Una caja de joyas

Opinión
/ 7 enero 2025

Sucedió que tan pronto los hijos recibieron los bienes no fueron ya los mismos con su madre. Dejaron de visitarla

El conferencista declaró, solemne:

-Nadie sabe lo que sigue después de la muerte.

-¡Yo sí sé! −gritó desde el fondo una señora−. ¡Siguen la pera, la bandera y el bandolón!

Algunos opinan que todo acaba con la muerte. No es cierto: siguen los pleitos por la herencia.

TE PUEDE INTERESAR: Saltillo: La rosca de Reyes

Murió cierto señor. “Morir es una costumbre que sabe tener la gente”, escribió Borges. Prudente y ordenado, aquel señor había hecho testamento en el cual nombró a su esposa heredera universal de sus bienes.

Los hijos, sin embargo −varones todos−, le reclamaron a su mamá la herencia de su padre. Quizá por ellos no lo habrían hecho, pero esposas tenían, y así la cosa cambia. La viuda, a fin de obviar problemas y mantener unida a la familia, repartió entre sus hijos las propiedades y el dinero. No se quedó sino con lo estrictamente necesario para pasar los últimos años de su vida.

Y sucedió que tan pronto los hijos recibieron los bienes no fueron ya los mismos con su madre. Dejaron de visitarla con la frecuencia con que lo hacían antes de que les diera los haberes. “El interés tiene pies”, dice el refrán. Ahora que los hijos ya no tenían interés tampoco tenían pies que los llevara a ver a su madre.

No dejó de afligirse la señora por el abandono. Había desoído el consejo de su esposo, quien le recomendó mantener hasta su muerte aquellos bienes, para que siquiera por codicia los hijos la procuraran. Pero es que ellos le recitaron una y otra vez la conocida frase: “En vida, hermano, en vida”. Sólo que esa frase alude a muestras de gratitud y amor, no a la dación de bienes materiales.

Se quedó, pues, sin nada la señora. Se quedó sola, por lo tanto. De la higuera no somos amigos: somos amigos de los higos. Y la madre tenía hijos, pero higos ya no tenía que dar.

Cierto día, sin embargo, una de las nueras fue por ella para que le cuidara a los niños, pues la muchacha de servicio se le había ido. La nuera se dio cuenta, intrigada, de que su suegra llevaba consigo una cajita que no desamparaba en ningún momento. Le llamó la atención aquello, y comentó con sus concuñas lo que había visto. Empezaron a observar a la señora. Llegaban de repente a su casa, como por casualidad. Lo primero que hacía la suegra al verlas era tomar la caja y mantenerla junto así. Sonaba la cajita con el ruido de cosas que dentro iban. Deliberaron en cónclave las nueras. ¿Qué tenía en aquel cofrecito la señora?

-Todo nos repartió −dijo una−, menos las joyas.

Entonces empezaron a adularla, cada una por su lado, con la esperanza de ganar lo mejor de aquel tesoro. Iban por ella; la llevaban al cine; la invitaban a desayunar, comer, merendar y cenar; le pedían que las acompañara en las salidas de fin de semana y vacaciones; la cuidaban y asistían con solicitud.

TE PUEDE INTERESAR: ¿Qué cosas se puede heredar además de cosas de valor?

Así pasó el tiempo. Murió al fin la señora, con la cajita bajo la almohada de su lecho. Las nueras la abrieron con avidez para sacar las joyas que se repartirían. La caja estaba llena de piedritas.

Cada uno derive de esta historia la moraleja que más le guste o cuadre. Yo no saco ninguna, pues las moralejas no me gustan. Prefiero contar la historia como a mí me la contaron.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM