Siluetas del Ateneo Fuente. Los ateneístas de hace una centuria / 4
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Quirino Esquivel, otro interno del colegio, se jactaba de ser el más valiente de la escuela, puesto que era el único que alguna noche se escapaba del edificio con la complicidad del portero
Don José García Rodríguez fue desde muy joven miembro de la Junta Directiva de Estudios del Ateneo Fuente de Saltillo. Después fue director de la institución por muchos años, en tres ocasiones distintas a partir de 1902. Entre su obra en prosa, de estilo costumbrista, dejó para la posteridad el relato de algunas anécdotas de alumnos y maestros de la época del antiguo edificio frente a San Francisco. Cuando don Pepe falleció en 1948, era el director. En uno de sus dos libros de anécdotas, “Entre Historias y Consejas”, recogidos en sus “Obras Completas”, UAdeC, en donde vemos reunido al novelista, narrador y exquisito poeta, que dedica sus versos a Saltillo, la sierra de Zapalinamé, las ventanas de palo y los caracoles que, según lenguaje pactado previamente, invitaban o rechazaban al novio a platicar esa noche, reja de por medio, claro está.
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En un texto que don Pepe tituló “Remedio Suficiente”, narra que los estudiantes le impusieron al dormitorio más amplio del colegio el nombre “El Capitolio”, porque construido en un promontorio del terreno, era un poco más alto que el resto de las construcciones y había que subir unos escalones para alcanzar la entrada. Dicho dormitorio se ubicaba en el ala sudeste de los corredores, hacia la esquina que hoy forman las calles De la Fuente y Guerrero, y era un salón de dos naves, divididas al centro por recias columnas de madera. Las camas se alineaban en cuatro filas, dos sobre los muros y dos a lo largo de las columnas, y entre ellas sólo había espacio para un buró, un baúl y una silla. Debajo de cada cama había una bacinica de peltre.
Cuenta don Pepe que uno de los ocupantes del Capitolio era Cándido Daniel, un estudiante de Leyes, originario de algún pueblo fronterizo del estado. Cándido era un joven moreno, grueso y de poca estatura, pero muy ágil, ingenioso y jovial. Cándido les ponía los apodos a los compañeros y era el autor de las travesuras más divertidas. Acrecentó su fama una ocurrencia que les cayó muy bien a sus compañeros. Cuando nadie se daba cuenta, sustrajo de la despensa tres pilones de azúcar, dos docenas de botellas de vino tinto y una buena cantidad de canela, las vació en la fuente del patio y acabó de llenarla con agua. Luego puso un anuncio invitando a los estudiantes a tomar un delicioso vaso de sangría directo de la fuente. Todos se apresuraron a reclamar el suyo.
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Quirino Esquivel, otro interno del colegio, se jactaba de ser el más valiente de la escuela, puesto que era el único que alguna noche se escapaba del edificio con la complicidad del portero. Cándido decidió jugarle una broma para poner a prueba el cantado valor de su compañero. Una noche que lo vio salir, cogió una hoja de lata y se trepó a uno de los frondosos fresnos del patio junto al corredor, y esperó allá arriba en silencio. Cuando oyó que Quirino regresaba de su paseo, a eso de la medianoche, desde su altura y escondido entre las ramas, Cándido empezó a exhalar quejidos lastimosos y con la hoja de lata hacía un espantoso ruido, como si estuviera afilando un cuchillo. El paseante se detuvo extrañado, escuchó con atención y luego echó a correr despavorido, hasta que llegó jadeando, muy pálido y sudoroso, a su dormitorio. Cándido Daniel era muy ocurrente. Su familia le enviaba periódicamente jamoncillos, nogadas y charamuscas de su tierra. Aquellos dulces despertaban el antojo de sus compañeros, y aunque los guardaba en su baúl, sus vecinos de dormitorio siempre lograban sustraerlos. Un día, harto ya del asunto y después de mucho pensarlo, encontró la solución que necesitaba: colocó las golosinas dentro de la bacinica y la puso sobre el buró. Santo remedio. Resguardados en aquel sitio, sus dulces nunca más volvieron a sufrir un asalto.
Cándido Daniel Ibarra, estudiante de los cursos de Jurisprudencia en el Ateneo en 1894, logró terminar sus estudios. Su nombre aparece en la “Lista de Escribanos Públicos o Notarios en el Distrito del Centro, concretamente en Saltillo” que publicó en 2011 la historiadora María Candelaria Valdés Silva en su libro: “La escolarización de abogados, médicos e ingenieros coahuilenses en el siglo XIX. Una promesa de futuro” (UAdeC, Plaza y Valdés Editores).