Un lugar para la gratitud histórica en el espacio público

Opinión
/ 18 junio 2025

Se rescató la intención de convertir una plaza de nuestra ciudad en una muestra de gratitud al Gobierno de Japón, por un hecho que lamentablemente no ha sido tan difundido, pero que reviste una muestra extraordinaria de heroísmo y lealtad

Una de las características más interesantes del espacio público es su versatilidad. Si bien su más básica función es la de constituirse en escenario para las distintas dinámicas urbanas, esta no limita todo lo que ofrece para una gran diversidad de posibilidades.

Entre estas se encuentra la posibilidad de dar vida material a expresiones de memoria histórica, que evoquen eventos, momentos y situaciones trascendentes que han forjado la identidad colectiva de una ciudad, de un estado e, incluso, de una nación.

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Hace algunos días se rescató la intención de convertir una plaza de nuestra ciudad en una muestra de gratitud al Gobierno de Japón, por un hecho que lamentablemente no ha sido tan difundido, pero que reviste una muestra extraordinaria de heroísmo y lealtad.

El hecho de referencia es el acto heroico del ministro Kumaichi Horiguchi −encargado de negocios ad interim de la Legación Japonesa en México−, que consistió en salvar a la familia de Francisco I. Madero de los soldados del usurpador Victoriano Huerta.

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El ministro Horiguchi llegó en 1909 a nuestro país. Presentó sus credenciales a Porfirio Díaz y permaneciendo en labores diplomáticas en México hasta el año de 1913, cuando regresó a Japón después del cese de relaciones con México que siguió a los eventos.

La señora Stina de Horiguchi, de origen belga, hizo buena amistad con doña Sara Pérez, esposa del presidente Madero, misma que se extendió a ambas familias. Esta amistad no se quedaría sólo en lo social, sino que trascendería a la más alta expresión de lealtad.

El exembajador de México en Japón, Carlos Almada, relató en una entrevista que el 9 de febrero Madero bajó del Castillo de Chapultepec en la llamada Marcha de la Lealtad, momento en que Horiguchi advirtió la gravedad de la situación y actuó en consecuencia.

Lo primero que hizo fue visitar a Sara Pérez de Madero en el Castillo de Chapultepec, mostrando su apoyo incondicional. Las tensiones escalaron rápidamente con la consumación de la traición de Huerta, nombrado por Madero como comandante militar.

Daigaku Horiguchi, hijo del ministro y destacado poeta japonés, refiere en su ensayo “Shiroi hanataba” que llegaron a la Embajada 30 personas: la esposa del presidente Madero, sus padres, sus hermanas Mercedes y Angelina con sus hijos y sirvientes.

“¿Por qué fueron a refugiarse a ese sitio? Tal vez porque confiaban en nosotros por la amistad que teníamos desde antes; además, ellos creían que era el refugio más seguro y confiable, donde su vida no peligraba”.

“Al escuchar la noticia, los inmigrantes japoneses de la Ciudad de México se alegraron mucho. Todos acudieron a la legación, abandonando sus casas y sus negocios, para encargarse de cuidar a las aves que vinieron a refugiarse en el seno de Japón”.

El escritor Shozo Ogino Fujioka relata que un piquete de soldados federales ordenó la entrega de los huéspedes, a lo que el ministro Horiguchi, en respuesta, desplegó la bandera japonesa en el piso enmarcado por la entrada de la legación japonesa.

Dijo a los soldados que si pisaban la bandera, “ello sería motivo para una confrontación diplomática”, acto heroico con el que logró evitar que apresaran a la familia Madero, que seguramente hubiera sufrido un destino trágico a manos del ejército golpista.

Daigaku Horiguchi describió las horas de angustia que les provocaban la noticias de los sucesos de la rebelión que llegaban del exterior, hasta la noche del 17 de febrero, cuando los Madero decidieron regresar a la casa presidencial en el Castillo de Chapultepec.

Un par de meses después de la Decena Trágica, el Gobierno de Japón ordenó la retirada del ministro Horiguchi, dando por terminadas las relaciones con México, que tenía ahora un gobierno ilegítimo encabezado por el golpista Victoriano Huerta.

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Antes de su despedida, el ministro Horiguchi escribió: “Me atrevo a decir, he elevado la dignidad de mi patria. Utilizando las tácticas sabias, salvé una crisis. La guerra ya ha terminado, todo anda bien en el mundo. Estoy en camino a casa, viento en popa”.

Esta deuda histórica, por un acto heroico que enaltece valores de la más alta jerarquía, como la amistad y la lealtad, debería ser objeto de un agradecimiento del tamaño de lo que lo motiva. Algo tan grande cabe muy bien en el espacio público.

Conviene, pues, retomar este proyecto para añadir una muestra más de memoria histórica y de gratitud entrañable al entorno urbano de la capital coahuilense. El reconocimiento permanente del pasado es un componente vital en el trayecto hacia un futuro posible.

jruiz@imaginemoscs.org

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