Una huella de nuestros afanes y trabajos
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Es una casa con carácter. De ella queda el vestigio de lo que fue gracias a su aún conservada fachada. Era una casa alegre. El arco de la entrada, de medio punto, ofrece el elemento sustancial de la arquitectura abovedada. Como detalles de ornato se descubren mosaicos en la profundidad interna de la dovela, en buen estado.
Conocí esa casa hace más de 40 años cuando por casualidad supe que mi maestra de Química la rentaba. Era una casa hermosa, acogedora, iluminada. Hoy, la fachada y la puerta conservan algo de su antiguo esplendor, pero se apoderaron del interior plantas silvestres y enredaderas, percibidas a través de las ventanas.
Hermosa casa, hoy ya en ruinas, en el centro de la ciudad. Como
tantas otras que han quedado intestadas o con problemas, imposible poder hacer cualquier tipo de arreglo.
En esta construcción en decadencia destaca un bien conservado ladrillo al cual alguien, hace ya algunos años, imprimió un pensamiento: “No quiero recordar tus lentes de sol”. El ladrillo está colocado en el exterior y destaca en medio de la desolación.
Vienen a la mente cómo las ciudades dejan la huella de moradores a través de expresiones tan sentidas y sencillas como esta. Si por un lado nos encontramos las perentorias amenazas de poncharse llantas en caso de invadir espacios en la calle que obstaculicen las cocheras, por otro lado, nos topamos con letreros como este de alguien con un sentimiento tan fuerte por otra persona que le hizo imprimir un ladrillo y dejarlo en el sitio en el que algo pareció haber ocurrido.
También en el centro de nuestra ciudad sobresale otro ladrillo impreso: este con una sola palabra, y sobre la banqueta, como parte
de ella: “Fantasía”. Es todo cuanto dice, pero a alguien que la palabra fascinó o alguien que vivió la tal experiencia, le hizo dejarla inscrita y la dejó para el andar de miles de caminantes.
“Merece lo que sueñas”, se lee en una pared en la calle Cuauhtémoc. Del autor, Octavio Paz, aparece su efigie dibujada a un lado de la frase, en un muro de la entrañable Librería Carlos Monsiváis. Muy cerca de donde está inscrita esta frase, por donde ahora se levanta una plaza comercial, se encontró por varios años un poema dedicado a Saltillo. Un bello poema cuyas líneas dan de frente con la Alameda Zaragoza, punto identitario de los saltillenses y su historia.
Poema de León Felipe, es posible leer en el muro lateral del Museo de los Presidentes. Y de este punto a uno muy cercano encontramos otra expresión: “Extrañar es el costo de los buenos momentos”.
Estas frases, estas expresiones de habitantes de la ciudad, los pintan. Retratan sus afanes, sus gustos, sus preocupaciones y sus recuerdos. A la Virgen de Guadalupe se encomiendan por la calle de Zaragoza, donde se levanta un pequeño altar en honor a ella, y en la calle Guerrero, en donde una placa hace de la figura devota referencia.
Estos son algunos hallazgos que ofrecen una sugestiva estampa de los saltillenses. Que de pronto nos pusiéramos de acuerdo para describir y escribir en la ciudad pensamientos como algunos de los aquí consignados, sería muy interesante. Algo que nos hiciera sentirla y hacerla sentir a los ojos de los demás. Ante la mirada de aquellos que nos visitan. Y frente a un futuro. Dejar una huella sobre los afanes y los trabajos, nuestros pensamientos y sentimientos. Un Saltillo al cual poder descubrir en bajorrelieves, confeccionando imágenes o inscripciones en muros y banquetas, dotando a la ciudad de un rostro singular y poético.