Su santidad el Dalai Lama selló su destino con Elba Esther, quien lo trajo a México
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El hombre virtuoso –decía Ortega– es más o menos vicioso. Ese concepto, seguramente, el filósofo español lo retomó del francés Descartes, quien dijo al respecto: “las almas más grandes y virtuosas también son capaces de las mayores aberraciones”, y eso lo comprobamos cada día con personajes señalados por grandes vicios, latrocinios y degradaciones, asimismo, cada día se descubren a más curas y ministros de todas las religiones acusados de pederastia, como recientemente ha sucedido con Tenzin Gyatso, más conocido como Dalai Lama, “océano de sabiduría”, el “gurú del budismo tibetano”, el mismo que ha besado a un niño en la boca y le ha pedido que le chupe la lengua. Océano de envilecimiento.
Y el monje tibetano parecía de lo más decente dentro de la extensa gama de transgresores en las diferentes religiones del mundo. Y para los que no conocemos de los credos orientales nos bastó ver la película de Brad Pitt en “7 años en el Tíbet”, donde se pudo percibir una limpia imagen del Dalai Lama y del budismo. Eso sí, ahí pintaron a los chinos comunistas cual demonios amarillos. Aunque ahora, escarbando en la trayectoria del gurú que lame niños y movidos por la inercia de ese escándalo, han aparecido conductas no muy distintas a las de la canalla común.
Los malos ejemplos sobran respecto a religiosos que han rebasado todo límite moral. Y sin ir muy lejos en la historia tenemos el caso del papa Pío XII, don Eugenio Pacelli, apoyando al régimen pro nazi de Vichy del general Pétain. Y es que los tiranos siempre han contado con la complicidad del alto clero para legitimar sus fechorías. El mismo papa Pío XII le bendijo la espada al general golpista Francisco Franco. Y ahí tenemos a Juan Pablo II, el polaco Wojtyla, legitimando al asesino Augusto Pinochet y protegiendo al pederasta Marcial Maciel y a muchos pederastas, como ahora ha resultado ser el monje loco budista, otro clásico espécimen de la canalla clerical religiosa, de todos las confesiones, que no es exclusiva del catolicismo.
Ahora sabemos que la película de Brad Pitt en el Tíbet no es más que una propaganda contra los chinos y su régimen marxista capitalista porque en realidad no está mal lo que hizo Mao Tse-Tung al emancipar a los tibetanos y abolir su régimen feudal, donde la mayoría eran siervos y esclavos y el régimen teocrático de monjes anaranjados imponía el terror con tortura, mutilaciones y ejecuciones de los disidentes. La realidad es que el personaje que interpretó Brad Pitt era el oficial de las SS nazi, Ernst Schäfer, y recuerde usted que los escuadrones de las SS de Hitler son responsables del Holocausto.
Sacar la lengua es una muestra de respeto en el Tíbet. Pero chuparla y besar a los niños en la boca ya es degeneración. Aquí concluimos que la perdición del Dalai Lama, el premio Nobel, el océano de sabiduría, no se debió a los nazis que mucho convivieron en el Tíbet, ni a la influencia de la CIA que lo llevó al exilio en la India, sino que la verdadera responsable de su degeneración fue la maestra Elba Esther Gordillo, más poderosa y nefasta que los nazis y la CIA, ella lo desgració cuando lo trajo a México y lo sometió a sus más caprichosos gustos. ¡Qué horror!