Una anécdota. Bueno, mejor, dos...
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Plácido Garza detona algo que se vuelve cada vez más frecuente en el ejercicio del periodismo en México
Les platico:
Suelo apagar mi teléfono celular al momento en que me voy a dormir.
Lo enciendo de madrugada, cuando el deber es más fuerte que los afanes de dormir.
A esas horas en que medio mundo duerme, el silencio de la noche ayuda a la concentración, la cual eventualmente se rompe -en mi caso- por los imprudentes afanes de notoriedad de gente como Martha Lozano, un tal Carlos LIF, otro barbaján de los chats que solo se pone “Polo”, y cada vez más seguido, por los que amenazan, escudados en el anonimato del whatsapp.
Primera anécdota:
Alguien me llamó a las 3:30 de la madrugada.
No fue mensaje, sino llamada fuera de whatsapp y después de asegurarse de que era yo, se arrancó en primera con una retahíla de insultos de todos los calibres, colores y sabores.
Remató su perorata así: “Aunque vivas en San Pedro, cuídate, cabrón, porque te vamos a partir tu madre”, así tal cual me dijo.
Eso fue lo que lo hizo diferente a otras llamadas de ese tipo que recibo cada vez más frecuentemente.
Haciendo uso de la calma y la paciencia que solo se me dan de madrugada, le respondí muy calmadamente:
- “¿Me quieren fregar?”
- “Claro, idiota ¿no estás oyendo”?
Entonces me tranquilicé, porque entre las muchas cosas que aprendí de mi abuela la alcaldesa, fue que el perro que quiere morder, nunca anuncia la mordida.
Luego, llevado por esa tranquilidad que solo me visita de madrugada y pensando en mi abuela, le respondí:
- “Bueno, me doy por enterado. Solo te pido un favor: fórmense en la fila y tomen su número, porque adelante de ustedes, hay muchos”.
Silencio del otro lado y luego, después de una tibia mentada de madre, colgó.
Segunda anécdota:
Ayer casi al mediodía me escribió un muy querido amigo a quien le digo Coach.
Me dijo:
- “Tu abuela me cae a toda madre, como dice Catón”.
Es que muy seguido la menciono en mis columnas, porque fue de las personas que más han influido en mi vida.
Además de mis padres, hubo alguien que igual marcó mi vida: Mi bisabuelo.
Así, después de agradecerle al Coach haberme recordado a Doña Lupe, recordé que las últimas palabras de mi bisabuelo me las dijo a mí.
Cuando ya estaba en las últimas, recostado en su cama, pues me pidió que medio lo levantara, preguntó:
- “¿Cumplí?”
No le respondí. Solo puse mi cabeza en su pecho.
Y en ese momento, sentí en mi corazón el último latido del suyo. Murió con una sonrisa en su boca.
- De él aprendí el gusto por el béisbol. Lo escuchábamos juntos en un radio con chasis de madera a cuya bocina pegaba sus orejas, porque estaba medio sordo.
- Si de mi abuela aprendí a leer y escribir a mis 3 años y medio, con Don Amado Castillo Vidaurri desarrollé el gusto por el béisbol a los 8.
- Si a los 7 años aprendí inglés en la “Academia Blanco”, fue por mi abuela, y con mi bisabuelo le entendí al béisbol narrado en inglés, porque sintonizaba en su radio puras estaciones de Estados Unidos.
Como tenía mareada a mi abuela con que quería aprender inglés, un día -sin avisarme- me dejó en encomienda en la tienda de telas del señor Blanco, en Laredo, Texas, con la condición de que no me hablaran ni una sola palabra en español durante los tres meses que estuve ahí, como ayudante.
Por eso cuando me preguntan, siempre digo que aprendí inglés en la “Academia Blanco”.
Al dueño de la tienda también le gustaba el béisbol y escuchaba con él los juegos de las Ligas Mayores, obvio, narrados en inglés.
Gracias, Coach, por los recuerdos.
Cajón de Sartre:
- Citando de nuevo a mi querido y admirado Catón, discúlpenme si hoy no les escribí de políticas y cosas peores.
- Les deseo que tengan un plácido domingo, y mañana, cambio completo de programa, sin faltar el Incomparable Iván y toda la Compañía.