Trastorno de ansiedad electorera (1 de 2)

Opinión
/ 19 julio 2022
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La ansiedad ha sido una fiel y perdurable compañera en mi vida. Mi primera crisis me vino cuando tenía apenas ocho años aunque, por supuesto, no supe identificarla como un ataque de pánico o ansiedad. En aquellos años, de cualquier manera, de haber descrito mi sintomatología y haberla reconocido por su nombre con todas sus letras como un cuadro de ansiedad anticipatoria, es decir, que anticipa una catástrofe aun cuando todo marcha aparentemente bien, me habrían dicho que me pusiera a recoger mejor mi cuarto para no estar pensando pendejadas (lo que no saben es que las mejores pendejadas las he concebido siempre recogiendo mi habitación).

Con el correr de los años, con los pantalones largos, me llegó la adolescencia... (¡No, perdón! Eso ya es canción). Quiero decir que ya en la etapa adulta y afortunadamente, con mucha más información disponible, pude buscar ayuda médica profesional cuando comencé a sufrir un severo trastorno de ansiedad expresado en ataques de pánico, derivado de mi pobre manejo de las emociones. El medicamento y las sesiones de terapia me ayudaron a superar la fase más aguda del trastorno y a manejar cualquier posible recurrencia en el futuro. Cierto que la ansiedad se queda a vivir con uno, pero con el tiempo llega a ayudar con el gasto e incluso con algunas tareas en el hogar.

Hoy es muy distinto: No puede un niño mostrarse apenas un poco inquieto o incómodo porque los padres corren con cuanto especialista encuentren o les recomienden, intentando de todo, desde psiquiatría con drogas prescritas hasta terapias holísticas “vibracionales” con Mafe Walker.

Las generaciones más jóvenes están tan relacionadas con los transtornos ansiosos que ya hasta conocen cariñosa y chacoteramente a este padecimiento como “la amsiedad” y tienen un meme especialmente designado para representarla. “Ya me dio la ‘amsiedad’”.

Los estados ansiosos pueden no alcanzar niveles patológicos, sin embargo, no dejan de ser un menoscabo en la calidad de vida de millones de personas alrededor de todo el mundo. Y un grupo especialmente vulnerable, presa recurrente de la ansiedad más corrosiva, lo conforman los políticos con aspiraciones quienes, sabemos, no pueden ajustarse a los términos establecidos por la ley y buscan siempre ir un paso o dos delante de sus adversarios.

Y es que si algo hay que los chifle más que el hacer campaña, es poder hacer campaña precisamente cuando no se supone -por ley- que deban estar haciéndola. Pasa que las ansias los devoran y para poderlas atemperar un poco, necesitan saber que ya le sacaron algo de ventaja a sus posibles contendientes.

Las autoridades y legislaturas se han devanado los sesos durante décadas tratando de establecer reglas claras pero sobre todo funcionales, para la expresión democrática por antonomasia: las contiendas electorales. Ya ponen un candado aquí, una restricción acá, un tope de gastos acullá. Muchas veces de lo que se ha tratado es de cerrar esa brecha de desigualdad entre funcionarios y ciudadanos fuera del erario, que le da a los primeros una desleal ventaja por encontrarse en una posición de poder, de exposición y con un amplio presupuesto del cual disponer para su promoción.

Se ha llegado a extremos ridículos tales como el prohibir la manifestación pública de la intención de contender en tal o cual elección. Pero ello atenta contra un derecho superior y constitucional que es el de la libre expresión. La intención era sin duda buena: atemperar los ánimos de los calenturientos más precoces, principalmente los que ya ocupan un puesto público desde el cual se promocionan -a veces con años de antelación- lo que es a no dudar perjudicial para los procesos electorales y el principio de equidad que se supone debe imperar en un sistema democrático.

Otra medida, una que siempre aplaudí, fue el prohibir a los gobernantes promocionar sus acciones y obras utilizando su nombre y rostro en la publicidad oficial. Esto no pudo llegarnos en mejor momento a los coahuilenses, pues ocurrió durante el sexenio de Humberto “el cholo” Moreira, quien le imprimió su hórrida jeta a cuanto producto regaló durante su administración, y vaya que “el Gobierno de la Gente”, como se denominaba esta atroz administración , manejaba un catálogo de enseres más grande que el de Amazon: Desde un lápiz hasta una computadora; desde una taza hasta medicamentos; útiles escolares, agua embotellada y todas clase de novedades (que seguiremos pagando por multiplicado durante los siguientes 50 años) y todo, absolutamente todo, llevaba estampada la “feis” más “ojéis” de Moreira “Valdéis”.

Los topes de gastos de campaña se implementaron antes y en teoría se trataba de impedir que el partido oficial (cualquiera que estuviese en el poder) dispusiera del erario como su caja chica de campaña. ¡Qué bien! Pero, los topes eran diferenciados, es decir, distintos para cada partido y determinados por el porcentaje de votación obtenida en su última contienda. Así, el partido que más votos obtenía en determinada elección, recibía un mayor margen de gasto para su siguiente campaña.

Como era inevitable, solía ser invariablemente el PRI desde el Gobierno, el mismo que tenía posibilidades de gastar más, lo que retroalimentaba su posibilidad de perpetuarse en el poder, para seguir teniendo acceso al presupuesto y volver a contender con mejores posibilidades en la siguiente elección. ¡Círculo (virtuoso o vicioso, según su militancia) perfecto!Pero todos los partidos se dieron su maña para saltarse dichos topes y gastar en su campañas tanto como les permitiera el presupuesto asignado, más las aportaciones (voluntarias o cautivas) y lo que le consiguiesen arañar a las arcas. Se supone que la autoridad electoral contabiliza todo lo que contribuye a hacer proselitismo, desde una “calca” hasta la presentación de Grupo Pesado en el cierre de campaña. Pero se sorprendería de saber cuántos gastos no son verificables, ni siquiera perceptibles. En fin.

Los tiempos hoy son otros y nos gobierna, en lo Federal, un movimiento transformador que no sería capaz de ceder ante los apetitos y tentaciones de la ansiedad electoral, replicando los viejos vicios del pasado, ¿verdad? ¡Acompáñeme a averiguarlo el próximo jueves! ¡No coma ansias!

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