Un poeta de Lagos (III)
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En Lagos de Moreno, Jalisco, vivió don Celestino González, poeta del siglo antepasado. Su especialidad fue al principio hacer elogios fúnebres en versos lacrimógenos, pero luego diversificó su musa. Con motivo de la aparición de un cometa dio a la luz el siguiente epifonema:
Este cometa que vino
junto con el siglo de oro
¿a qué vino? Yo lo ignoro
y cuál será su destino.
El pueblo alarmado está:
pregunta si trae enfermedá
como la otra vez que vino.
Yo estoy en un desatino
porque saberlo quiero:
¿Este pulguero de donde vino?
¿De dónde vino este pulguero?
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En 1882 llegó a Lagos el ferrocarril. ¿No iba a cantar don Celestino tan gran acontecimiento?
El ave que es sutil
sobre sus alas se sostiene.
Mientras ella va y viene
yo voy y vengo en el ferrocarril.
Juárez a la gloria quiere subir,
y pregunta para su consuelo
si podrá subir al cielo
sentado en el ferrocarril.
Juárez a San Pedro le manda decir
que ya le preparó un hospedaje,
que ya no se haga guaje,
que venga a conocer el ferrocarril.
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La gente empezó a cansarse de los versos de don Celestino y de sus largas intervenciones. El desastre vino un 16 de septiembre. Subió a la tribuna don Celestino −fuera de programa, como siempre− y empezó a improvisar una larga tirada lírica rimada. Casi una hora llevaba ya hablando cuando la voz se le quebró. Entonces dijo:
Ya mi voz no se comprende.
La garganta se me ha resecado.
¿Por qué un vaso de agua no me han acercado
en este 16 de septiembre?
En ese momento se oyó una trompetilla de burla. ¡Nunca hubiera sonado! Se encendió don Celestino en santa ira y procedió a rematar su alocución:
Y aquel a quien no le cuadre
mi patriótica elocuencia
vaya a chingar a su madre
¡y viva la Independencia!