Secuestrados
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“Soy el líder de una peligrosa banda de secuestradores. En el mundillo de la delincuencia soy famoso por mi crueldad, y todo por haber decapitado a una de mis víctimas.
“Desde hace tiempo te estaba vigilando. Calculaba tus pasos, recopilé información sobre las cuentas bancarias de tu familia y sobre sus propiedades. Llegué a saber a qué horas salías de tu casa, dónde trabajabas, cuál supermercado preferías, qué hacías los fines de semana. Lo sabía todo de ti, y tú ni siquiera me conocías.
“El día de tu secuestro todo fue muy sencillo, pues nadie notó lo que hacíamos. Ibas saliendo de tu casa. Al subirte al coche te distrajiste viendo unos papeles y ahí fue cuando te atrapó uno de mis empleados que te esperaba al interior del automóvil.
“Hoy cumples un año de haber sido secuestrado, y aunque tus familiares ya pagaron el rescate, me dices ahora que no quieres regresar, que prefieres vivir con nosotros. Es increíble tu decisión. A pesar de haberte causado un tremendo dolor al separarte de los tuyos, a pesar de que he dejado a tu familia en la quiebra, a pesar de que viviste siempre amenazado de muerte, resulta que ya no quieres regresar a la tranquilidad de tu hogar.
“Como tú sabes, soy un delincuente. Por eso me honra que a pesar de todo, quieras seguir viviendo aquí”.
Si bien este relato resulta muy poco creíble, en realidad no lo es tanto. Es cierto que hasta ahora no se ha conocido el caso de un secuestrado que decida vivir con sus plagiarios, pero hay casos de personas que se han visto afectadas por delincuentes y, a pesar de todo, sigan defendiéndolos. Un ejemplo de ello son los mineros.
Los acontecimientos en la mina Pasta de Conchos, por ejemplo, pusieron en evidencia muchas cosas. En primer lugar, la falta de responsabilidad de la empresa propietaria de dicha mina al permitir que sus trabajadores se expusieran a un peligro constante derivado de la falta de medidas de seguridad. Y en segundo lugar, el abuso por parte del líder sindical minero, Napoleón Gómez Urrutia.
Todos sabemos que los mineros ganan un sueldo bajísimo, a cambio del cual deben desempeñar el trabajo más riesgoso que pueda existir. En cambio, el senador Gómez Urrutia, quien supuestamente se dedicaba a pelear por los intereses de dichos trabajadores, lleva una vida que dista mucho de las incomodidades de tener que respirar un sinfín de partículas y gases tóxicos a decenas de metros bajo tierra.
Dueño de lujosas residencias, tiene entre sus gustos los buenos restaurantes franceses, los viajes y el comprar automóviles que ni los 65 mineros que murieron en Pasta de Conchos pudieran haber pagado con una vida dedicada al trabajo.
Los intereses de los mineros estuvieron y siguen secuestrados por este líder corrupto. Y pese a que se les presentó la valiosa oportunidad de escaparse de este delincuente −quien tuvo que recurrir al autoexilio en Canadá− y encontrar a un representante verdadero de sus intereses, resulta que lo defendieron a capa y espada y hoy están pagando su penitencia. El sector energético de Coahuila, especialmente el del carbón, se encuentra en una inactividad tal que muchos mineros han recurrido ya a otras ocupaciones. ¿Y su líder? No se atreve a contrariar en lo más mínimo los designios de aquel que lo resucitó y lo rescató del exilio.
Si López Obrador dice que ya no se compra carbón en Coahuila, Napito permanece con el pico cerrado y con sus bolsillos ávidos de engordar su fortuna por medio de arreglos millonarios con empresas de exploración minera, adivinen de dónde: atinó usted, de Canadá, su segunda patria.
¿Y mientras tanto, qué ha sucedido con los mineros? ¿Han buscado otro líder? No. Ellos quieren seguir con Napoleón Gómez Urrutia. El secuestrado quiere a su secuestrador. Mayor paradoja no se había escuchado jamás. Por desgracia, esta situación increíble es más común de lo que parece. En el Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación sucede lo mismo, así como en la CTM. Es la historia vergonzosa del México de ayer, es la realidad vergonzosa del México de mañana.
El sindicalismo mexicano tiene secuestrada a la Nación. La corrupción y el poder de estas organizaciones han provocado que México se encuentre muy lejos del desarrollo.
Es indispensable contar con sindicatos, es cierto, pero no con estos sindicatos. A la tragedia minera, se suma la tragedia educativa, la tragedia petrolera, la tragedia obrera, en fin, la tragedia de México.
aquientrenosvanguardia@gmail.com