Ruptura pactada; transición sin cambios (I)

El profesor Juan Linz, reconocido maestro de la Universidad de Yale, fallecido en 2013, dejó su huella en varias generaciones de estudiantes de política pública. Entre muchos otros temas, es conocido por la abundante obra de su autoría relacionada con el estudio de las transiciones a la democracia en distintas naciones.
Hace alrededor de veinte años estudié estos asuntos de la mano de su libro “Problems of Democratic Transition and Consolidation. Southern Europe, South America, and Post-Communist Europe”, escrito con Alfred Stepan, quien fuera director de la Escuela de Asuntos Públicos e Internacionales de la Universidad de Columbia en Nueva York y, anteriormente, maestro de la Universidad de Yale. Stepan, a su vez, falleció en 2017.
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En 2002, México transcurría el segundo año de gobierno de Vicente Fox. Sólo podía observarse y opinar sobre los acontecimientos del momento, comparándolos con otras transiciones en Europa y América Latina. Hoy, a “toro pasado”, podemos decir que los aciertos y errores fueron más o menos los mismos en todos los casos. Con sus matices, los errores tienden a repetirse y tienen su origen en la resistencia que las nomenclaturas autoritarias tienen frente a las olas democráticas.
En su análisis de la transición española, Linz y Stepan hacen referencia a lo que llamaron “reforma pactada-ruptura pactada” o, en otras palabras, reforma negociada, ruptura negociada. España y Chile lograron pactar transiciones desde las dictaduras de Franco y Pinochet. En el mismo sentido se logró pactar una reforma a futuro. La prudencia fue fundamental en procesos en los que se dejaba atrás la dictadura, primero de forma y más tarde de fondo, para ir adoptando la democracia electoral −representativa de forma y fondo, construyendo nuevas instituciones para dar vida a un nuevo sistema−. Hacerlo de manera abrupta habría sido imposible y, cuando menos, muy violento. Cuando la sangre ya corrió a raudales, lo menos que se quiere son más desventuras.
En México el proceso ha sido diferente, el foco principal del cambio fue la democracia electoral. Para el régimen supuso despresurizar la olla a punto de reventar por las recurrentes crisis económicas y por una particular cultura política atravesada de pies a cabeza por la corrupción. No sabíamos o no queríamos saber que sólo estábamos cambiando de cascarón. Quisimos creer que con “sacar al PRI de Los Pinos” y respetar el voto ciudadano, todo lo demás se daría por añadidura. Error. De cierta forma cayó el PRI, pero su esencia siguió impregnada en el aparato gubernamental y amplios sectores de la sociedad.
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Creo que el Gobierno intentó cambiar las cosas, pero no tenía mayoría en el Congreso para concretar los cambios que prometía una Reforma al Estado mexicano. Ante ello encaró dos opciones: A) Enfrentar al PRI abiertamente, romper, arriesgar, evidenciarlo ante el pueblo, aliarse con las fuerzas democráticas de izquierda, la “ruta Castañeda”, en referencia a Jorge G. Castañeda, entonces secretario de Relaciones Exteriores; y B) Aceptar la realidad política como un reflejo de la voluntad popular, negociar con PRI, aceptar sus condiciones para avanzar en la democratización del país, la “ruta Creel”, en referencia a Santiago Creel, entonces secretario de Gobernación. Como sabemos prevaleció la ruta Creel.
Circuló por entonces un rumor que decía, palabras más o menos: “Un conspicuo grupo de legisladores priistas, sabedores de que su partido estaba de rodillas, buscaron a Fox para ‘ponerse a sus órdenes’ y seguir sus instrucciones. Eran los necesarios para lograr una mayoría en el Congreso. Se dice que Fox los recibió cordialmente, los escuchó y despidió con estas o parecidas palabras: ‘yo necesito un PRI fuerte...’”.