Poner el pie, hundirlo y dejar huella
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Todos tenemos algunos familiares, amigos y personajes a los que recordamos con cierta frecuencia, hay otros, que ni en el mundo hacemos. Como en la alegoría de la “vida como un tren”, se subieron y en alguna estación de nuestra vida, se bajaron, hay quienes permanecieron. Otros que por el nivel de solidaridad y compromiso no los olvidamos en ningún momento, y son, como diría Bertolt Brecht, los imprescindibles. Aunque hayan muerto físicamente, están siempre vivos y presentes en nuestra historia por sus dichos y por sus hechos. Nos tocaron, nos marcaron, perviven con nosotros.
Eso mismo ha ocurrido en la historia humana. Unos cuantos, en los diferentes ámbitos de la vida son recordados, otra vez, por sus altos niveles de compromiso o no, con quienes les han rodeado.
La RAE dice que trascender es “exhalar un olor tan vivo y subido que se extiende a gran distancia” o simplemente “es ir más allá de algo” – lo que sea que ese algo fuere-. Don Antonio Usabiaga presentaba una versión más profunda del concepto al referirlo a los latinos diciendo: trascender es “poner el pie, hundirlo y dejar huella”. Emanuel Kant, el genio de la Crítica de la Razón Práctica, decía que es “traspasar los límites de la experiencia posible”. Me gusta la interpretación de don Antonio, por el sentido tan profundo y alegórico que tiene.
Y así, hay a quienes se les recuerda por su heroísmo, por sus aportes en los distintos momentos a la filosofía, a la cultura, a la política, a la economía, en defensa de la vida humana y de la naturaleza y a las grandes religiones; por sus enseñanzas, por sus hechos, por sembrar la esperanza de la posibilidad de una sociedad distinta. En resumen, los que han trascendido.
Por estos días, en el mundo cristiano, celebramos el Nombre de Uno de los que han trascendido, que partió la historia en dos y que el momento cumbre se da con el acontecimiento denominado Resurrección, pues como afirma el de Tarso: “Si Jesús no hubiera muerto y no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (I Cor. 15, 14), todo esto, para el mundo cristiano. Hablamos de una alegoría que alienta la esperanza de más de 2 mil 400 millones de personas en el mundo.
Y la coloco en el área de las alegorías porque aquí la lógica, como en todos los asuntos de fe no opera y, sobre todo, porque no existen evidencias fehacientes del acontecimiento. Si evidentemente de la prueba de fuego que al paso del tiempo ha significado la vigencia de su nombre, de sus dichos y de sus hechos. Probablemente esto sea el signo más claro de su victoria frente a la muerte.
Evidentemente, para muchos, no fueron suficientes las únicas pruebas que las instituciones cristianas han presentado sobre el acontecimiento “Resurrección”, a saber, la aparición a María Magdalena en el huerto disfrazado de jardinero (Jn.20, 11-18), la aparición a Tomás y a los discípulos ante las dudas de éste (Jn.20, 24-31) y la aparición en el camino a otros discípulos que no pertenecen a su primer círculo de discípulos en el camino a un poblado llamado Emaús (Lc.24, 13-35) y hasta ahí.
El problema surge, porque todas las apariciones se dan dentro del círculo de seguidores, lo cual reforzó la teoría de los adversarios de su tiempo, que afirmaron que el cuerpo fue robado por sus discípulos, negando evidentemente la afirmación más contundente de todas, el milagro de “el sepulcro vacío”. Por supuesto, no es la única narración en este sentido, también se dieron narraciones similares en otras religiones, por ejemplo, la resurrección de Osiris, de Adonis y de Odín.
Es obvio afirmar que nos encontramos en el área de la fe, donde la evidencia no tiene consideración y es contraria a la naturaleza de esta, sin embargo, como afirmó Hans Kung “después de dos mil años de cristianismo requerimos de razones que hagan razonable la fe”. La historia precisa de evidencias para considerarse tal, la fe solo la aceptación del hecho, y este es simple y llanamente el requisito que se solicita para formar parte del grupo de creyentes (dos mil cuatrocientos millones de ocho mil millones de personas en la actualidad).
Con el acontecimiento de la Resurrección, por tanto, nos encontramos en el área de el Cristo de la fe, no en la de el Jesús histórico. Las instituciones prefirieron por falta de análisis, argumentos y por la falta de una evangelización cualitativa quedarse en la dimensión de la imposición, de la amenaza y de la historia romántica, sentimental y fantástica del hecho.
¿Dónde estaría la diferencia entre una resurrección de carne y hueso, que de por sí, carece de lógica, y una resurrección a partir de un mensaje que ha vencido la prueba del tiempo y del espacio? Por supuesto, existe una exegesis puntual que se ha quedado en el tintero y otra donde se ha priorizado la interpretación hollywoodesca del acontecimiento.
Eso es lo que vende y hace que la fe y la razón caminen por separado cuando lo ideal, en palabras de Benedicto XVI sería volver a darle confianza al hombre contemporáneo en la posibilidad de encontrar una respuesta segura a sus inquietudes y exigencias esenciales, e invitar a la conciencia humana a enfrentarse al problema del fundamento del existir y del vivir y a reconocer la verdad de Dios como principio de la verdad de la persona y del mundo entero» (Fides et ratio).
Sin duda, Jesús con sus dichos y sus hechos puso el pie, lo hundió y ha dejado una huella que mientras haya quien crea en Él, su Nombre seguirá vigente. ¿Y usted que está haciendo para trascender? Así las cosas.
Encuesta Vanguardia
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