Tiene Venezuela la reelección; México, la sobrerrepresentación

Opinión
/ 31 julio 2024

Noche de bodas. El recién casado se asombró al ver a su dulcinea tendida en el lecho, ya sin ropa, en voluptuosa y lasciva actitud como “La Maja Desnuda” de Goya. Eso no fue la causa de su azoro. Lo que le sorprendió fue advertir que su desposada tenía en el busto un pequeño cartel con la inscripción: “Mil pesos”, y en el que en latín se llama mons veneris uno más que anunciaba: “3 mil pesos”. Suspiró el novio, afligido: “Ya no me cabe ninguna duda, Avidia. Te casaste conmigo por mi dinero”... La mamá de Pepito le comentó a su esposo: “¿Sabías que el vecino enfermó de gravedad? Me dicen que está a las puertas de la muerte”. Antes de que el señor pudiera contestar sugirió el muchachillo: “Llévenle a Mechina”. Mechina era la linda y joven mucama de la casa. Preguntó la señora, extrañada: “¿Por qué a Mechina?”. Explicó Pepito: “La otra noche pasé frente a su cuarto, y oí que mi papá le dijo: ‘Me hiciste revivir, hermosa’”... Temprano en la mañana Babalucas le pidió la hora a un transeúnte. El hombre consultó su reloj y le informó: “Las 8 menos 5”. Se asustó el badulaque: “¿Las 3 ya?”... El joven esposo tenía problemas para conciliar el sueño. De nada le sirvió contar ovejas ni leer “El Capital” de Marx. Tampoco le dieron resultado los fármacos papaveráceos prescritos por los médicos a quienes sufren mal de insomnio. Fue con un hipnotista que, le dijeron, tenía un método infalible para hacer dormir. Le indicó el magnetizador: “Mi sistema se basa en la autohipnosis. Al acostarse apague la luz y diga en el pensamiento: ‘Cabeza: duérmete... Pecho: duérmete... Abdomen: duérmete... Entrepierna: duérmete...’. Ya verá que antes de llegar a los pies se habrá dormido usted”. Esa misma noche el paciente puso en práctica el procedimiento. En efecto, sintió que cada parte de su cuerpo entraba en una especie de sopor. Sucedió, sin embargo, que cuando ya iba en las piernas su mujercita se le acercó en la cama, mimosa y sugestiva, con clara intención romántica. De inmediato el muchacho les ordenó a los ya dormidos miembros: “¡Despiértense!”... La madre, preocupada, interrogó a su hijo: “Las chicas con las que sales ¿son buenas?”. “Si, mamá –respondió a él–. No tengo plata para salir con las malas”... Me habría gustado que mis cuatro lectores hubieran conocido al tío Sixto, don Sixto de la Peña de la Peña, originario y vecino del Potrero de Ábrego, municipio de Arteaga, en Coahuila. De estatura módica, ventripotente, habría parecido un Sancho Panza de no ser porque era de tez clara, rubicundo, con ojos azules y cabellos canos. Famoso comilón, acompañaba siempre almuerzo y cena con las sabrosas tortillas de harina que en el Norte se usan. Al sentarse a la mesa hacía a un lado cuchara, cuchillo y tenedor y demandaba: “Lo que me han de dar de fierros dénmelo de gordas”. Una vez, invitado a desayunar por cierta comadre suya, llevaba la mano con alarmante frecuencia a la canasta de las tortillas y sacaba sólo las de harina, cosa que preocupaba a los otros comensales, pues sentían que los iba a dejar sin ellas. Le dijo, insinuativa, la anfitriona: “Abajo están las de maíz, compadre”. Respondió el tío Sixto al tiempo que sacaba otra de harina: “P’allá voy”. La elección presidencial de Venezuela fue un cochinero, una inicua farsa en la que se emplearon todos los recursos del gobierno, y todos los manipuleos y añagazas, para otorgarle un mentiroso triunfo a Nicolás Maduro, bribón de siete suelas, dictador de los de más baja estofa en América Latina. En ese desdichado país tienen la reelección. Aquí tendremos la sobrerrepresentación. Cuba... Nicaragua... Venezuela... P’allá vamos... FIN.

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