‘Amor’ en labios de AMLO es sólo politiquería y demagogia
En la clase de catecismo para adultos la señorita Peripalda, catequista titular de la parroquia, les preguntó a los alumnos: “¿Saben ustedes qué es un falso testimonio?”. Doña Pasita, dulce anciana, célibe perpetua, aventuró una respuesta: “Entiendo que es algo que se les levanta a los hombres”... El pueblo era pequeño. Por muchos años su población se había mantenido estable, pues cada vez que nacía una criatura huía un muchacho. Ni siquiera tenía motel de paso ese villorrio. Para suplir sus funciones los vecinos se prestaban por turno sus casas unos a otros. Qué bonita es la solidaridad, la ayuda mutua. Llegó la noche del 15 de septiembre y el alcalde salió al balcón de la sede municipal –uno solo tenía, y muy estrecho– a dar el tradicional Grito de la Independencia. La plaza pública estaba llena de una entusiasmada multitud poseída por fervor patriótico. Y comenzó el edil con voz sonara: “¡Vivan los héroes que nos dieron patria!”. “¡¡¡Viva!!!” –coreó la muchedumbre–. Tan fuerte fue el clamor que se asustó el alcalde. “¡Viva Hidalgo!”. “¡¡¡Viva!!!”, “¡Viva Allende!”. “¡¡¡Viva!!!”. Y siguió con los demás próceres de la insurgencia hasta agotar la nómina. No cedió la exaltación popular. Así, el munícipe se vio obligado a añadir otros héroes a la lista, así pertenecieran a otra época, y gritó también vivas a Juárez y Zaragoza, a Madero y Carranza, a Villa y Zapata, a Obregón y Calles, a Lázaro Cárdenas. A cada nombre seguía un “¡¡¡Viva!!!” admirativo más estentóreo aún que los anteriores. Agotado su repertorio el alcalde se volvió hacia su secretario y le pidió muy apurado: “¡Échame otros, cabrón! ¡La raza está caliente!”... En modo insólito AMLO dedicó en su Grito un vítor al amor. Cuando lo oí no pude menos que recordar la canción “Amor perdido”, cuya sentida letra incluye una proclama semejante: “...No estoy herido, y por mi madre que no te aborrezco ni guardo rencor. / Por el contrario, junto contigo le doy un aplauso al placer y al amor. / ¡Que viva el placer! ¡Que viva el amor!...”. Canción arrabalera es esa, por no decir congalera. A sus compases mi generación, con otras aledañas, aprendió a bailar, con pasos arrastrados, quebrados y esgados, en sitios que no son para decirse aquí, lugares irredentos donde al mismo tiempo se rendía culto a Baco, a Terpsícore y a Venus. (No pido disculpas por esa cita de mitología, pues vivimos en México tiempos de mitomanía). Las iglesias nunca han visto con buenos ojos al placer, especialmente al carnal, que es el más placentero de todos los placeres. El amor humano les inspira también recelos cautelosos, y vaya que el amor tiene muy buena prensa. L’amor che muove il sole e l’altre stelle, escribió Dante en su divinísima “Commedia”. El amor que mueve al sol y a las demás estrellas. Ama et fac quod vis, postuló San Agustín. Ama, y haz lo que quieras. El mismo santo respondió a quien le preguntaba qué es el amor: “Si me lo preguntas no sé, pero si no me lo preguntas sí sé”. En efecto, la palabra “amor” es una de las más usadas y de las menos comprendidas. “¿Me amas?” –le preguntó la linda Susiflor a Libidiano en la cama circular de la habitación 210 en el Motel Kamawa–. “¡Carajo! –se impacientó el salaz sujeto–. ¿A quién se le ocurre hablar de amor en un momento como éste?”. Es una pena que una palabra así, tan bella, tan llena de romanticismo y significación, suene a politiquería y demagogia en labios del presidente López. Tanto abuso ha hecho de las palabras que las ha desprovisto de valor. Así, ningún sentido tuvo el grito que al amor dedicó en su arenga del 15 de septiembre. Sinceramente le voy más a “Amor perdido”... FIN.
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