Xavier López ‘Chabelo’. ‘En Familia’ y el legado del Amigo de Todos los Niños
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Estábamos en Los Ángeles y gracias a un golpe de suerte terminamos en la fila para asistir a la grabación del “late show” de Jimmy Kimmel, que se transmite cada noche de lunes a viernes por ABC y que, aunque se presume “Live!”, en realidad se graba unas horas antes, eso sí, ante una audiencia de la que ese día nos tocó formar parte.
Como comunicólogo mi fascinación era el doble que la del público promedio, observando cómo cada elemento de la producción está al servicio del lucimiento del anfitrión. Todo estaba tan calculado que, aunque se nos advirtió sobre la posibilidad de repetir alguna toma, no hubo ninguna necesidad. El monólogo le salió de una pieza al también anfitrión del Oscar; las inserciones pregrabadas entraron perfectamente sincronizadas para provocar las reacciones esperadas; las dos entrevistas fluyeron sin un sólo momento incómodo; y la banda invitada ofreció un miniconcierto impecable al finalizar el show.
Constituyó un curso rápido, completo e intensivo sobre cómo producir entretenimiento de calidad, lo cual requiere básicamente dos cosas: una mesa de 20 escritores talentosos y tener como productor a un verdadero hacedor de milagros que sea capaz de hacer caminar a los lisiados y de hablar con los animales. Con eso y un presentador carismático, la producción ya camina solita (sarcasmo).
Pero recordé hace poco que no era la primera vez que desentrañaba yo los secretos de la televisión. Un buen día, hace mucho tiempo (tendría yo unos seis años), me despertaron a eso de las 4 de la mañana.
¿Estará temblando?, pensé. Nada de eso, nos vistieron y acicalaron para salir de paseo inusualmente temprano, pero a mí nadie me dijo a dónde.
Llegamos a hacer una larguísima fila afuera de los estudios de Televisa y ya medio entendí de qué iba la cosa. Me quedé alucinado y flechado cuando vi a una de las míticas edecanes en sus “chiquichores” pasar junto a mí. Y creo que todavía no lo supero.
Luego, vi corriendo a una figura conocida que se aproximaba hacia nosotros. No se emocione, era el Payaso Cacha Kuaz que al parecer coordinaba la logística de ingreso, antes de iniciar él personalmente las transmisiones del canal al grito de “¡Buenos días!”, (respuesta) “Este es su programa En Familia Con....” (respuesta atronadora).
Xavier López apareció y naturalmente se desató la locura. Le recuerdo que eran los años 70, no había redes sociales viralizando a cualquier imbécil, ni celebridades de petate abaratando el concepto de la fama desde el YouTube. Salir en la TV confería un estatus casi de realeza. Aquello era como estar frente a un profeta, o en presencia de los Beatles, atestiguando un prodigio: La televisión cobrando vida frente a nuestros ojos.
Y entonces, igual que muchos años después, pude observar cómo una producción perfectamente organizada hacía la magia entre corte y corte comercial; cambiando la escenografía y alistando los “props” para el siguiente concurso; eligiendo a los participantes, ensayando la interacción del público, haciendo el enlace con los “cuates de provincia”, sincronizando el regreso al aire con la orquesta en vivo y asegurándose de que el interventor de la Secretaría de Gobernación tuviera desde entonces la misma cara de pocas ganas de vivir que tiene Adán Augusto López.
Todo con el enorme mérito adicional de que, a diferencia de “Jimmy Kimmel Live!”, el programa dominical por excelencia sí salía al aire completamente en vivo. Punto para Chabelo. ¿A qué te supo, Kimmel? A Duvalín, con toda seguridad.
Mis hermanos volvieron a asistir tiempo después (a mí no me llevaron esa vez) y ellos sí participaron en algunos de los concursos. Perdieron miserablemente, pero cuando estuvieron de regreso en casa, en Saltillo, venían cargados de una cantidad de regalos, entre juguetes y golosinas patrocinadoras, que hacían ver a Santa Claus como un pobre diablo arrimado.
Yo sé que un niño a esa edad es impresionable, pero estoy seguro de que la dotación de productos nos duró un año antes de causarnos caries de tanta azúcar y el resto de los dientes los perdimos gracias a la bicicleta Búfalo, la patineta y los patines (no, el carro deslizador Avalancha se lo llevó algún otro niño todavía más afortunado).
No me imagino si mis hermanos hubieran ganado el primer premio, probablemente todavía estaríamos bebiendo Choco Milk y comiendo palanquetas Mafer.
Chabelo era un mito omnipresente, pues lo veíamos entre semana haciendo comedia en algún programa de variedades nocturno; quizás el sábado en alguna película, y el domingo en vivo prodigando auténticas fortunas que sólo se pueden entender poniendo en perspectiva el poder adquisitivo del mexicano promedio de aquel entonces.
Por estos días, he escuchado y leído incontables testimonios que repiten la misma rutina, que era la mía propia: Gente hoy de mediana edad que recuerda cómo de niños madrugaba para irse a la cama de sus padres para ver con ellos el programa de Chabelo, volviendo así el nombre de la emisión una afirmación verdadera: “En Familia”. Si eso no creaba vínculos y las más cálidas y entrañables memorias, entonces nada lo haría posible
Y así, cualquier cantidad de millones de mexicanos que usted me diga, se divertía inocentemente viendo cómo Chabelo volvía loco de contento a un chiquillo más allá de sus más delirantes sueños, o cómo le mejoraba la vida a alguna familia por cortesía de Muebles Troncoso, no sin antes sacarle a todos primero una buena dosis de carcajadas. Y ello está bien, el mejor obsequio que don Xavier le pudo dar a su país fue el cotidiano prodigio de la risa y por ello le decimos hoy ¡Gracias, Chabelo!
Chabelo era una institución: comediante, animador, cantante, actor, comunicador. Xavier López, en cambio, era el productor y administrador de este patrimonio que si bien condujo como una verdadera empresa, lo hizo siempre con un gran sentido de la responsabilidad social.
Su trayectoria es irreprochable y naturalmente México le lloró este primer domingo cuando ya no contó con la presencia de uno de sus hijos predilectos.
Chabelo, ese hombre maduro haciendo el papel de niño para nuestro regocijo, nos dio con su concurso estrella, “La Catafixia”, una valiosa enseñanza de vida: Que a veces podemos perderlo todo por ir en pos de un capricho tonto. Y también, que no importa qué tan mal se vean las cosas, siempre hay una posibilidad de cambiar para empeorarlo todo.
Me recordó mucho a ese otro señor maduro que hace rabietas infantiloides en su programa matinal y que está empeñado en catafixiarnos el país que ya teníamos por una versión suya infinitamente más jodida.
¡Aguas con ese viejo, que es cualquier cosa, menos nuestro cuate!