¿La mataron? Seguro se lo buscó…”, “¿Se lo llevaron? ¡Por algo debió ser!”.
Nos urge llamar la atención sobre la empatía, la fraternidad, el diálogo, para poder encaminar verdaderas acciones colaborativas y soluciones civilizadas. Debemos siempre considerar el valor de la vida de las otras personas, la construcción y reconstrucción de vínculos, la pacificación social. Y, desde luego, es necesario que formemos a las nuevas generaciones con conciencia de estas virtudes humanísticas
La autora es auxiliar de Investigación de la Academia IDH
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH