Quiero pensar que es igual de difícil para la gran mayoría de mis compatriotas mexicanos, como lo es para mí, el detenerse un momento, poner la inercia de lo que pasa a nuestro alrededor en pausa y verdaderamente evaluar datos, ser crítico y cuestionar, con más de un milímetro de profundidad, lo que sucede en México. Y me refiero no solo al tema de campañas, que parece ser el único tema que existe, sino a cómo evoluciona el país, las ciudades, la economía, la sociedad en su conjunto y a cómo nos hemos acostumbrado a ver al país a través de un par de lentes, tal vez dos pares, que tienen un poderoso sesgo sumamente negativo, casi autodestructivo, por un lado y color de rosa que refleja una realidad inexistente que barre bajo el tapete problemas reales que al pretender que no existen se posterga su comprensión y solución. Así, las mayorías sensatas, quienes estamos bombardeados constantemente por el fatalismo de unos y el espejismo de otros, vivimos en el limbo que se forma para quienes se rehúsan a instalarse en un polo que ve todo lo que es propio como perfecto y todo lo que hace el de enfrente como desastroso. Nos hemos vuelto adictos, como lo sugiere Peter Coleman en su libro “The Way Out”, a vivir indignados (outraged) por todo y por nada. Coleman sugiere que existen “emprendedores del conflicto” que lucran cotidianamente con esa necesidad del ciudadano de sentirse indignado por algo todo el tiempo (ejemplos de estos “emprendedores” van desde gente como Elon Musk con su tribuna en “X”, a un presidente (que se consideró a él mismo “purificador de la vida pública de México”), a ese otro (americano) que prometió “drenar el pantano”, a dueños de medios de comunicación cuya línea editorial busca activamente generar y cultivar esa indignación que convierte a sus audiencias en clientes frecuentes, o a líderes de partidos o movimientos de “la sociedad civil” que siembran la semilla de la discordia (del peligro para México) con la excusa de que el otro empezó. También, no tengo duda, existen aquellos que se han vuelto adictos a que les alimenten una realidad que no existe, un espejismo, llamémosles “espejistas”, en el caso actual de quienes adulan, adoran y alaban al mesías en turno (casualmente apodado “Peje”); una vez comprado el espejismo, lo defienden como si se tratara de un dogma religioso donde no se puede estar en desacuerdo en nada con el rebaño, mucho menos con el pastor. Como seguidores de secta suicida, no cuestionan y están listos para saltar al vacío si el líder lo pide. No se dan cuenta que son carne de cañón; igual que la gran mayoría del polo de los indignados, los fatalistas, son carne de cañón en beneficio de sus respectivos emprendedores del conflicto, quienes los manejan y manipulan a su antojo, supuestamente defendiendo al país.
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Así, en un polo de nuestro querido México están los que creen que deben estar indignados por todo, desde el amanecer hasta el anochecer. Ellos son los fatalistas. Quienes ya compraron la idea del “peligro para México” y que cada vez que existe una señal de que no somos (todavía) Cuba o Venezuela parecen emitir espuma por su boca. En el otro polo, están quienes sienten que deben festejar y aplaudir todas y cada una de las ocurrencias, dichos o acciones de su mesías o ideología, sin importar qué tan rancia sea la ideología o cuestionable el rollo del mesías. Los “espejistas” están obligados a consumir todo lo que hay en el bufet oficial. No hay oportunidad de cuestionar y es necesario afirmar la infalibilidad del “movimiento” y del “señor”. No existe margen para pensar que se pudo haber hecho algo mejor o distinto en beneficio de las mayorías, eso es motivo de expulsión inmediata de la secta. Si tú eres parte de la sensata mayoría, esos ciudadanos que no compran todo lo que uno de los polos vende y que son capaces de reconocer aciertos y errores en ambos polos, eres en estos tiempos un ciudadano en vías de extinción (no literalmente, sino en cuanto a poder conservar opiniones mesuradas, moderadas y centradas sobre temas relevantes). Ambos polos te quieren hacer pensar que no alinearte con ellos es pecado mortal y casi motivo de excomunión política de la (su) sociedad. Los grupos de amigos o familiares a los que perteneces, generalmente secuestrados por mensajes y propaganda alineada con uno de los polos, te seguirán presionando para que te deshagas de tus dudas, te indignes o hipnotices y olvides la capacidad de cantar bolas y strikes, para que endoses tu cerebro, ideas y valores a la visión de ese polo. Te quieren hacer pensar que no existen tonos de gris en las discusiones. Ellos están correctos en todo y los de enfrente equivocados en todo. Así, cualquier tema se vuelve binario. Acabas estando con ellos o contra ellos.
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México necesita una masa crítica de ciudadanos que subsistan a lo largo y ancho del espectro político y de opinión. Capaces de poder ver los beneficios y las fallas de lo que los extremos proponen y entender que, con frecuencia, la respuesta correcta estará en un punto medio. No es razonable esperar que a un gobierno le vaya mal, y aplaudir cuando así sucede, solo porque estoy instalado en uno de los polos. Tampoco es razonable pensar, del otro lado, que el gobierno en turno es infalible y “los otros” son el enemigo. Esas son las bases de una guerra civil. A México no lo define una elección, un partido o un gobierno, sino la masa crítica de la mayoría sensata; urge protegerla.