Polo Polo
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Los mexicanos del 40 y Más lloran la partida de Leopoldo García Benítez, o Polo Polo como habrá de ser recordado, al menos hasta que el último dinosaurio de la generación X sea enterrado.
Suelo consagrar este espacio de análisis a personajes del arte y las humanidades cuando dan un importante paso en su trayectoria (habitualmente morirse).
Y en estrictos términos, Polo Polo no pertenecía ni al ámbito de las artes mayores ni de la cultura elevada, ni creo que tal haya sido su ambición.
No era sino un señor con un talento natural para narrar chascarrillos, chistes, cuentos picantes nada más. Hay quienes lo quieren ubicar dentro de la disciplina del stand up, pero nada más equivocado. El “standupero” busca la risa a través de observaciones de la vida cotidiana, de la sociedad, la política, las relaciones, la vida en general, siempre sobre el mundo real. El cuentachistes es eso, el “arte” de contar chistes, dicho sea sin demérito y fue Polo Polo durante varias décadas el que mejor se los supo contar a los mexicanos, con el ritmo y el tono adecuados y la carga sicalíptica perfecta.
No hay más méritos que encomiar del finado comediante, sólo las risotadas que con maestría nos supo arrancar, lo cual no es poca cosa.
El problema es que el humor del maestro Polo no es algo de lo que podamos hacer apología hoy en día y salir bien librados.
Y no se azote ni se indigne. Aunque soy enemigo acérrimo de la censura, hay que reconocer que mucho de este humor “clásico” ya ha sido rebasado por los tiempos que corren (lo que tampoco se opone al hecho de que también pululan los ofendiditos por todo).
No fue ni con mucho el primero en grabar un disco de humor picante, con lenguaje soez y narraciones por demás gráficas. Aunque sí se adelantó quizás en llevar esta comedia tan culposamente catártica a los circuitos comerciales mexicanos.
Y todo fue que un chiquillo le robara este material proscrito a su padre para compartirlo en sesión ultra secreta con sus amigos, para que Polo Polo se convirtiera en un fenómeno masivo.
El artífice del “Vampiro Fronterizo” le enseñó a varias generaciones a pulir su vocabulario de leperadas (como hicieran Richard Pryor y después Eddie Murphy para el público norteamericano).
Sin embargo, no es para deshacernos en encomios respecto al humorismo de Polo Polo, que es totalmente pedestre, muy básico, construido con estereotipos y difícilmente nos deja alguna reflexión, introspección o enseñanza (como no sea la manera correcta de ligar a una dama pintando un caballo de verde).
Y no faltará el colérico que grite: “¡El humor no tiene que ser crítico, agudo, filosófico, profundo...!”. No, desde luego, no tiene que serlo. Pero si renuncia a dichos atributos, entonces también renuncia a la trascendencia.
Y así será con Polo Polo, se quedará como un producto netamente de su época, sin cabida en un mundo más correcto. Lo digo por esta vez sin ironía: No hay manera de que sobrevivan por mucho tiempo más los chistes que hoy podrían considerarse misóginos, homofóbicos y racistas.
¡Hey! Que no me estoy poniendo delicado. Por supuesto que me he reído como baboso con todas las rutinas del difunto maestro Polo. Sólo estoy augurando que, dada la dirección que está tomando el mundo y la sociedad, este tipo de cuentecillos tienen sus días contados.
Y no es para ponernos mal, ni para plañir o maldecir a los millennial o centennial por no compartir nuestro apolillado sentido del humor. Nosotros ya lo disfrutamos y eventualmente habremos de recurrir a él cada vez que sintamos que la corrección nos asfixia. Pero tampoco se lo hemos de imponer a nadie y hay que permitir que cada generación descubra sus propios disparadores de la risa.
Nosotros, ya le digo, podemos revivirlo cada vez que lo deseemos. Y tampoco nos vendría mal el buscar otras formas de reír, más cultas, más complejas, con más referencias, sólo para no dejar que nos gane el anquilosamiento neuronal.
Lo anterior sea dicho sin posturas radicales (sin posturas, punto). Que no todo tiene que ser un tratado existencialista, ni tampoco tiene todo que descender a niveles escatológicos.
Hoy quizás sea difícil escuchar a Polo Polo sin incomodar a alguien, sin ofender a un grupo o sin sentir que estamos haciendo escarnio de terceros. Por lo que es probable que termine como material proscrito por las normas de corrección vigentes. Así que habrá que escucharlo en la clandestinidad, lo cual resultará aún más gratificante, pues así lo escuchamos por primera vez y el sabor de lo prohibido lo volvía doblemente disfrutable.
Encuesta Vanguardia
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