Un sueño antes del sueño
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Dicen los italianos: “Tele e letto, matrimonio perfetto”. Eso significa que una pareja de casados necesita poco más que un televisor y una cama para subsistir. Claro, tampoco estorba algo de comida.
Yo nunca voy al cine. Yo todas las noches voy al cine. Quiero decir que disfruto del llamado “cine en pantuflas”, o sea de las películas que se ven en casa. Por años estuve suscrito a un club de cinéfilos que tenía su sede en Nueva York. Cada dos meses me enviaban un catálogo esos puntualísimos señores. En él venían las últimas películas, y un vasto repertorio de filmes clásicos, antiguos y modernos, americanos y de otros países. Podía uno pedir los que quisiera, y por cada cinco que solicitabas te regalaban uno, escogido por el propio club. Es una pena que dicho club haya desaparecido.
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Esto del cine se parece a las corridas de toros: si quieres ver una buena tienes que ir a todas. En tratándose de películas, y de ese club, yo pedía según mi instinto, pues leer las reseñas del catálogo era renunciar a toda sorpresa: “Película: ‘La esposa del pescador’. La mujer de un pescador descubre que su marido tiene un romance con un monstruo marino, mezcla de foca y pulpo. Lo sigue una tarde hasta la playa y lo sorprende haciendo el amor con la extraña criatura. Mata a su marido golpeándolo con un caracol grande. El monstruo vacila: no sabe si aplaudir como las focas o ahogar a la mujer en sus tentáculos, como los pulpos. Finalmente se pierde para siempre en las profundidades del océano”. Con eso ya le contaron a uno la película. Recuerdo al personaje principal de la comedia “La cigüeña que no tocó el timbre”. Lee un titular de periódico que decía: “Nevó ayer”, y comenta: “Eso ya lo vi, y no necesito que me lo cuenten”.
Para escoger las películas, entonces, me guiaba principalmente por los artistas, pues ahora hay tantos directores que es imposible conocer sus nombres e identificar su obra. Antes decía uno: John Huston, Delbert Mann, Vincente Minnelli, Elia Kazan, Blake Edwards, Raoul Walsh, Stanley Donen, Terence Fisher, George Cukor... O: De Sica, Clouzot, Bergman, Kurosawa... Con eso ya sabía uno a qué atenerse. En estos días hay casi tantos directores como películas, y no hay manera de atinar.
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A veces ni por el artista acierta uno. Martin Sheen, por ejemplo, es estupendo actor, lo mismo que su hijo Charlie. Pero acabo de ver una horrible película en que salen los dos. Se llama en español “Conducta peligrosa”, y es de policías americanos y narcotraficantes mexicanos. Hay balaceras en las que muere hasta el empleado de la dulcería del cine. Para lo único que me sirvió este filme fue para enterarme, por el catálogo, de que Martin Sheen es hijo de español e irlandesa; su nombre verdadero es Ramón Estevez, y a más de ser papá de Charlie lo es también de Emilio Estevez, que conservó el apellido de su progenitor.
En fin, que esto del cine, ora sea visto en sala cinematográfica, que es donde se debe ver por aquello de la magia, ora disfrutado en casa, por mor de la comodidad, es un universo infinito que forma parte de la finitud de nuestra vida, y la enriquece con su leyenda y su misterio.