Resistencias dominicales
La mañana de ayer domingo, miraba a mi perro llamado “Mechas”, cruce de French Poodle y de la calle; quien llegó una noche lluviosa a mi anterior casa. Llegó, recuerdo, empapado y sucio con sus largos bucles blancos en forma de trenza rastafari. Su anterior vida, pensé cuando la vi, fue en Jamaica y seguro, su dueño o dueña, miraba “a Jah (o Yavhé) como la esencia de la Santa Trinidad formada por Padre, Hijo y el Santísimo de la creación”. Y él o ella trabajaban “en favor de la bondad del hombre y el hermanamiento bajo una convivencia pacífica y en libertad”.
Lo afirmo porque Mechas, a través de sus 14 años de vida perruna o 77 de vida humana conmigo y mi familia, nos ha nutrido de generosidad ilimitada; de bondad fraternal y de paz hermanada a la lealtad y la libertad.
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Ninguno de nosotros puede explicar esos 14 años de vida sin ella. Ni los entenderemos cuando deje de acompañarnos. Porque la Mechas es un reflejo de nosotros, y nosotros de ella. Por ello, la atesoraremos con entrañable gratitud en nuestros corazones a la dimensión que vaya. Y, ella, probablemente, nos recordará igual.
Hoy, sin embargo, con sus 14 años perrunos o 77 nuestros, a cuesta; se resiste a morir. Igual, espera para su partida escuchar la canción “One Love” del rastafarí mayor, Bob Marley, para lentamente caminar hacia su dimensión perruna de luz.
Esta mañana recibí una instrucción puntual del Mando Mayor familiar: “ve al Oxxo, a comprar refrescos”. Obvio. Me levanté como resorte y fui. Al llegar, observé un carro Mazda 3 color negro, estacionado en el lugar de personas discapacitadas. Entré al OXXO y pregunté a la dependienta, no mayor de 25 años, que si conocía al propietario de ese automóvil y muy tranquila me respondió: “Sí, es mío”. Le pregunté: “¿Sabía que es ilegal estacionarlo ahí porque limita el derecho de una persona con capacidades diferentes para utilizarlo?”. Sin perder su tranquilidad me dijo: “Lo que pasa es que las señoras que vienen a la estética de al lado, golpean las puertas de mi carro con las puertas de sus automóviles y no quieren hacerse responsables”.
Ante tal argumento, pagué los refrescos y me fui. Nunca más, mi familia o yo volveremos a ese OXXO. Segunda resistencia.
Miré dos partidos de soccer ayer: España vs. Georgia y México vs. Ecuador. En el primer caso observé lo siguiente:
Los equipos de Europa del Este, sin tener un juego excepcional, más allá de su defensa rocosa y un contragolpe letal; crecen con un sentimiento nacionalista feroz; no comercial o mercadotécnico.
Sienten la camiseta como su propia vida. Además, la mayoría de sus jugadores juega en su propia liga y se conocen por años.
Mientras los jugadores de las otras selecciones −inglesa, alemana, española o italiana− andan dispersos en varias ligas y su identificación personal y futbolística no es tan sólida. Su mayor preocupación consiste en evitar lesiones para que sus intereses económicos definidos desde el mercado global no sean arruinados.
Cierto. En la cancha esas selecciones pueden ganarle a Albania, Eslovaquia, Eslovenia, Georgia, Hungría, República Checa o Rumania, pero no será por entrega, coraje, determinación y amor por la camiseta, sino por superioridad técnica o estratégica.
Estos equipos “chicos” de Europa del Este respiran y viven el fútbol de manera diferente: Más apasionante y sin tantos filtros económicos o mercadotécnicos. Ellos se resisten a entrar al juego corporativo global.
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En el segundo partido, para variar, México jugó como nunca y perdió como siempre para quedar fuera de la Copa América.
¿Cómo mantener la ilusión de este equipo ante la mediocridad del fútbol mexicano, deglutido por la voracidad de directivos, dueños de equipos y compañías televisoras?
La ilusión colectiva por el TRI se mantiene y resiste a morir por una razón: el fervor nacionalista que es alimentado por el orgullo patrio y la efectividad de la mercadotecnia y la publicidad para ensalzarlo y obtener ganancias jugosas del mismo.