Vieja trova santiaguera
Cuando el general analfabeta Jean-Jacques Dessalines ordenó el exterminio de la minoría blanca que aún quedaba en Haití, los terratenientes isleños abordaron las goletas rumbo a Santiago de Cuba, distante poco más de 300 kilómetros. Con ellos llevaron a sus esclavos de quienes se valdrían para cultivar la fértil tierra del oriente cubano, cuya capital era Santiago.
A finales del siglo XIX Santiago de Cuba era un centro cosmopolita de 50 mil habitantes, poblado por franceses, españoles —Gallegos y Canarios—, criollos, y africanos —45% de los 50 mil eran negros. Además de hacer florecer la caña de azúcar, el tabaco, el café, e instalar apiarios por centenas, los esclavos africanos cultivaron la música.
A la Tumba Francesa, el merengue haitiano o la canción vudú, géneros musicales de origen afrohaitianos, se sumó el fandango, y el pasodoble español, la ópera italiana, la contradanza francesa y la española, que con el tiempo devino, por una parte, en música bailable, como el danzón, y por otra parte en cantos lastimeros como la vieja trova santiaguera.
Cantos líricos, expresivos y emocionales anímicamente muy emparentados con los spirituals negros de las Sea Islands, o los cardenches coahuilenses, que encontraron su salida a través de la guitarra y la voz. Una forma menos rústica de la trova santiaguera la encontramos en la Habanera, composición lenta, de melodía plana, más bien lánguida, de compás cadencioso, que escaló senderos académicos, desde que el español Sebastián Iradier escribió La paloma, posicionándose como niña mimada en los pianos de Bizet, Debussy, Ravel y otros románticos tardíos.
Los viejos trovadores santiagueros eran más bien campesinos autodidactas, con sangre africana en las venas, que le componían descorazonadas canciones al amor, la vida cotidiana, la naturaleza, la pobreza. El trovador representativo por excelencia de estos aires dolientes fue Sindo Garay (1867-1968). Perfecto analfabeto musical —Sin-do, se decía él—, fue el genio intuitivo que fijó las normas del género: melodías líricas, unificación de estilos —merengue, guajira, son, habanera...—, letras metafóricas, —ahí está La tarde—, y uso de la guitarra como instrumento base. Insisto: sin conocer la existencia de las herramientas compositivas, Sindo Garay construyó un universo musical sustancialmente lírico valiéndose del, por ejemplo, rayado de las cuerdas de la guitarra para cerrar las frases musicales, uso —y a veces “transgresión”— de la base rítmica, formalización de la segunda y la tercera voz. Escúchese, por ejemplo, Perla marina, en la versión del trío Los trovadores para apreciar en todo su esplendor el ensamble de voces.
Siendo Sindo hijo de campesinos paupérrimos, pronto aprendió dos cosas. La primera, que a través de la música se podían decir más cosas que a través de las palabras, ya que en su casa se reunían amigos de la familia en torno a “Descargas” de tono nacionalista y rebelde. A esas descargas —cánticos sobre base rítmica afrocubana acompañadas por complejos patrones percutivos—, acudían cubanos de ideas independentistas, quienes cantaban a la libertad. El segundo aprendizaje fue tocar la guitarra. De oído. A sus caribeños 12 años pasó a enamorarse y como única respuesta a la pulsión compuso una cuarteta a la que llamó “Sindada”, y que bien que mal, cantó a su amada. Sin embargo, no fue sino hasta los 16 que aprendió a escribir, con el único fin de contestar una carta de amor a una moza tan fermosa, diría el marqués de Santillana.
A pesar de las carencias técnicas musicales, Sindo Garay compuso más de 600 obras, de casi todos los géneros y estilos populares. Fue árbol de una descendencia musical fructífera de la que emergen las más variadas ramas. Por una parte, está Carlos Puebla, con su producción social y política; Miguel Matamoros y su trova romántica picaresca; la vertiente bailable con El bárbaro del ritmo Benny Moré a la cabeza, don Compay Segundo, Elíades Ochoa —qué discazo es Elíades Ochoa y el cuarteto Patria, de 1999—; Los jubilados —por favor no se pierdan su álbum Cero farandulero, del 2000—... y aquí le podemos seguir. Estos herederos de Sindo Garay, que brotaron por toda la isla, generaron que la trova cambiara el apellido Santiaguera, por el de Trova cubana, como así lo conoció Occidente, hasta la llegada de La Nueva Trova, con Silvio, Pablo & Co, de quienes hablaremos en una siguiente entrega.