Un compromiso ineludible frente a la historia: el cuidado de nuestro entorno
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En su “Anuario Coahuilense para 1886”, Esteban L. Portillo elabora un directorio político, agrícola, industrial, minero y comercial del estado, donde además muestra una síntesis biográfica de personajes prominentes. Se trata de un libro en el que refiere con atingencia y claridad el ambiente y la atmósfera que privaba en el territorio estatal a fines de siglo 19, en pleno momento del porfiriato.
Resulta de enorme interés para los coahuilenses, pues con minuciosidad y ejemplar cuidado presenta de los municipios las condiciones que guardaban en relación a situación geográfica, planteles educativos, el motor económico en cada región, los lugares de distracción, hasta el detalle en el número de imprentas.
Para efectos de Saltillo es atractivo para los habitantes de esta capital sumergirnos en su descripción de las vertientes que lo atravesaban, sus montañas, la vegetación, la calidad del terreno.
En relación a las vertientes, Esteban L. Portillo señala que existe el conocido con el nombre “El Ojo de agua principal, situado en una de las colinas más elevadas que tenemos al Sur de la ciudad, pues se halla a 60 metros de altura sobre el nivel de la Fuente que existe en la Plaza de la Independencia”, que es la conocida popularmente como Plaza de Armas.
Señala que la descarga de las aguas en 24 horas es de mil 600 pies cúbicos y que la potencia al hacer su descarga en la fuente es de 300 caballos.
Fue precisamente la magia del agua la que resplandeció en los ojos de los europeos a su llegada a este territorio, lo que los empujó a decidir fundar una población.
Una población que era bañada por más de 600 manantiales de agua, registrados por un fraile que pasó por aquí en el siglo 18, fray Juan Agustín de Morfi.
Agua y sierras a su alrededor que debieron de constituir la gran sorpresa en medio del semidesierto. Esteban L. Portillo refiere como vegetación en las planicies, pastos y algunas de las partes montañosas pobladas de madera. Había oso, venado, berrendo, leopardo, coyote y liebre.
Transcurridos los 14 años para concluir el siglo 19; el 20 y los 21 años de este nuevo siglo, cabe preguntarnos acerca del panorama que guarda en la actualidad nuestro territorio. Constituido por miles de habitantes, las sierras que circundan nuestra ciudad proveen del agua necesaria para la subsistencia. Sigue siendo ese ojo de agua el emblema de nuestra ciudad capital y todos los esfuerzos para preservarla, así como para mantener el equilibrio del medio ambiente que nos ha tocado en suerte.
Una labor importante en el tema de la preservación, del cuidado de la naturaleza, se realiza desde la Secretaría del Medio Ambiente de Coahuila, con dos programas en especial: “Una menos al relleno”, que se propone disminuir el número de botellas que diariamente ingresan al relleno sanitario. Y el programa de “Conservación del Oso Negro”, el cual invita a llevar envases de cristal también para reciclaje, amén de las diversas actividades, como concursos infantiles de dibujo, de fotografía y cuento.
A propósito de la relación con la naturaleza, el rey poeta Nezahualcóyotl reflexionaba en la brevedad de nuestro paso por la tierra: Yo Nezahualcóyotl lo pregunto: / ¿Acaso de veras se vive con raíz en la tierra? / Nada es para siempre en la tierra: / Sólo un poco aquí. / Aunque sea de jade se quiebra / Aunque sea de oro se rompe, / Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra. / No para siempre en la tierra: / Sólo un poco aquí.
Queda en cada uno el compromiso que imprimimos de nuestra estancia en la tierra. La que se encontraron aquí los europeos, la descrita por Portillo en 1886, la que en el periodo de vida que nos toca estar aquí.
Ojalá comprendamos ese compromiso y que las sierras, nuestras sierras, y el agua, el agua que nos da vida, sean tratadas con respeto. Ver alrededor nuestro la falda de las sierras horadadas por la ambición, por el descuido, por la negligencia, debiera empujarnos a una mayor conciencia para que este efímero paso trascienda más allá de nosotros mismos.