La estrategia de seguridad del nuevo Gobierno Federal descansa en la dupla de Claudia Sheinbaum-Omar García Harfuch. Sus posibilidades de éxito dependerán de la coordinación con las fuerzas armadas, con los y las gobernadoras, y con los servicios de inteligencia de Estados Unidos.
Llegan decididos a replicar en todo el país lo hecho en la capital. Esto supone, entre otras cosas, la neutralización de los grandes capos, en especial de los más violentos, apoyándose en trabajo de inteligencia y en unidades de élite que por ahora están bajo el mando del Ejército, la Marina y de los y las gobernadoras de algunos estados.
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El punto de partida de la dupla es la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) que cuenta con tres piezas clave: el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) con seis Centros de Fusión de Inteligencia (uno nacional y cinco regionales bajo el mando del Ejército y la Marina), la Plataforma México con sus equipos de cómputo repletos de información sobre los criminales y las Mesas de Coordinación para la Construcción de la Paz en donde se coordinan las políticas de seguridad de las 32 entidades y los 266 centros regionales. Impresiona el poderío del Estado; preocupa su estado cuando se contrasta con el costo humano: 235 mil 722 personas asesinadas o desaparecidas y con el despliegue territorial de los criminales.
¿Terminarán los años de vaca gorda para los delincuentes? Eso depende de que la SSPC subsane su carencia de una fuerza operativa. La Guardia Nacional está administrada y operada por la Sedena y se ha hecho un nombre por lo aparatosa e ineficaz. Los 119 mil 214 efectivos desplegados por todo el país son como tigres encadenados por la reticencia presidencial a usar la fuerza (para él lo fundamental es atender “las causas”) y la tendencia de los altos mandos de la Sedena a intervenir lo menos posible para no manchar la imagen institucional.
Así pues, las principales incógnitas del sexenio están en la coexistencia entre instituciones civiles y militares y en la reactivación de la Guardia Nacional. En el trasfondo está la competencia entre civiles y militares. Si García Harfuch ejemplifica la opción civil-policíaca, ¿es acaso posible que los militares le pongan una que otra zancadilla para evitar éxitos potenciales que pondrían en entredicho el poderío militar?
Un indicador bastante preciso del forcejeo es el origen de quienes ocupan las secretarías de seguridad de las 32 entidades. De acuerdo con el Seminario sobre Violencia y Paz de El Colegio de México, este mes 15 estados gobernados por Morena tienen mandos militares; el resto son civiles.
Esto conduce a la posible complicidad de gobernadores y gobernadoras con el crimen organizado. Entre los más mencionados está el de Sinaloa, Rubén Rocha Moya, que encabeza la cumbre de la lista del oprobio desde la famosa carta de Ismael “El Mayo” Zambada; ese tizne no lo borra ningún arrumaco mañanero. También se habla mucho del potosino Ricardo Gallardo y de Cuauhtémoc Blanco, fotografiado con capos morelenses y amplia sonrisa.
Dejo para el final la colaboración de las agencias estadounidenses que operan en México. Según reportajes no desmentidos del Wall Street Journal, el nuevo protagonista es la Oficina de Investigaciones de Homeland Security. Creada en 2010, los especialistas la consideran un “auténtico mamut” que está desplazando a la DEA y la CIA en algunos países. El diario dice también que dicha agencia estableció una relación de trabajo muy estrecha con la dupla Sheinbaum-García Harfuch en la capital para combatir al crimen organizado.
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Con este bosquejo ofrezco a los lectores de esta columna un atisbo incompleto sobre la inmensidad de las complicaciones que enfrentará la dupla que está dando los últimos detalles a su estrategia de seguridad, misma que empezará a implementarse a partir de octubre. Enfrentará cárteles criminales dispuestos a defender a sangre y fuego un poder que se incrementó durante un sexenio dominado por las intuiciones y ocurrencias presidenciales.
La tarea de quienes estudiamos el principal problema nacional será la documentación y evaluación de una dupla cuya estrategia funcionó en la capital. Imposible anticipar si tendrán el mismo éxito en otras entidades y regiones, pero vale la pena monitorear sus esfuerzos.
Colaboró Sebastián Rodríguez