Saltillo: Libros Libres, un homenaje literario
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“5... 4... 3... 2... 1... ¡Ya!”. Se escuchó clara y sonora la voz de la maestra Imelda Rétiz, encargada de la Sala de Lectura del que fue mi colegio de niño, y luego el de mis hijos y mis nietos: el invicto y triunfante “Ignacio Zaragoza”, lasallista. Al final de esa cuenta regresiva la numerosa gente congregada en el Paseo Capital, bello sitio de Saltillo, fue a las mesas donde se habían colocado 500 libros de autores antiguos y modernos, y cada persona tomó uno como regalo que llevaba una cláusula consigo: al terminar de leerlo debería dejarlo en algún sitio público –el autobús; la mesa del café; la banca de un parque–, a fin de que alguien lo encontrara, lo leyera e hiciera después lo mismo: trasmitirlo. Dijo un alumno en el micrófono: “Don Armando: el regalo de estos libros es un regalo para usted en su cumpleaños. Se han entregado así 8 mil 500, parte del proyecto Libros Libres que, como usted sabe, fue creado en su honor”. Hombre de libros soy y he sido siempre, y me emociona entonces saber que con mi nombre esos miles de libros –cuento, novela, poesía, ensayo, teatro– andan por mi ciudad llevando a mis paisanos la letra y el espíritu de los mejores hombres y mujeres que en el mundo han sido. Por ese precioso obsequio, que se traduce en múltiples obsequios, doy gracias a la maestra Rétiz, a quien he llamado “apóstola del libro”, aunque el vocablo “apóstol”, indebidamente, no tenga el género femenino. En igual modo expreso mi agradecimiento al Hermano José Antonio Mellado Moya, director del Colegio; al Hermano Genaro Velasco y Armesto, quien puso en mis manos un volumen bellamente editado con la historia del movimiento scout en Saltillo; a las maestras y alumnos de la Escuela Primaria “Miguel López” y de la Secundaria Técnica que lleva el nombre de un saltillense inolvidable, don Casiano Campos Aguilar, sabio e incansable luchador social; al licenciado Jorge Alberto Dávila Rangel, titular de la Coordinación Estatal de Fomento a la Lectura. Todos ellos participaron en el festejo público por mi cumpleaños. Gracias también a los señores del señorial Casino de Saltillo, que dieron facilidades para la instalación del sistema de sonido que se usó en el evento. Ya he dicho que provengo de familia modesta, si no pobre. Mis padres no tenían los recursos necesarios para ofrecerme una piñata y merienda como la que les hacían sus papás a mis compañeritos el día de su santo. Los envidiaba, debo confesarlo. Ese insano sentimiento ha desaparecido: de la simbólica piñata que cada año mi Colegio me organiza caen ahora miles de libros que enriquecen a quienes los leen. Y hubo merienda también, en la forma de un grande y colorido pastel decorado con libros de pasta de azúcar. Esta vez la impredecible dama a quien llamamos “vida” me sonrió y me hizo una caricia. Le doy gracias por eso, lo mismo que a la querida gente que me acompaña en la hermosa aventura –la hermosa ventura– de vivir... Fue sólo un acostón, una aventura erótica entre un hombre y una mujer que apenas se conocían de nombre. Al terminar el efímero trance le dijo él a ella con aire prepotente: “Si de esto te resulta algo, le pones como yo”. Le dijo ella a él: “Y si de esto te resulta algo a ti, le pones penicilina”... El empleado de don Algón llegó dos horas tarde a su trabajo. “Perdone usted, jefe –se disculpó–. Mi esposa me dio el beso de despedida ¡y que nos picamos!”... Don Poseidón oyó el relato –confesión más bien– que su hija Glafira le hizo de lo sucedido con su novio la noche anterior. Tras escuchar la narración el severo genitor le dijo a la muchacha: “No me importa que no te haya gustado cómo te lo hizo. Tienes que casarte con él”... FIN.
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