Trenes de pasajeros: Evite, Presidenta, esa riesgosa empresa

Opinión
/ 17 octubre 2024

“Santo señor San Alejo: / te pido con devoción / que me quites lo pendejo / y me aumentes lo cabrón”. Ese piadoso rezo, que posiblemente no venga en el Misal Romano, es una súplica del fiel devoto a fin de crecer en astucia y bajar en idiotez. A mal santo se encomienda, digo yo. Ese mancebo, Alejo, tuvo una visión divina al principiar la noche de sus bodas, y dejó a su novia vestida y alborotada. Despojose de su lujoso atavío nupcial, y cubierto con harapos fue por los caminos mendigando la caridad pública, pues la privada suele ser poco caritativa. Así, es el patrono de los pordioseros. Murió a mediados del siglo 4, y fue sepultado en una tumba miserable. Años después, cuando Alejo había cobrado ya fama de santidad, el Papa quiso recuperar sus despojos mortales a fin de convertirlos en reliquias, mercancía en aquel tiempo bastante provechosa, y lo único que en la tumba halló fueron sus harapos. No se ha vuelto a saber nada de aquel santo varón. A lo mejor todavía anda por ahí pidiendo una limosna. Si alguna moza casadera se lo topa le recomiendo que no entable conversación con él, pues corre un riesgo mayor que la primera novia: que la deje ahora desvestida y alborotada. Advierto, sin embargo, que por hablar de San Alejo olvidé el tema que hoy quiero tratar. Lo ilustro con un proverbio cuyas palabras riman con el nombre del santo: “El que no oye consejo no llega a viejo”. Traigo a colación esa sentencia porque la presidenta Sheinbaum insiste en su proyecto de crear varios trenes de pasajeros. Me atrevo a sugerirle que pida consejo antes de iniciar esa riesgosa empresa. He hablado con varios expertos en materia de ferrocarriles y me dicen que en todo el mundo las empresas que transportan gente por ferrocarril afrontan graves problemas financieros, y no pocas han ido por vía rápida a la quiebra. Si la señora Sheinbaum se empecina a la manera de AMLO en establecer tal sistema ferroviario deberá gastar ingentes sumas de dinero –de nuestro dinero– en renovar las vías y adquirir en otro país las máquinas y carros. Afrontará luego la aplastante competencia de los aviones, que los usuarios preferirán a los trenes, considerablemente más lentos e inseguros. Ciertamente si Dios hubiese querido que voláramos habría hecho que las líneas aéreas redujeran sus tarifas, pero aun así la gente optará por volar rápidamente en vez de rodar con lentitud. Mírese doña Claudia en el espejo del Tren Maya, cuyos directivos, a falta de pasajeros, están pensando ya en transportar carga, idea que tiene un pequeño inconveniente: no hay carga qué transportar. Santo señor San Alejo... Don Chinguetas da continuos motivos de justificado enojo a doña Macalota, su mujer. Anoche lo sorprendió en el cuarto de la joven y linda mucama de la casa. Les reclamó: “¿Qué están haciendo?”. Contestó don Chinguetas en tono de reproche: “Ay, Macalota. Nosotros aquí tan ocupados y tú vienes con tus preguntas tontas”... El viajero iba ya en el taxi camino al aeropuerto cuando recordó que había dejado su rasuradora en el hotel. Hizo que el taxista se devolviera, y apresuradamente fue a su habitación. Demasiado tarde: la encontró ocupada por una pareja de recién casados que a juzgar por lo que se oía estaban ya en el ansiado trance connubial. Escuchemos sus palabras: “¿De quién son estos ojitos lindos?”. “Tuyos, mi amor”. “¿Y esta boquita hermosa?”. “Tuya, mi cielo”. “¿Y estos pechitos preciosos de alabastro y miel?”. “Tuyos, mi vida”. “¿Y estas pompitas adorables?”. “Tuyas, mi ángel”. Les dijo el viajero a través de la puerta: “Cuando lleguen a una rasuradora, ésa es mía”... FIN.

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