Amar y después callar

Opinión
/ 22 diciembre 2023

Parece que los tronos excitan las partes pudendas de quienes en ellos se sientan, pues a lo largo de la historia, y a lo largo y ancho del planeta, un número incontable de reyes y de reinas han caído en culpas de fornicación y de adulterio, desde los tiempos bíblicos hasta la actualidad. (Alguien le preguntó a Camilia, fémina de cuerpo generoso: “¿Qué diferencia hay entre adulterio y fornicación?”. “Pienso que ninguna –ponderó ella-. Yo he hecho las dos cosas, y en las dos se siente exactamente igual”). Carlos IV, monarca español a quien Tolsá inmortalizó –sin merecerlo el mentecato rey- en la famosa estatua ecuestre que la gente de la Ciudad de México llama “El caballito”, le dijo un día a su padre, Carlos III, él sí gran soberano: “Es imposible que a nosotros nos engañen nuestras mujeres, por nuestro origen divino, nuestra nobleza y calidad”. “¡Ay, hijo! –suspiró el sabio genitor-. ¡Qué tonto eres!”. Y en efecto, al jinete del Caballito su esposa María Luisa, pese a ser más fea aun que como Goya la pintó, le puso con ayuda del guapetón y cogelón Godoy unos cuernos como de toro navarro o Texas longhorn que lo obligaban a pasar de ladito por las puertas, pues si lo hacía de frente se atoraba en las jambas. Digo lo anteriormente dicho porque por estos días es causa de cotilleo en una corte europea –no diré cuál: “la luz del entendimiento me hace ser muy comedido”, dijo Lorca- la villanía de un individuo al mismo tiempo estúpido y canalla que se jactó de tener amor de cama con la reina de una de las más antiguas e históricas cortes de la Europa. Le es aplicable a ese infame la galana y aleccionadora décima que en México le enrostró un poeta al majadero mozalbete que en tertulia de hombres doctos se vanaglorió de haber obtenido un beso de una joven a la que todos conocían y apreciaban por sus buenas cualidades. He aquí esos versos: “Dicha que es dicha no es dicha. / Dicha si fuese callada. / ¿No bastaba ser gozada, / sino ser gozada y dicha? / Ah, qué tremenda desdicha / es la de los falsos sabios / que convierten en agravios / los favores, y es gran mengua / tenga desdichada lengua / quien tuvo dichosos labios”. Amar y después callar. Tal es obligación de caballeros. Quien a ese deber falta no merece tal título, ni el de hombre... Perdonarán mis cuatro lectores que esta vez no haya cumplido mi tarea de orientar a la república, pues me ocupé más bien en orientar a las cortes europeas. A efecto de compensar tal omisión narraré algunos cuentecillos de humor leve y luego dejaré el sitio a la palabra FIN... Camala, señora que andaría por los 60, recibió una infausta noticia de su médico: pronto quedaría inhabilitada para tener sexo. Le quedaban sólo 10 oportunidades para hacer el amor. Se quejaba con enojo la señora: “¡Y el egoísta de mi marido quiere que todas sean con él”!”. (No seas mala, Camala. Déjale por lo menos una, a modo de remember o nostalgia)... Doña Panoplia de Altopedo, dama de buena sociedad, tenía una muchacha de servicio llamada Ancila. Cierto día la chica le anunció de buenas a primeras que se volvía a su pueblo. “¿Por qué?” –se azoró doña Panoplia. Ya se sabe que en muchas casas es más importante para la señora la fámula que el marido. Explicó Ancila: “Me pagan muy poco por lo que le hago a usted, y nada por lo que me hace el señor”... Doña Cotona, la esposa de don Algón, ejecutivo de empresa, no se andaba por las ramas cuando se trataba de manifestar sus opiniones. Su consorte le anunció, orgulloso: “Los socios de la Sociedad Social de Sociedades me nombraron El Hombre del Año”. “Me lo explico –respondió con acritud doña Cotona-. El año estuvo de la chingada”... FIN.

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