¿Por qué AMLO no querrá perder las elecciones en 2024?

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Existen tres características en la personalidad política de Andrés Manuel López Obrador que le obligarían a utilizar la fuerza del Estado para ganar las elecciones en 2024: mesianismo, soberbia y miedo.
Andrés Manuel se asume a sí mismo como un Mesías (tropical, añadiría Enrique Krauze). Por ello, cree firmemente ser el sucesor de tres transformaciones históricas previas: independencia (1810-1821), liberalismo (1833-1890) y cardenismo (1934-1940).
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Obrador supone ser el liberador del “pueblo” mexicano; el destructor del orden neoliberal establecido y el creador de un nuevo orden social basado en la justicia, la transparencia, la igualdad, la hermandad, la humildad y la felicidad.
López ha logrado aterrizar su visión mesiánica a través de una sólida política propagandista de comunicación social y digital, así como de entrega masiva de programas sociales y transferencias económicas directas entre las clases sociales menos privilegiadas. Ahí Andrés Manuel ha construido una fuerte percepción de confianza absoluta en su persona para brindarles un futuro mejor a los integrantes de esos estratos sociales.
En un país de instituciones frágiles y caudillismo rampante, López ha sabido utilizar las enseñanzas y creencias religiosas −conscientes e inconscientes− del eventual arribo del Mesías Salvador para establecer un “estilo de gobernar basado en la supresión del razonamiento y la sumisión cuasi medieval de la conciencia ciudadana”.
¿Cree usted, apreciado lector, que Andrés Manuel perderá −por un espíritu democrático que no posee− la posibilidad de que su nombre sea inscrito en la historia al lado de Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez y Lázaro Cárdenas?
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Un Mesías, aunque sea tropical, no puede existir sin ser soberbio y, por ende, estar protegido por Lucifer, su demonio; el hijo rebelde que negó a su padre Dios, y pensó estar por encima de él.
De igual manera, Obrador, abrazado a su ego, busca satisfacer su mesiánica vanidad e imponer su voluntad de manera autoritaria, por encima de toda institución o Ley que impida su trascendencia como “futuro prócer de la patria”.
La destrucción de los organismos públicos autónomos −creados para acotar los excesos del poder ejecutivo−, con excepción del INAI y del INE, ilustran esa actitud. Los continuos ataques al Poder Judicial y al Tribunal Electoral, también.
Desde la opacidad, presupuestal y ambiental, sus obras faraónicas reflejan ese ego tan peculiar de Obrador: la refinería Dos Bocas, el Tren Maya y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles. ¿Importa su utilidad? No. ¿Nutren la competitividad del país? Menos. ¿Incorporan a México en la globalidad del siglo 21? Tampoco.
¿Imagina usted, apreciado lector, que Andrés Manuel no dejará de nutrir su mesianismo con una actitud soberbia que fortalezca un régimen autoritario basado en su persona para lograr su trascendencia histórica?
Esas dos características de la personalidad política de Obrador: mesianismo y soberbia, están sustentadas en el miedo a ser derrotado en 2024.
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Él, sin duda, imagina lo que pudiera suceder y le aterra, cuando mira su delirio mesiánico resquebrajado por los suelos y su soberbia pulverizada en el aire para terminar en la cárcel: (1) Por la corrupción de su sexenio que rebasó, aunque parezca increíble, la de los sexenios de Calderón y Peña Nieto. (2) Por los delitos de lesa humanidad cometidos contra los mexicanos −o “crímenes cometidos como parte de un ataque general o sistemático (desde el Estado, por acción u omisión) contra civiles en tiempo de paz o de guerra”−. Ahí están los 160 mil homicidios ocurridos hasta agosto de 2023 y el pésimo manejo de la pandemia del COVID-19 que alcanzó −según datos extraoficiales− hasta 800 mil fallecidos. Y (3) por sus adversarios de las élites económica y política que han estado, a pesar de todo, afilando su venganza desde 2018.
¿Piensa usted, apreciado lector, que un apanicado Obrador no utilizaría la fuerza del aparato de Estado −incluido el uso del Ejército− para asegurar su trascendencia histórica como líder de la 4T mediante el triunfo de Claudia Sheinbaum?
No queda otra opción: excepto, fortalecer la alternativa de Xóchitl, para blindar su triunfo en las urnas de manera incontestable y ganar, por todo y contra todo, la Presidencia y el Congreso en 2024.
Nota: el autor es director general del ICAI. Sus puntos de vista no representan los de la institución