Por la señal...
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Ya casi nadie se santigua. Yo lo hago en el jet, cuando despega, pero las más de las veces soy el único que lo hace. Han de pensar los otros pasajeros que la santiguada de uno sirve para todos. No carece de lógica ese pensamiento. En ocasiones me santiguo, y en seguida se santiguan otros viajeros alrededor de mí, como si a cada uno le hubiese dado pena ser el primero en hacerlo.
Los profesionales de la religión raramente se santiguan. Quizá suponen que no necesitan hacerlo, pues tienen vara alta con el Jefe. Yo digo que a nadie le hace daño una santiguadita. En cierta ocasión me tocó viajar al lado de un sacerdote de esos modernos, que visten traje negro y alzacuello. Ya no llevan breviario los apóstoles de la modernidad: ahora usan computadora. Tan pronto la azafata hace el anuncio que autoriza el uso de aparatos electrónicos, abren el artilugio, lo encienden y se concentran en él con más intensidad que los místicos en la contemplación de sus visiones.
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Pues bien: la vez que digo hice lo que hago siempre: al levantar el vuelo el avión me santigüé. Volvió la vista hacia mí el moderno sacerdote y me miró como diciendo: “¿Y este loco?”. Con la misma mirada habría visto a un derviche que se hubiese prosternado en el pasillo para adorar a Veda.
De niños nos enseñaban a santiguarnos cada vez que pasábamos frente a un templo. Las criadas que hacían las tortillas en la casa trazaban la señal de la cruz sobre la primera que tendían en el comal. Los vendedores callejeros se santiguaban con el billete o moneda de la primera venta. El 3 de mayo, día de la Santa Cruz, los devotos podían alejar al demonio recitando una oración que decía: “Arredro vayas, Satanás, en mi casa no entrarás, porque el día de la Santa Cruz dije mil veces: Jesús, Jesús, Jesús...”. Había que darles 20 vueltas a las cuentas del rosario para completar los mil jesuses del piadoso rezo. Entre paréntesis, eso de: “Arredro” es una corrupción popular de la expresión latina “Vade retro”, que significa: “¡Vete hacia atrás!”.
Había chistes prohibidos. Por ejemplo, el del niño que le preguntaba a su abuelita si quería verlo haciéndose la porla. La pobre viejecita se azaraba, hasta que, cansada ya de las instancias del chiquillo, le dijo que estaba bien: lo vería haciéndose la porla. Entonces el muchachillo comenzó: “Por la señal...”.
Don Ricardo Palma recordaba una galana copla del Perú:
Quiero ver que te persignas
sin presencia de testigos,
para poderte besar
donde dices “enemigos”.
Es que al persignarse la muchacha, la parte correspondiente a la frase: “... de nuestros enemigos...” la decía haciendo la señal de la cruz sobre los labios.
Don Abundio cuenta de un señor cuya autoridad fue puesta en duda por uno de sus hijos. “Santíguate” −le ordenó−. El muchacho lo hizo. “En el nombre del Padre...”, dijo llevándose la mano a la frente. Continuó: “... y del Hijo”, al tiempo que se llevaba la mano al pecho. “Hasta ahí −lo interrumpió el señor−. Fíjate bien: el Padre arriba y el Hijo abajo. Así son las cosas en el Cielo y así han de ser también acá en la Tierra”.