¿Quién mató al Coneval?
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Fue muy hábil la 4T eliminando al posible aguafiestas, antes de mandar las invitaciones para el festejo, tal como hacen los regímenes autoritarios, eliminando las voces críticas y de peso científico, antes de cantar los logros de su maravillosa gestión
Tal vez no debería estar yo dándole estos consejos, pero si un día se decide a delinquir, a cometer un grave ilícito, a iniciarse en la vida criminal, le recomiendo que en cada golpe que cometa se cerciore siempre de eliminar cualquier testigo que lo pudiera comprometer o poner en evidencia.
Esto por el bien mismo y la prosperidad de su carrera delictiva, porque si me lo entamban a la primera fechoría, pues no va a llegar muy lejos. Y ya con antecedentes y señalado como enemigo público, al primer lápiz que se extravíe lo van a voltear a ver a usted.
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No deje rastro, no deje evidencia. Y si alguien lo llega a ver, pues quién le manda, ¿no? Porque no creo que quiera acabar en una celda como juguete del “Mateo 7:2” (consúltelo), como tampoco creo que tenga información valiosa para compartir con las autoridades y que le den la categoría y el trato de testigo cooperante como a los narcos en EU.
Además, y no menos importante: sólo hay algo que odien más los escritores y cronistas del mundo detectivesco que a un criminal desprolijo, sucio y desordenado, y es a un criminal que deja testigos. Así que ya sabe. Nada ni nadie que pueda comprometerle, o contradecir su versión y su coartada. Y si ya de plano le toca vérselas con algún Columbo, pues mala suerte.
Un poco más en serio... Los gobiernos hacen eso mismo, justo así: eliminan a cualquiera que pueda contradecir la narrativa oficial.
Me estoy refiriendo a la eliminación de organismos más que a la de individuos (aunque también, segurísimo estoy que hasta el gobierno más humanista se despacha sus buenas calacas con tal de asegurar “la paz y la continuidad”).
Pero si algo puede hacer un régimen o mandatario es desarticular algún organismo incómodo o disonante con su política o discurso.
Así hizo Stalin cuando arrestó, exilió y “desapareció” a un montón de científicos y académicos cuyos estudios contradecían su promesa de una revolución agrícola que vendría a alimentar a toda la Unión Soviética.
Ya sin nadie que lo contradijera, el dictador le encargó a un tal Lysenko que implementara todas esas novedosas tecnologías tan necesarias, no tanto para alimentar a la población como para alimentar su ego y para gritarle al mundo el triunfo del modelo soviético.
Fue un éxito: una hambruna que cobró 10 millones de vidas en la región de Ucrania, y otros 30 millones en China, que por aquellos días replicaba como pendeja todo lo que hacía la URSS, haciendo canon eso de que: “Y si los soviéticos se tiran a un pozo... ¿tú también?”.
Lamentablemente, todas las voces críticas, los científicos que pudieron haber advertido y evitado esta catástrofe estaban en la cárcel, en Siberia, Vida Mía, o con Diositovsky.
En fechas más recientes, el inenarrable Donald Trump desarticuló diversos organismos científicos para que no quedara prácticamente nadie al interior del gobierno que contrarrestara sus extraviadas políticas sanitarias, energéticas y ambientales.
Al menos no podemos criticarle que fue lo bastante precavido como para eliminar primero a los posibles detractores que habrían puesto en entredicho su trumpiana convicción de que el cambio climático es sólo un engaño de los “abraza-árboles”, por lo cual sería una estupidez dejar de quemar jugo de dinosaurio, siendo que el planeta es una lata llena en espera de que le chupemos hasta la última gota y que hasta sería una descortesía no hacerlo.
Durante su primer periodo, Trump destituyó también a varios inspectores generales independientes, encargados de evaluar la transparencia administrativa y, en ese momento (2020), de medir también los resultados de los incentivos económicos aplicados en respuesta a la pandemia.
Trump, en consecuencia, no tuvo entonces a nadie que lo interpelara a la hora de proclamar el éxito de sus políticas de emergencia y una supuesta rápida recuperación económica. ¡Qué conveniente!
En México, luego de un verano catastrófico para el Gobierno, repleto de escándalos y descalabros, bochornos, entuertos y desfiguros, por fin la 4T nos presentó la alegre estadística que lo justifica todo, todo, todo, todo, absolutamente todo: los índices de muertes violentas, las chapuzas electoreras, las reformas alevosas e ilegales, los presuntos nexos con el crimen organizado, la represión desde el poder de la crítica, el descarado enriquecimiento de la élite morenista, el desabasto de medicamentos... Todo pasa a segundo plano, todo adquiere la calidad de nimiedad y detalle sin importancia porque “Obrador redujo la pobreza”.
¡Y zaz!: “¡En su cara, malditos derefachos prianistas, resentidos por la pérdida de sus privilegios!”, espetaba la secta cuatrotera al tiempo que nos restregaba en la mera féis las alegres estadísticas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía, el Infonavit... ¡No, esperen! El Inegi, quise decir.
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Y si lo dice el Inegi tiene que ser cierto. Después de todo es la institución a la que confiamos el levantamiento, organización, interpretación y análisis de datos para prácticamente todo, ¿no?
Pues fíjese que no. Resulta que previo al lanzamiento de esta campaña del oficialismo que clama y celebra la reducción de la pobreza, el Congreso títere del Ejecutivo votó la desarticulación del Coneval, es decir, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (sí, ya sé, las siglas no cuadran, pero así es).
Y quizás el ciudadano común esté vagamente familiarizado con el nombre de esta instancia, pero no tanto con sus funciones, que eran precisamente la medición de la pobreza a un nivel multidimensional, es decir, que tomaba en cuenta diversos factores relacionados al bienestar del individuo para considerarlo dentro o fuera de las estadísticas de pobreza.
Coincidentemente con su desaparición y en favor de la narrativa oficial, hoy se celebra el abatimiento de una pobreza cuyo concepto no es tan amplio. Se tomó en cuenta sólo el ingreso económico que, en efecto, se incrementó (gracias en gran medida a las becas y pensiones del bienestar) y se dio por exitosa la lucha contra la pobreza, no obstante es más la gente que hoy en día carece de acceso a la salud, a una alimentación adecuada, a vivienda o educación de calidad.
Fue muy hábil la 4T eliminando al posible aguafiestas, antes de mandar las invitaciones para el festejo, tal como hacen los regímenes autoritarios, eliminando las voces críticas y de peso científico, antes de cantar los logros de su maravillosa gestión.
Mataron al Coneval, justo antes de que pudiera abrir la boca y echar por tierra el victorioso relato de que la pobreza en México se redujo, gracias a la gloriosa política del prócer Pejelagarto.
Eliminaron al testigo antes de perpetrar su artero crimen: El crimen de negar la pobreza que, pese al discurso alegre, todavía constituye la más lacerante realidad de los mexicanos.