Saltillo: La sabiduría del doctor Zertuche

Opinión
/ 27 noviembre 2023

Muchos saltillenes recuerdan a aquel hombre viejecito que vendía churros en la plaza que todos llaman “de los güevones”, pero cuyo nombre ancestral fue Plaza de los Hombres Ilustres, y tiempo después adoptó el nombre de nuestro insigne poeta Manuel Acuña.

Ponía su canasta, de ésas grandes, tejidas, en un banquillo de tijera y vendía sus deliciosos panecillos tomándolos con unas pinzas y entregándolos en una hoja de papel de estraza. Vestía delantal y se tocaba la cabeza con una eterna boina vasca. Yo lo recuerdo −vaga memoria de niñez− con ojos claros y un apunte de barba entrecana.

TE PUEDE INTERESAR: Nueva cosecha de refranes

Se decía del vendedor de churros que era un resucitado, igual que Lázaro. Cuando la epidemia terrible de influenza española que diezmó la población de Saltillo en los principios de este siglo, el churrero había quedado privado de la vida y la había recobrado milagrosamente. Así decían las gentes, que miraban con reverencia no exenta del temor a aquél que había conocido los misteriosos reinos de la muerte. La historia yo me la sé de otra manera, y como me la contaron yo la cuento aquí.

El doctor Antonio María Zertuche era maestro del Ateneo Fuente, graduado de la Universidad de la Sorbona y en Saltillo médico municipal, recibió el encargo de señalar con una tiza blanca la frente de los que hubiesen muerto víctimas de aquel funesto mal. En las prisas de su tristísima tarea, el doctor Zertuche marcó por equivocación la frente del vendedor de churros, que estaba solamente privado de conocimiento.

Lo recobró, espantado, cuando iba ya en el macabro carretón que en confuso hacinamiento de cadáveres lo llevaba camino del cementerio, para ser arrojado en la fosa común.

TE PUEDE INTERESAR: Injusticias a personajes ilustres

Es por eso explicable que el churrero quisiera de inmediato bajar del carretón. Pero el carretonero, hombre mal encarado, rudo de obra y de palabra y muy poseído de la alta importancia de su delicadísima función, detuvo al fugitivo con imperioso ademán:

-¡Épale, amigo! Y usté ¿pa´ ónde va?

-¿Cómo que pa´ ónde voy? −dijo el churrero con temblorosa voz−. Yo no estoy muerto.

-Usté cállese y échese y siga donde va −le ordenó el carretonero terminante−. ¿Apoco va a saber más usté que el doctor Zertuche?

Y así diciendo dio un chicotazo a sus dos mulas y sentado en lo alto del carretón igual que un rey fulminó con la mirada al vendedor de churros, que ya no supo más qué hacer.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM