Una ciudad para todos
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“Nada en este mundo es más sencillo y económico que construir ciudades que ofrezcan una mejor calidad de vida a sus habitantes.”
Jan Gehl.
Según los expertos, planificación y planeación son dos palabras cuyo uso es correcto salvo por finas diferencias. Algunos dicen que la primera se utiliza comunmente en España, y la segunda en América Latina. Más allá del contexto geográfico en el que se utilice, planear es elegir y definir opciones frente al porvenir, planteando objetivos de alcance, metas específicas, estrategias, técnicas y tácticas para trazar un camino adecuado y sostenible desde el tiempo presente proyectando un futuro deseable. En el marco del Día Mundial del Urbanismo que se conmemora cada 8 de noviembre, la gran mayoría de las ciudades -sobre todo en nuestro país- presentan un déficit en cuanto a su planeación, es decir, el ritmo de crecimiento se percibe descontrolado, caótico y acelerado en comparación a lo que se pudiera planear hacia el futuro, es como pensar que la bicicleta de Eddy Merckx le puede ganar al RB16 de Max Verstappen. ¿Cómo hacer que las cosas pasen de diferente manera si no se puede resolver el día a día?
Planificar en el ámbito urbano requiere de definir objetivos, establecer prioridades, organizar recursos y diseñar estrategias, cada uno de estos pasos se subdividen en acciones concretas para llevarlos a cabo. No es una cuestión dicotómica, en la vida urbana intervienen variables complejas, un universo semántico que, más allá de las palabras, implica ramificaciones que se desglosan en más y más conceptos y variables. Sin embargo, existe un eje que debe orientar y darle luz a todas las acciones que se pueden llevar a cabo en las ciudades: las personas. La ciudad se hizo para que la vida fuera más sencilla para sus habitantes, desde su significado, encuentra su raíz en el ciudadano o conjunto de ciudadanos por lo tanto, sin los habitantes de una ciudad, esta no existiría. Según el Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de las Naciones Unidas, la población urbana ha aumentado de 751 millones de personas en 1950 a 4200 millones en 2018, más del 50% de la población mundial reside en ciudades y la tendencia continúa previendo que el 68% de la población sea urbana hacia el 2050. Específicamente en América Latina y el Caribe, el 81% de la población se encuentra concentrada en territorios urbanos. Las cifras anteriores son demoledoras frente al tiempo que tenemos para planear y solventar los recursos necesarios para los habitantes del territorio que ocupamos. En este sentido, Jan Gehl, importante arquitecto y urbanista, afirma que, una ciudad debe permitir a sus habitantes crear una vida plena, y no solamente es crearla sino sostenerla y tener la capacidad de mejorarla: “primero la vida, luego los espacios, luego los edificios, al revés nunca funciona”. El urbanista no habla de códigos postales, zonas o plusvalías, mímicas o especulaciones inmobiliarias, sino que pone en el centro a todos los usuarios de la ciudad, explica que esta debe crear y fomentar oportunidades para todos. Gehl piensa que existe una correlación directa entre la felicidad y la calidad de vida en las ciudades y que no se debe dejar a nadie atrás: “formamos ciudades, pero las ciudades nos forman, formamos edificios, pero los edificios nos forman”. El contexto urbano en el que nos desenvolvemos marca una diferencia concreta en nuestra manera de vivir la ciudad y de relacionarnos entre nosotros como personas que compartimos un mismo espacio urbano, si se coloca al usuario por encima del capital y los intereses políticos o económicos, si se prioriza a las personas; dónde les gusta estar, qué les gusta hacer y cómo pasan el tiempo, tomando en cuenta su cultura, su historia, sus tradiciones, su forma de ser o su identidad para proyectar y planificar hacia el futuro, es posible entonces, crear ciudades que sean bellas, sanas y habitables para todos. El éxito reside en un esfuerzo colectivo de coordinación, compromiso y perseverancia.