Un barco cargado cargado de...
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Es italiano este hombre, y se llama Gianni Cavanna. Es joven; es alto y fornido, de pelo negro y ondulado. Usa bigote, un bigotito fino que cuida con esmero: ha notado que le ayuda en el trato con las damas. Habla a la perfección el español, con un acento dulce y cantarín que también le ayuda en el trato que antes dije.
¿Dónde está Gianni Cavanna? Está en un campo de concentración. ¿Y dónde está ese campo de concentración? Está en México. Más concretamente, en Irapuato.
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-¡No me diga, licenciado! ¿Acaso alguna vez hubo un campo de concentración en Irapuato?
-Sí, señor. Y en Perote, de Veracruz, hubo otro. Ahí fueron confinados los japoneses, alemanes e italianos que vivían en México cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Sucede que nuestro Gobierno le declaró la guerra al Eje –el Eje ni siquiera se enteró–, y al hacerlo hizo lo mismo que los norteamericanos: acá también encerramos a todos los ciudadanos de Japón, Italia y Alemania. En cada uno de ellos –y también de ellas– la gente, movida por la propaganda bélica, miraba a un espía, un terrorista o un saboteador. Pobres... Pero vamos a platicar con este Gianni, a ver qué nos cuenta.
-Llegué a México en un barco que navegaba con bandera de Italia. Era segundo oficial de máquinas en el navío, un petrolero mercante. Echamos ancla en Tampico, para cargar el buque. A la tripulación se nos permitió desembarcar: todavía México no estaba en guerra. A pesar de eso nos enteramos de repente de que nuestro barco había sido requisado por el Gobierno mexicano. Nunca supimos en verdad por qué. De él se hizo cargo una tripulación local. Le borraron el nombre que tenía y le pusieron otro.
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Nosotros no sabíamos qué hacer. Yo conseguí trabajo de mecánico en los muelles. Arreglaba motores de pesqueros; reparaba las grúas... Ganaba buen dinero; llevaba buena vida; me divertía mucho. Un día me tomaron preso cuando estaba desayunando en un café; me subieron a un tren y vine a dar aquí, a Irapuato, a este campo de concentración.
Nos han tratado bien. A mí me dejan salir a trabajar. Ahora estoy montando un nuevo cuarto de calderas en la fábrica La Fortaleza, y tengo el ofrecimiento de que me harán jefe de máquinas cuando la guerra acabe. Entonces voy a levantar una chimenea más alta que la actual, para evitar que los humos de la factoría causen molestias a la población.
Eso nos cuenta Gianni Cavanna, a quien todos llaman ingeniero a pesar de ser un mecánico práctico nomás. Yo quiero hacerle otra pregunta.
-Y dígame, ingeniero: ¿qué nombre le fue puesto a aquel barco de Italia después de ser embargado por el Gobierno mexicano?
-Se llamó el Potrero del Llano.
-Vaya, vaya... ¿No se trata de aquel petrolero que, según se dijo, fue hundido por un submarino alemán en aguas mexicanas?
-En efecto; de ese barco se trata.
-Entonces ¿no era mexicano el buque cuyo hundimiento fue causa de que entráramos en la Segunda Guerra?
-No, señor; no era mexicano. Era un navío de Italia.
-Ya veo. Interesante historia.
-La Historia es siempre interesante.
-Pero no siempre es verdadera.
-No; no siempre es verdadera. Qué le vamos a hacer.
-Sí: qué le vamos a hacer...