Violencia en las aulas
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Hace días el país se vio conmocionado por una noticia que circuló en medios impresos y electrónicos en México: “Alumno apuñala a su maestra en plena clase”
Hace días el país se vio conmocionado por una noticia que circuló en medios impresos y electrónicos en México: “Alumno apuñala a su maestra en plena clase”, señalaban los encabezados, y acompañaban las notas con fotografías y videos de seguridad que mostraban la agresión.
En estos se puede observar a un chico de pie frente al resto del grupo en un aula, y a su lado, la docente sentada en su escritorio. De pronto, la docente se levanta y camina frente a él hacia la salida, y en este momento, el jovencito se abalanza sobre ella y asesta varios golpes con su mano sobre la espalda de la docente. Aunque no se alcanza a apreciar, todas las versiones indican que en la mano el adolescente agresor portaba una navaja y con ella produjo lesiones a la Maestra, que ya reportan fuera de peligro.
Lo que no se puede observar ni escuchar en el video, es el contexto de cómo ocurrió ese evento y qué fue lo que provocó esa reacción violenta. Aparentemente, la docente se refería frecuentemente al chico de manera despectiva por su origen geográfico y por su condición socioeconómica. En las últimas versiones, estudiantes de la misma clase narran que el chico tenía sus tenis rotos, y le pidió a la maestra su grapadora para enmendarlos. La docente hizo mofa del chico y aparentemente lo último que le dijo antes de la agresión fue “aparte de feo, pobre”.
Quiero ser enfático en esto: No hay justificación alguna para una agresión violenta de una persona hacia otra, y lo digo en ambos sentidos. La presencia de un arma en un aula es inaceptable, que un estudiante agreda a otra persona sin importar la provocación es inaceptable. Sin embargo, y si lo que se narra es cierto, es también inaceptable que una docente agreda en esos términos a sus estudiantes, especialmente, cuando las aulas deberían ser un espacio seguro en todo sentido.
Que la conducta de la docente sea reprobable no aminora la gravedad de la agresión del muchacho, aunque sí la contextualiza. Es decir, traten de recordar cómo eran ustedes a los 14 años, imaginen que viven en un contexto empobrecido, que sufren de agresiones y discriminación de manera recurrente en su salón de clases y, peor aún, por vía de la persona que debería protegerles de dichas agresiones en ese espacio. Imaginen que por algún motivo, probablemente relacionado con otras violencias en su contexto, llevan consigo un arma. Imaginen ser agredido otra vez, otro día más de dolor en el aula, frente a todo el grupo de tus pares; imaginen ser llamado “feo y pobre” en ese escenario, cuando tu pobreza es evidente en tu vestimenta, la cual estás pidiendo ayuda para remendar con una grapadora.
Imaginen las emociones que ebullen ante tal ofensa y humillación, en el cerebro inmaduro de un adolescente, cuya corteza prefrontal no está bien desarrollada y no tiene aún una buena capacidad de gestión de esas emociones.
¿Esto exime de culpabilidad a un joven que responde de manera violenta asestando puñaladas a otra persona? Yo creo que no, de ninguna manera. Y si cambiamos el enfoque de asignación de culpas a asunción de responsabilidades, la responsabilidad de este dramático evento es compartida: La comparte el estudiante, la comparte la docente, la comparte la institución que permitía abusos y violencias desde la docente hacia sus estudiantes de manera recurrente.
Hay que recalcarlo hasta más allá del hartazgo: No hay espacio en las aulas para docentes que violentan estudiantes de ningún modo. La letra con sangre no entra.
Una reforma educativa de fondo, requiere de una reforma magisterial de fondo. Mientras sigamos viendo en la cotidianeidad casos en los que docentes violentan estudiantes de manera sistemática, seguiremos criando personas para reproducir contextos de violencia, y nunca tendremos los resultados educativos ni sociales que deseamos para el México que queremos ver.
La mayoría de las personas docentes en México no violentan a sus estudiantes, sino todo lo contrario, se comprometen plenamente con su desarrollo sano y pleno. La mayoría de las personas estudiantes en México no violentan a sus docentes tampoco, ni portan armas a la escuela. Un adolescente que agrede a una persona en el aula con un arma es una tragedia en sí misma, pero además, porque es el síntoma de todo lo que falló en nuestra sociedad para que eso ocurriera; una persona docente que violenta a sus estudiantes en el aula de manera sistemática y reiterativa, es una catástrofe intergeneracional para toda una comunidad.