¡Si el doctorado no quita lo... menos la licenciatura! La formación de calidad como motor de cambio
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Hace más de diez años, con un grupo de jóvenes que estudiaban leyes, discutía la necesidad de crear una institución universitaria que contribuyera a la formación doctoral en materia de derechos humanos. En risa escéptica, me decían: “lo doctor no quita lo pendejo”. Es cierto: ¡hay doctores muy tontos! Pero les dije: “lo licenciado menos!, así que si quieren seguir siendo... es preferible que inicien el doctorado porque, al menos, les dará una gran oportunidad: quitarse lo pendejo”.
Facundo Cabral contaba que al esposo de su abuela −un coronel muy valiente− sólo le daba miedo una cosa: los pendejos. ¿Por qué? Son muchos, decía, y al ser mayoría hasta eligen al pre-si-den-te. A mí también me da mucho miedo la gente estúpida. Todos, en efecto, tenemos siempre nuestros cinco minutos. Pero la vida es una lucha constante: tratar de no hacer estupideces. El que lo logra tiene una gran oportunidad: no te haces daño, ni tampoco le haces daño a los demás.
Como personas autónomas no debemos dañar. Una forma de asumir la libertad con responsabilidad es la buena educación. Un jurista formado con buenos valores del Derecho, ofrece una garantía social para la justicia. Por el contrario, un jurista deformado produce nefastas consecuencias: impunidad, corrupción, ignorancia de la ley, autoritarismo.
La buena educación jurídica, por tanto, es el camino para crear no sólo buenos profesionales del Derecho, sino también buenas personas comprometidas con los valores de la libertad, igualdad y fraternidad. Crear, por ende, una escuela que forme una nueva generación de profesionales de la justicia, siempre ha sido un objetivo central de mi vocación profesional.
Después de más de 20 años de jurista, estoy más seguro. Sólo con excelentes profesionales del Derecho tendremos la oportunidad de asegurar cambios estructurales en la sociedad. Ese, entre otros, es una finalidad de la Academia IDH: nuestra comunidad merece no sólo tener profesionales con conocimientos básicos. Necesitamos agentes de cambio social. La lucha de una mejor sociedad no sólo se hace con convicción. Exige el dominio de la razón de la justicia. Los derechos, en efecto, se exigen con valor, pero se hacen efectivos con argumentos que se desarrollan en la academia.
Nuestro viaje morado tiene algo que ver con esta idea de transformación educativa. Sólo la formación de gran calidad permite el desarrollo personal como motor de cambio en una sociedad. Sin mis estudios de maestría y doctorado, no hubiera podido ser lo que hoy trato de ser: un jurista profesional comprometido con la ciencia de la dignidad humana.
Fundar a la AiDH es un sueño universitario. Hoy, gracias a la marea morada, es una obligación constitucional que se establece en la Carta de Derechos Civiles de Coahuila, para asegurar la educación e investigación con perspectiva en derechos humanos. La Academia IDH es la garantía institucional.
Hoy tenemos ya un cuerpo académico que se distingue por su formación doctoral, pero, además, nuestro instituto asegura la mejor preparación académica en la materia. En poco tiempo hemos logrado un gran patrimonio universitario: una nueva generación de profesionales de los derechos humanos.
DOCTORADO DE LA VIDA
El doctorado es el más alto grado académico que confieren las universidades. Supone un viaje personal que implica, con las mejores herramientas de la ciencia, defender una tesis. El doctorado nos enseña a defender nuestras ideas en forma científica.
Si aprendes a producir conocimiento útil y relevante, te vuelves docto en la materia. Hace tiempo me matriculé en el doctorado. Muchos iniciamos, pero pocos terminamos.
No es sencillo. Conozco personas que hasta les deja secuelas emocionales. Es una lucha de formación interna que pocos lo logran. Pero el que se transforma con el doctorado, estará listo para servir a su comunidad de la mejor manera: con ideas que transforman las realidades injustas.
El doctorado es un viaje. Cuando inicias el vuelo estás emocionado. En el transcurso hay muchas turbulencias, nubarrones y hasta despresurizaciones. La clave es mantener el control y aterrizar bien las ideas.
Hace poco, tuve la oportunidad de estar en mi alma mater que me ofreció la oportunidad de cursar el doctorado. Estuve en el jurado que se integró para examinar la tesis de Pepe, un amigo que conocí en Madrid hace más de una década. Pudo lograr su objetivo: se quitó lo wey y obtuvo mención sobresaliente cum laude.
Pero este doctorado ejemplifica el sueño morado. La AiDH no es un lugar que sólo produce títulos de doctorado. Ofrece, sin duda, oportunidades para que las personas puedan lograr su desarrollo personal. El compromiso social es que sigamos contribuyendo con la formación de la próxima generación. Sólo así podremos ir venciendo la mala ecuación de la vida: que menos personas sean...
Los que conocemos a Pepe y a su familia, sabemos que el título de doctorado que tiene no es sólo académico. Es parte de su lucha por la vida: no vencerse ante ninguna turbulencia o adversidad para seguir adelante con el viaje de la felicidad.
Espero que Pepe −y todos los que formamos parte de la AiDH−, podamos seguir formando generaciones firmes y sólidas al servicio de la justicia. Esa es parte de mi felicidad. Así me quito lo...