Xóchitl, el fenómeno que consolidó AMLO y que pone en evidencia a Morena

Opinión
/ 11 julio 2023
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Eso de que a uno le llamen fenómeno está muy bien, por ejemplo, en el ámbito del futbol: “¡Sos un fenómeno, che! ¡Groso! ¡Tirá a gol! ¡Tirá, la concha de tu madre!”. (Sí, por alguna razón suena mejor en argentino).

Pero que nos llamen fenómeno en la secundaria o en el circo, pues como que ya no resulta tan atractivo.

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En política, pues... Todo depende, ya que no es lo mismo decirle fenómeno a Layda Sansores (que más que fenómeno parece un milagro surgido del taller de marionetas y animatrónicos de Jim Henson) que usar el mismo término para referirnos a Xóchitl Gálvez, a propósito de su irrupción en la contienda rumbo a las candidaturas por la sucesión presidencial del próximo año.

En una escena política que parecía completamente dominada por las corcholatas presidenciales, es decir, el juego de las sillitas locas arreglado por el Tlatoani de Macuspana, la aparición súbita de cualquier personaje no invitado por el propio Mandatario le gana en automático la categoría referida.

Hay que ser honestos: es muy prematuro aún para considerar a doña Xóchitl como materia presidenciable, lo notable es la sobrerreacción que ha provocado en el líder del cuatroteísmo y en todo su movimiento, pese a que no dejan de regatearle méritos y relevancia.

Si hay alguien detrás del proyecto de la señora Gálvez (ya sea Claudio X. González, Darth Vader o el Doctor Wagner), dudo que ninguno de ellos la haya podido hacer crecer tan orgánicamente como lo hizo el propio Presidente desde que le negó a la panista (desobedeciendo un mandato judicial, desoyendo a la Ley) el derecho de réplica en la mañanera.

Luego, los embates de la batería de moneros de a peso de El Chamuco y los denuestos de los opinólogos del régimen, terminaron de consolidar el perfil de Xóchitl Gálvez como probable contendiente.

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Y ya le digo, la señora no me parece una política especialmente colmilluda o experimentada como para una campaña de la envergadura (jijiji) que se nos avecina. Pero es apenas lo suficientemente tesonera, carismática y libre de escándalos como para evidenciar dos cosas sobre el Movimiento de Regeneración Nacional.

1. Que los precandidatos o corcholatas del oficialismo también andan con el mínimo. Sobre todo la corcholata ganadora, la consentida de su profesor, Claudia “guiñol” Sheinbaum. Es tan pobremente articulada, tan anticarismática (es incluso repelente), provoca tanto cringe cuando quiere caer bien que alguien como Gálvez −que insisto, no es ninguna contendiente de categoría Triple AAA− le anda tundiendo a la pobre exjefa de gobierno, tanto en el ring de las simpatías como en el cuadrilátero de las discusiones.

Y advierto: Quizás sea Sheinbaum una persona mucho más elocuente de lo que demuestra, pero está tan condicionada, tan acotada por el discurso del Mandatario del que no se puede saltar ni una sola coma, ni una sola pausa dramática, que a la hora de hacer cualquier declaración es básicamente una pobre tartamuda con taras mentales.

2. Xóchitl, en este par de semanas, también demostró que la patente del origen humilde, del indigenismo y del pueblo luchón no son de ninguna forma exclusivas de Morena, de la 4T, ni de su líder Andrés Manuel López Obrador.

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Le ha costado mucho a los detractores de Gálvez desacreditarla en sus orígenes autóctonos y no es que no lo hayan intentado.

Pero sobre todo, ha sido el propio Presidente el protagonista de la argumentación más visceral en contra de la aspirante opositora. Con toda esa maldita sorna de la que hace gala en su show matutino, AMLO se “río” con mala entraña de que Gálvez se transporte en bicicleta, o que en algún momento de su vida haya sido vendedora de tamales.

Y no es que el Presidente la desacredite por ello desde una postura clasista (como tontamente dicen algunos), sino que la reprueba como supuesta táctica populista. Y se ve en sus ojos y se percibe en su tono de voz que le cae como patada en los macuspanos que alguien más usurpe los atributos de humildad y de identificación con el pueblo que él, en toda su soberbia, pensaba que eran de su invención, propiedad y uso exclusivo.

“¡Cómo es posible que alguien aluda a su pertenencia a la base social, a la clase trabajadora, como argumento político, si esa es mi Marca Registrada!”, exclama AMLO y procede a reírse, ya le digo, con una sorna infantiloide que da vergüenza y mancha la investidura.

Él, que en una demostración patética de falsa humildad enseñaba los 200 pesos de su cartera; él que viajaba en Tsuru; él que come en fondas, viste guayaberas y habla en dichos del refranero, no soporta ahora a alguien porque vendió tamales, viaja en bici y viste huipiles, porque nadie fuera de su movimiento puede ser auténticamente mexicano, indígena o de orígenes modestos.

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Eso sí, reconozco que AMLO llegó a dominar esas muecas populistas al grado que parecían ser de su invención e hizo de esa “reivindicación” de las clases populares la justificación de su movimiento, la noción del pueblo contra las castas de privilegio.

Así que tras dedicarle tres o cuatro días en su revista matinal, regatéandole a su adversaria los atributos que sólo puede tener él y aquellos que renacieron en su fe, el iracundo y visceral niño-abuelo que nos desgobierna terminó por consolidar la precandidatura de Xóchitl Gálvez.

Le repito, aún es prematuro para considerar seria contendiente a “doña Xo”, eso se verá en los meses subsecuentes; lo importante de momento es lo que ella desnuda con un par de simples pronunciamientos: Que la candidata favorita del dedazo no soporta ni la mínima comparación con un perfil de peso medio; y que la adscripción al pueblo, a las raíces prehispánicas, a las clases modestas y a la mexicanidad no son ni han sido jamás prerrogativas de Morena, de la 4T, ni de su basilisco líder pejelagarto.

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