Recuerdos de un viaje olvidado
Cuando Maximiliano y Carlota vinieron a México, a todos sorprendió que la emperatriz manifestara vivos deseos de visitar Yucatán. Si todavía hoy nos parece que la península está muy lejos, pensemos lo que sería viajar hasta allá en el siglo 19, y más aún en tiempos de guerra, pues en guerra estaba el país.
Pocos saben por qué Carlota quiso ir hasta esa remotísima región. Documentos recientemente hallados nos revelan la verdadera causa por la cual la señora hizo aquel largo y arriesgado viaje.
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La decisión la dio a conocer Carlota en 1865. Los miembros de la corte se asombraron al enterarse de aquella determinación, y la juzgaron imprudente. Muchas causas había por las cuales el tal viaje se debía desaconsejar. Las cosas de la guerra andaban mal. Partidas de liberales, y hasta cuerpos de ejército completos, merodeaban cerca de la Ciudad de México, y hacían peligroso el viaje a Veracruz, donde la emperatriz se embarcaría. En todo el sureste ya sólo estaba libre el camino entre Mérida y Campeche. Por otra parte, la tierra yucateca era insalubre: había ahí enfermedades malignas que bien podrían hacer presa en la ilustre dama.
Tanto Carlota como Maximiliano se reían de esos temores. Una y otro afirmaban que Yucatán llegaría a ser “el niño mimado de la monarquía’’. Carlota hablaba con entusiasmo de la cultura maya, que conocía bien por sus estudios en Europa, y decía que por ningún motivo se privaría de conocer los restos de aquella exquisita civilización. Hasta hablaba de bajar a uno de los misteriosos y mágicos cenotes en que es abundante la tierra yucateca, aunque a muchos los haya destruido ahora el tristemente célebre Tren Maya.
Pero no era Carlota la verdadera inspiradora del viaje. Quien realmente estaba interesado en Yucatán era Maximiliano. Resultará difícil creer esto, pero aun en los momentos en que ya estaba perdiendo a México, el idealista emperador soñaba con agrandar los límites de su imperio hasta llegar a América del Sur. ¿Acaso no había pertenecido a México toda Centroamérica en tiempos del Primer Imperio, el de Iturbide? Así agrandado, el imperio tendría que situar su capital más al sur. Mérida podría ser esa capital. Además ya casi todo el norte estaba en poder de los liberales, lo cual podría facilitar la entrada a México de fuerzas norteamericanas. Era necesario, pues, contar con una segunda capital, bien alejada de la Ciudad de México, para el caso de una invasión de los americanos, que ya antes habían llegado hasta la capital.
Así pues Carlota emprendió el viaje, y lo hizo atendiendo un deseo de su marido. Tenemos una mala idea de la emperatriz: la juzgamos mujer frívola cuya ambición fue causa de la muerte de su esposo. En parte eso es cierto. No menos ciertas son, sin embargo, su abnegación y lealtad hacia su consorte, a quien ayudó como fiel aliada y compañera.
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Así empezó el viaje de Carlota a Yucatán. Escribió un cronista francés de la época: “... La ciudad (Puebla) estaba adornada en forma bastante atractiva. Se quemaron cohetes, aunque era de día. El polvo era terrible, igual que el calor. Pese al carro cerrado, cuando bajó la emperatriz iba cubierta de polvo. Parecía una molinera. Hizo formar a la tropa e impuso condecoraciones a los oficiales que se habían distinguido en la campaña. Fuimos invitados a la mesa junto con los dignatarios locales, que parecían changos (sic)... Por la noche hubo un pequeño baile al que no se presentó la emperatriz. A las cinco de la mañana continuó el viaje a Veracruz...’’.
Extraño viaje éste. Pero, bien vistas las cosas, no tan extraño.