Sexualidades
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De todo hay en la viña del Señor. Después de los 3 millones de habitantes –he calculado– las ciudades se vuelven pecadoras
“Cada hombre tiene la edad de la mujer que acaricia”. Esa frase no es mía. Supongo que tampoco es de Confucio o Napoleón, a quienes se atribuyen casi todas las frases llamadas célebres. Lo cierto es que esas palabras sirven de justificación a los viejos en busca de Lolitas. Esos maduros caballeros con frecuencia lo único que pueden hacer con las ninfetas es el ridículo.
De todo hay en la viña del Señor. Después de los 3 millones de habitantes –he calculado– las ciudades se vuelven pecadoras. Los bares de los hoteles de postín se ven muy concurridos por damiselas que aceptan la compañía de calvos y panzudos señorones, y en los estacionamientos de los supermercados rondan por las mañanas garzones pálidos y entecos que se suben al primer coche que les enciende y apaga las luces, no importa si el coche es conducido por hombre, mujer, fantasma, quimera o puntos intermedios.
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Esto del sexo es algo muy extraño. Hay cosas junto a las cuales las invenciones del Marqués de Sade son ortodoxia pura. En el “Thesaurus Confessarii”, del Padre Busquet, libro para uso de los confesores publicado en 1909, se mencionan desvaríos sexuales que los canales pornográficos de la televisión rechazarían por inmorales. Se habla, por ejemplo del bestialismo (bestialitas), definido como Coitus cum bruto. En su obra “Divagario” don Andrés Henestrosa se ocupa del armadillo, y dice que ese animal “cohabita con toda suerte de alimañas que se dejen”. En seguida comenta don Andrés: “¡Como si eso no lo pudiera hacer el hombre en caso de apuro!”. Dios nos proteja y valga para que no lleguemos nunca a ese apuro.
Vuelvo al Padre Busquet. El sapiente confesor opina que dentro del género Bestialitas debe incluirse el concubitus cum daemone apparente in forma humana. Es decir, la coición con un demonio que se presenta en forma humana. Otra vez, Dios guarde la hora.
Quiero hablarles ahora de un cierto amigo mío. Tiene muchos años, pero tiene también mucho dinero. Decía el Chaparro Tijerina: “El dinero no compra la felicidad, sobre todo si es poco”. Acertaba. Sin embargo, con dinero pueden pagarse algunas buenas imitaciones de la felicidad. Para mi amigo, por ejemplo, la felicidad consiste en tener tratos de erotismo con muchachillas a quienes triplica, o más, la edad.
–No sé por qué salen conmigo –dice él–. No les pago. Eso sí: les doy 3 mil pesos para el taxi.
En tales devaneos, que me parecen tontos y aun grotescos, a mi maduro amigo se le está yendo la fortuna. Declara con un asomo de preocupación:
–Ojalá se me acabe el gusto antes que el dinero.
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La canción mexicana podría dar material para formar una doctrina filosófica. Muchas de nuestras canciones contienen pensamientos de gran profundidad en los campos de la epistemología, la ontología, la gnoseología, la axiología y la fenomenología. Una de esas canciones, “La que se fue”, de José Alfredo, contiene una declaración que me parece muy edificante. Dice: “Pero el cariño comprado ni sabe ser bueno ni puede ser fiel”.
Debe ser cierta esa proposición. Todas las proposiciones morales son ciertas, si bien casi todas son inaplicables. Aquel amigo mío, sin embargo, hace una exégesis de otra canción del mismo autor, y dice: “Tengo el pelo completamente blanco, pero voy a sacar juventud de mi cartera”.