Tu religión es la indecencia
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El frío quemó ya tu altivez,
tu religión es la indecencia,
admiro tu alma de hiel,
para ti el mundo nada cuenta.
Trataré de esbozar brevemente la línea estilística de Paquita la del Barrio. Todo comenzó el, 18 de septiembre de 1930, en la inauguración de XEW. Emilio Azcárraga Milmo contrató a Lucha Reyes (1906-1944), para que cantara. Este fue un hecho inusitado pues las mujeres no existían fuera del hogar. A Lucha Reyes le valió su voz poderosa, la actitud echada pa delante, su estilo desenfadado, y su libertad incondicional. Después de superar una afonía infantil le quedó una hermosa voz de soprano que educó en Los Ángeles. De regreso cantó zarzuelas en el Teatro Esperanza Iris. Sin embargo, una infección de garganta contraída en Alemania cambió la seda de su lirismo por un registro áspero más bien blusero.
De sangre soldadesca, Lucha Reyes fundó un feminismo ignoto de sí mismo, que en aquellos años riñó con el machismo campirano. Al cantar desde lo femenino al amor, al desamor, a la vida, al derecho a disentir; al plantarse en un escenario, los brazos en jarras, la cabeza erguida, la botella de tequila en la mano, al improvisar juegos verbales lo suyo fue un machismo con faldas: un hembrismo. La tequilera, La mensa, La Panchita, Yo me muero donde quiera, Traigo un amor, Mujer ladina, Los tarzanes... fueron canciones en los que, más que oponerse, las mujeres mexicanas declaraban, a través de Reyes, “A mí también me duele”.
Antes que el Estado mexicano las reconociera como ciudadanas —en 1953—; antes de otorgarles calidad de contribuyentes fiscales —en 1967—, antes de garantizarles la igualdad jurídica — en 1974—, las mujeres se reconocieron en las canciones de Lucha Reyes, quien en el nombre llevó el propósito. Después vino la majestad de Lola Beltrán, la alegría de Lucha Villa, la bravuconería de Irma Serrano, cuando el camino estaba pavimentado en los medios, y en la Capital. No así en Provincia, donde una mujer de rompe y rasga dejaba de lado los himnos al campo para centrarse en los arrabales crecientes que el alemanismo fecundaba en México: Chelo Silva (Brownsville, Texas,1922-1988). Tampoco atendió al bolero meloso de Lupita Palomera, o al sensual de María Victoria, sino al bolero ranchero en carne viva, de las mujeres maquilladas con el fango de la calle. Chelo Silva, como su madrina estilística Lucha Reyes, reivindicó a la mujer ajena al modelo ideológico del hombre cuya medida de triunfo es la decencia de su mujer.
Políticamente incorrecta Chelo Silva cantó canciones incómodas para los hombres, como la emblemática Cheque en blanco, Más hombre que tú, Ponzoña, Borracha, Te la voy a recordar. Si las amantes, las queridas, las prostitutas, las mujeres de cabaret tuviesen voz, ésta sería la voz rara, maligna y fatal de Chelo Silva.
Si bien Lucha Reyes y Chelo Silva expresaron su sentir liberadas de la mordaza moral de su época —apostaría que leyeron a sor Juana—, Paquita la del Barrio (1947-2025) dio el paso siguiente: confrontó la hipocresía. Hija de familia humilde, a los 15 años huyó con un hombre 30 años mayor, quien a la postre resultó casado; unida a un segundo matrimonio con el inútil Alfonso Martínez, al parecer alcohólico, desobligado y mujeriego, Paquita se obligó a trabajar en lo que cayera para mantener a la prole. Lo que cayó fue una fonda que devino restaurante bar “Casa Paquita”, en Zarco 202, de la colonia Guerrero. Ahí aprovechó su amplitud para disponer un escenario y cantar.
En 1984 el productor Emilio Jiménez le propuso su primera grabación, “El barrio de los faroles” que ella costeó, sin éxito comercial, porque cantantes de rancheras ya había muchas. El destino que todo cobra y nada olvida habría de cruzar a Paquita con Chelo Silva. En medio de una tragedia más a la que la sometía el inútil, Paquita escuchó el estilo de queja mordaz propio de Chelo Silva y lo adoptó como suyo. Con ese sonsonete cantó la vindicativa Lámpara sin luz en Televisa con Memo Ochoa... y de ahí pal´real, dejó de ser una brújula sin rumbo, un reloj sin manecillas, una Biblia sin Jesús. Lejos de ser una cachonda sin talento, frecuentes en el ficherismo Lopezportillista de los ochenta, sino todo lo contrario, Paquita, que incluía el lastre social en el apellido: La del Barrio, construyó un relato pro feminista lejano a los centros académicos y muy cercano a las mujeres de a deveras, a las queridas, las prostitutas, las adúlteras, las traicionadas, como ella, como Lucha, como Chelo. Gracias, muchachas, por resistir, por tan inteligentes revanchas.