Presidenta, ¿qué parte del himno es la que nos defenderá de una invasión?
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El mexicano promedio no necesariamente quiere un sepulcro de honor ni un recuerdo de gloria luchando batallas pírricas contra enemigos propios o extraños
“No va a haber una invasión; no es un escenario que tengamos en mente... y de todas maneras tenemos nuestro Himno Nacional”. Este mensaje salió de la boca de la presidenta Sheinbaum apenas hace unos días en una de sus mañaneras. El contexto de este mensaje, del “todo está bajo control”, de aplomo y de poderío nacional, está relacionado con los rumores generados tras declaraciones de Trump y supuestos escenarios que el equipo del presidente electo de Estados Unidos evalúa acerca de una posible “invasión suave” (soft invasion) a México.
Esta invasión suave, se dice, incluiría drones bombardeando a laboratorios de fentanilo y la presencia (ilegal, por cierto) de comandos que entrarían a México a matar o a secuestrar capos de la droga para llevarlos a Estados Unidos. Ojo, ya se llevaron a un capo recientemente, en circunstancias sospechosas y no aclaradas, tomando al gobierno mexicano por sorpresa, y pareciera que lo que más ofende al aparato de Gobierno mexicano no está relacionado con drogas o asesinatos, sino con sopa. Sí, con la sopa que pudiera soltar un capo de alto nivel que ha operado sin mayores molestias del Estado mexicano (en todos sus niveles y poderes) por periodos transexenales.
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Los capos y sus cuadros comerciales y de “justicia”, no sólo se han paseado ya por muchos años con impunidad alarmante, sino que controlan regiones enteras y autoridades por todo el territorio nacional. Pareciera que cada vez que cae alguno, no es claro si por traición de su equipo, acciones de sus rivales, por caer de la gracia de sus cómplices dentro del gobierno en turno o por negociaciones oficiales entre países vecinos, otro toma su lugar.
El “narcosistema” se regenera inmediatamente y los huecos son tomados por manos derechas o por competidores, siempre, pareciera, con la aprobación tácita de autoridades en México, pero también en Estados Unidos. Nos acostumbramos y hasta nos creemos el rollo americano que en noticieros, programas de televisión, películas y editoriales, pero también en discursos oficiales de autoridades de todos niveles en el país vecino, nos dice que los “bad hombres” sólo existen al sur del río Grande y que la causa raíz del problema de las drogas en Estados Unidos empieza y acaba con “M” de México y de mexicanos. Por eso hay quien en México racionaliza y hasta anhela la amenaza de una “invasión suave” como solución al problema.
Pocos se preguntan por la demanda, por los controles que pudiera haber para flujos de dólares y armas, por la aparente ausencia de muertos en una guerra que debiera ser enfrentada por dos países socios y no solamente por el “malo” de las películas. Claro, la señal del sexenio pasado, que pareciera continuar, de que los cárteles de la droga recibirán abrazos y no balazos, no ayuda en nada para que los mexicanos de a pie comprendan el plan de mediano y largo plazo para recobrar territorios y reducir la inseguridad relacionada con el narco.
Mucho más difícil será para un ciudadano americano, adicto a Fox News, pero también un americano promedio o un político que va desde congresista hasta el presidente, entender si tiene un socio serio o si está durmiendo con el enemigo. La moda de los “abrazos, no balazos” sólo hace que se radicalice la postura americana y se barra bajo el tapete la responsabilidad compartida que hay, o debería haber, en el problema.
Quisiera poder entender lo que la Presidenta quiso decir con eso del “tenemos nuestro Himno Nacional”. Supongo que el poeta potosino, Francisco González Bocanegra, no imaginó que 170 años después de que la puso en papel, la letra del Himno Nacional sería la última (o la mejor) línea de defensa contra la invasión de un “extraño enemigo” que pudiera profanar con su planta el suelo mexicano. Tampoco es claro para mí en qué parte del himno se enfocó el comentario de la Presidenta porque, que yo sepa, no hay en ninguna de sus estrofas, de la versión corta y extendida, nada que hable de abrazos contra los enemigos.
Entonces, mientras a los cárteles y a los criminales de cierto nivel (porque nadie te va a dar un abrazo si te pasas un alto, llevas tres copas encima o te atrasas en pagar impuestos) se les ofrecen abrazos; la guerra parece estar reservada solamente para ese famoso “extraño enemigo” que osare “profanar con su planta” (¿o su dron?) su suelo, que, supongo, en este caso serían Estados Unidos, que tendría que enfrentarse con esos soldados que en cada hijo el cielo nos dio.
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Aquí salta la duda de si los soldados, que en cada hijo el cielo nos dio, no son los que están cayendo a un ritmo de 70 a 100 diarios desde hace casi diez años, y si toda la militarización que hemos vivido del 2012 a la fecha, y reforzada especialmente en los últimos 6 años, no debería ya haber interpretado que los “masiosares”, los “extraños enemigos”, incluyen a enemigos internos insertados en actividades que afectan a los ciudadanos, ya sean cotidianas o criminales de todos niveles, y que van desde la corrupción y la ineptitud del aparato de Gobierno en sus tres niveles y sus tres poderes, hasta el cártel y capo más sanguinario del país.
No está mal la idea de leer, citar o hacer referencia al Himno Nacional, pero sería bueno aclarar a qué parte nos referimos y de qué tamaño es la metáfora que queremos poner en la mesa para hacernos sentir mejor como ciudadanos o menos débiles como gobernantes. Porque el mexicano promedio no necesariamente quiere un sepulcro de honor ni un recuerdo de gloria luchando batallas pírricas contra enemigos propios o extraños, a quienes se les ofrecen más abrazos que al mismo ciudadano de bien.