Redes sociales: Los discursos de odio son racionales
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Se ha comprobado que estos discursos no son inocentes o afectivos, sino ideológicos y racionales. Esto quiere decir que quienes los emiten generan una estrategia, forma y contenido para difundirlos: ¡son pensados y racionalmente diseñados para herir!
Nadie puede ignorar el impacto que ha tenido Internet en nuestras vidas diariamente, segundo a segundo. Existe, a su vez, una mirada negativa y una percepción o sensación de crueldad y violencia exacerbada en redes sociodigitales. Uno de los fenómenos que se reforzaron con las redes ha sido el de los discursos de odio, en todas las generaciones y ámbitos sociales. Cada evento, publicación, personalidad parece ser digna de críticas y comentarios con alto grado de violencia, tanto que parece cobrar valor dentro de las prácticas en las redes sociodigitales. No obstante, su origen aparece en el contexto regulatorio a través de las leyes y los derechos humanos que surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se buscó prevenir nuevas formas de Holocausto.
Históricamente, la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 sentó las bases al establecer principios de igualdad y no discriminación. Aunque no mencionaba específicamente el “discurso de odio”, estos principios inspiraron leyes posteriores, como en 1965, durante la Convención Internacional sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación Racial, que subrayó la necesidad de prohibir la difusión de ideas basadas en la superioridad racial o el odio racial.
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En Estados Unidos, el término “hate speech” cobró forma a través de decisiones judiciales y debates sobre la Primera Enmienda, que protege la libertad de expresión. Un caso importante fue “Brandenburg v. Ohio” (1969), que determinó que sólo se castiga el discurso que incita a la acción ilegal inminente. En Europa, debido a la historia del fascismo y el nazismo, las leyes son más estrictas y prohíben directamente el discurso de odio por su capacidad de incitar a la violencia y la discriminación. Instituciones como el Consejo de Europa y la Unión Europea han adoptado diversas medidas para abordar el discurso de odio. Por ejemplo, el Consejo de Europa emitió la Recomendación No. R (97) 20, definiendo el término y recomendando acciones contra él.
Fue entonces que la Unión Europea, a través de la Directiva sobre Igualdad Racial de 2000 y otros instrumentos legales, también aborda el discurso de odio, especialmente en relación con la incitación al odio racial y la xenofobia. Actualmente, organismos como la ONU, UNESCO, Unión Europea y otros organismos que protegen la libertad de expresión, así como universidades públicas y privadas, han destinado sus esfuerzos a estudiar y desarrollar manuales para combatir los discursos de odio, pues les han descubierto efectos nocivos personales y sociales que afectan el desarrollo pacífico, tolerante y democrático de las comunidades y personas.
La UNESCO (2024) define a los discursos de odio como: “cualquier forma de comunicación de palabra, por escrito o a través del comportamiento, que sea un ataque o utilice lenguaje peyorativo o discriminatorio en relación con una persona o un grupo sobre la base de quiénes son o, en otras palabras, en razón de su religión, origen étnico, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otro factor de identidad”.
Lo interesante de los discursos de odio no es su historia, ni el impacto que han tenido en la psique de las personas, sino cómo los estamos pensando. Desde la lingüística se ha comprobado que estos discursos no son inocentes o afectivos, sino ideológicos y racionales. Esto quiere decir que quienes emiten estos discursos generan una estrategia, forma y contenido para difundirlos: ¡son pensados y racionalmente diseñados para herir!
Según el filósofo Parekh (2006), el “hate speech” presenta tres elementos definitorios: 1) un mensaje objetivamente ofensivo o degradante; 2) dirigirse a un colectivo social específicamente identificado; y 3) riesgo de exclusión de dicho colectivo. Por tanto, este discurso no representa un juego, un malentendido o ingenuidad de quien los emite, sino una manifestación deliberada de ideologías que buscan deshumanizar y excluir a ciertos grupos. Como se ha evidenciado, el discurso de odio tiene raíces históricas de una fuerte carga manipulativa (nazismo y el fascismo) y una evolución adaptada a los nuevos medios de comunicación.
Existe una fuerte relación con los discursos políticos y bélicos, que justamente muestran en su contenido una dualidad (vencedor/vencido) y una estrategia comunicativa para derrotar o intimidar al adversario. Por ende, no es casual que muchos de los discursos de odio estén orientados a ideologías políticas, clasistas, racistas, étnicas y homofóbicas.
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Las consecuencias de permitir su expansión sin ningún antídoto son múltiples: desde el daño psicológico a las víctimas hasta la erosión de inclusión social y la aceptación diversa de la misma, así como la amenaza a los principios democráticos que vulneran los derechos y una vida pública sana. Se ha demostrado que la exposición constante a mensajes de odio en redes sociales puede normalizar su presencia e influir negativamente en la percepción pública sobre el otro y fomentar actitudes discriminatorias.
Ante este desafío, es imperativo enseñar la responsabilidad individual y colectiva de nuestras acciones. Tiene mucho valor la alfabetización mediática y digital, pues se presenta como una herramienta esencial para capacitar a los ciudadanos en la identificación y rechazo de contenidos nocivos.
Combatir los discursos de odio requiere primero reconocerlos como objetivos, generar un compromiso sostenido y colaborativo en la enseñanza a todos los sectores de la sociedad. Sólo mediante la concienciación, la educación y la acción conjunta podremos construir una comunidad digital más inclusiva y resiliente, donde la dignidad y los derechos de todos sean respetados y protegidos. Como decía Martín Barbero: reconocernos en nuestras diferencias.
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