Ser niñas y niños en los tiempos de la desaparición de personas
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Cuando hablamos del fenómeno de la desaparición de personas, automáticamente pensamos en contextos de conflictos armados internos o internacionales, o en escenarios de disidencia política. Sin embargo, en México existe otro panorama: las desapariciones vinculadas con el crimen organizado y la gran ausencia e indiferencia del Estado frente a este fenómeno.
La desaparición de personas representa una de las mayores tragedias en nuestro país. Estamos hablando de más de 111 mil individuos que nunca han regresado a sus hogares, a sus familias y seres queridos. No hay día en que sus familias no esperen su regreso. Aunque hayan transcurrido semanas, meses e incluso años; madres, padres, hijas, hijos, hermanas y hermanos sueñan diariamente con el retorno de su ser querido al hogar.
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La angustia que surge ante la desaparición de una persona representa uno de los dolores más profundos. Es la confusión de no saber qué ha ocurrido, es una espera llena de desesperación. Sin embargo, las familias de las desaparecidas y desaparecidos nunca pierden la esperanza; mantienen una llama que nunca se extingue y que, a menudo, brilla en medio de la indiferencia y falta de empatía de una sociedad demasiado absorta en sus propias preocupaciones como para notar a alguien que, de repente, ya no está.
En esta inmensa tragedia, las víctimas de desapariciones forzadas son incontables... demasiadas. Los adultos tal vez desarrollamos herramientas emocionales para sobrellevar y avanzar ante diversas adversidades. Lloramos, gritamos y luchamos. Sin embargo, las niñas, niños y adolescentes (NNA), familiares de personas desaparecidas, no deberían tener que llorar, gritar ni luchar por la ausencia de sus seres queridos que no regresaron a casa.
Las NNA deberían preocuparse sólo de decidir a qué juego jugar, de cómo desarrollar su creatividad, alimentar su fantasía y soñar. Sin embargo, muchos están viviendo sus peores pesadillas. A pesar de esto, a menudo nos brindan lecciones tan poderosas que, al igual que la luna llena, son capaces de mover las mareas de nuestras emociones, estancadas en el rencor, la rabia y el juicio. Una de esas lecciones nos la dio recientemente Sebastián, un niño originario de Piedras Negras, Coahuila, que acompaña a su mamá Serene Berenice en la búsqueda de su tío, Miguel Ángel Juárez Flores.
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Sebastián tiene apenas 7 años y, probablemente, no comprende del todo los procedimientos burocráticos que se deben superar para que se hagan efectivos los derechos proclamados tan solemnemente en numerosos documentos nacionales e internacionales.
Sebastián, con la inocencia propia de un niño, tampoco comprende del todo la maldad que algunos adultos albergan, que les impide ser empáticos con el sufrimiento ajeno. Sin embargo, Sebastián siente y percibe con claridad el dolor de su madre, que busca a su hermano, y el de sus primos que perdieron a su padre. Se convierte en un pilar de fortaleza y apoyo para todos ellos.
Cuando nota que su voz se quiebra, él está allí para abrazarla. Y el abrazo de Sebastián, a pesar de sus 7 años, es fuerte y transmite tanta energía positiva que devuelve la sonrisa incluso en aquellos días que no comenzaron de la mejor manera.
El abrazo de Sebastián te reconecta con tu esencia, te brinda fuerza y serenidad. Sebastián acompañó a su mamá en el Observatorio Internacional de Derechos Humanos que organizamos en la Academia Interamericana de Derechos Humanos, en colaboración con USAID México y Red-DH, sobre “El derecho humano a la búsqueda de las personas desaparecidas en el estado de Coahuila”.
Sus palabras, aunque sencillas, tocaron el corazón de todos los presentes: “Busco a mi tío porque lo extraño mucho. No encontrar a las personas desaparecidas nos entristece a todos... Aunque de pequeño sufrí mucho por la desaparición de mi tío, ahora he crecido y estoy aquí, junto a mi mamá”.
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Sebastián es sólo uno de los 29 NNA que participan en el “Programa Comunitario Integral con Enfoque Educativo y de Salud Mental para Niños, Niñas y Adolescentes Familiares de Personas Desaparecidas”, financiado por el Conacyt y que la AIDH desarrolla en colaboración con distintos colectivos de familiares de personas desaparecidas de la zona Norte y Laguna, con la CEAV Coahuila, con las Universidades Carolina, Vizcaya de las Américas, Autónoma de la Laguna y la Escuela de Ciencias de la Salud, para la elaboración de políticas públicas que atiendan estas problemáticas y que se puedan replicar en las otras regiones del Estado y del país.
Gracias, Sebastián, por brindarnos una valiosa lección de vida, empatía, solidaridad y amor.
La autora es Directora General de la Academia Interamericana de Derechos Humanos
Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH