Desde que el presidente Andrés Manuel López Obrador regresó de su tercer contagio de COVID, que le provocó una afección cardíaca a finales de abril, la prisa por resolver la sucesión presidencial fue evidente. El motor lo prendió tras las elecciones intermedias de 2021, cuando sufrió derrotas importantes, pero no había mostrado la urgencia de tener relevo hasta hace seis semanas, cuando apresuró el paso para elegir a quien lo suceda. En el camino, las riendas que lo conducían se le soltaron y en la lucha por recuperar el control se le adelantó el martes el canciller Marcelo Ebrard al anunciar su renuncia para buscar la candidatura.
El primer síntoma público del descontrol presidencial sobre la sucesión apareció en La Jornada, el periódico que dirige su entrañable camarada de décadas, y en donde laboran asesores, amanuenses y cuadros orgánicos al servicio de López Obrador. Fue el 31 de mayo pasado, cuando en un diseño inusual para un día ordinario, publicó a ocho columnas la instrucción del INE a Morena para que sus aspirantes a la Presidencia cesaran sus campañas, y en el breve editorial llamado Rayuela, puntualizó: “Ya era hora de frenar lo que se estaba saliendo de a madre”.
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Las llamadas corcholatas estaban desatadas y violando las leyes electorales, aunque en el momento en que La Jornada publicó esa primera plana y la Rayuela, quien estaba muy activo era Ebrard. Sólo los directivos del diario saben cuál fue la intención de su manejo editorial y si reflejó directamente el pensamiento del Presidente, pensando en el canciller, o enviando también el mensaje a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y al secretario de Gobernación, Adán Augusto López. En cualquier caso, fue una llamada de atención para que esperaran a que pasaran las elecciones en Coahuila y el Estado de México.
Ebrard, sin embargo, nuevamente se le adelantó a López Obrador y a sus adversarios, al anunciar el viernes que este lunes daría a conocer un método innovador para lograr equidad en el proceso de selección de candidato. El Presidente le pidió esperar 24 horas, porque esa misma noche convocó a cenar a los cuatro aspirantes de Morena a la candidatura −incluyó al senador Ricardo Monreal−, a la dirigencia del partido y a las y los gobernadores de Morena, junto con la virtual ganadora en las elecciones mexiquenses, Delfina Gómez, que fue el parapeto para lo que realmente quería transmitir López Obrador.
El Presidente se limitó a informar que sólo se habían reunido para felicitar a Gómez, pero no pudo contener la fuerza centrífuga que desató. Tampoco evitó que en el tablero de ajedrez sucesorio lo pusieran en jaque, con dos filtraciones de prensa que cambiaron el rumbo y tono de la conversación. La primera apareció en El País de Madrid, que cerca del mediodía del martes reportó que el Presidente les había dicho a los aspirantes a la candidatura presidencial que debían separarse de sus cargos, reflejando las presiones públicas y privadas de Ebrard. La segunda apareció en Reforma, que este miércoles aportó detalles de la cena que apuntalaron lo divulgado por el diario español, y agregaba un esquema de compensación para quienes no resultaran favorecidos por la encuesta.
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El Presidente, que no desmintió ninguna de las dos versiones, quedó rebasado. Este miércoles admitió que el proceso de sucesión presidencial había comenzado, que explicaba la renuncia de Ebrard, y especulando que “es posible que en estos días los que aspiran también presenten sus renuncias”. López Obrador parece estar descontrolado. Según la versión de la cena revelada por Reforma, el presidente dijo que deberían renunciar de manera definitiva a sus cargos públicos antes del 15 de junio, aunque los estatutos de Morena señalan que “no participarán servidores y funcionarios públicos de los poderes legislativos, ejecutivo y judicial de los tres órdenes de gobierno, a menos que se separen de sus encargos con la anticipación que señala la ley”, que establece seis meses como plazo mínimo antes del día de la elección.
No obstante, como hipótesis de trabajo, el Presidente podría estar engañando a todos con la verdad, y que, como dijo el martes, no se va a meter en el proceso de selección de la candidatura. Esta posibilidad es difícil de creer por el carácter vertical e impositivo de López Obrador. Él, no el partido, estableció los tiempos de inicio del proceso, la metodología, los competidores, los temas de campaña y la parte toral del programa de gobierno. Además, blindó a Sheinbaum, a quien le ha llegado a dar un trato superior a secretaria de Estado, y a la que le envió a sus operadores más confiables y cercanos para apoyarla en la precampaña. Al secretario de Gobernación lo apoyó incluyéndolo formalmente en la lista de corcholatas, pero al canciller ni eso. Ebrard se metió solo, enmarcado por el imaginario colectivo de que es el mejor en Morena para suceder a López Obrador.
Ebrard ha jugado con inteligencia, elevando el tono de su discurso, arrinconando al Presidente con la exigencia de piso parejo en el proceso, y con la renuncia. El canciller modificó los términos en los que López Obrador estaba llevando la sucesión y metió presión en todos los aspirantes. La primera reacción del secretario de Gobernación, el martes, fue metafórica para evitar empantanarse con la palabra “renuncia”. Ayer, la jefa de Gobierno capitalina tomó la misma puerta de salida para responder a Ebrard sin responder.
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Las declaraciones de piso parejo de Ebrard fueron tan persuasivas ante la opinión pública, que el Presidente y el líder de Morena, Mario Delgado, asumieron esa frase como suya. El descontrol en el proceso de sucesión puede ser temporal y durar hasta el domingo en la noche, cuando el Consejo Nacional del partido establezca los términos y requisitos para quienes aspiren la candidatura. Ahí empezará otra etapa, con una batalla a campo abierto. ¿Qué hará el Presidente? Su pecho, como dice, no es bodega. Esperemos a que encuentre la llave y nos abra sus pensamientos.
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