Y ahora un cuento para niños o para no tan niños

Opinión
/ 18 octubre 2024

La palabra mierda, harta de significar lo que significaba, se acercó un día a las oficinas del diccionario y pidió hablar con una persona responsable. Salió un hombre mayor, con barba y expresión de fastidio.

−¿Se puede saber qué te ocurre?— preguntó.

Que llevo mucho tiempo significando lo que significo y me apetece significar otra cosa —respondió mierda.

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−Si las palabras pudieran significar lo que quisieran —objetó el funcionario—, la vida sería un caos. Imagina que tú, desde mañana, empezarás a significar milhoja de nata porque así lo han decidido las autoridades gramaticales. ¿Qué ocurriría?

− Pues que la gente entraría en las pastelerías y pediría con toda naturalidad media docena de mierdas.

− Quebrarían las pastelerías. ¿O crees que la gente se comería unos dulces con ese nombre?

− No sé si se los comerían o no. Lo que yo le planteo es una cuestión de justicia. Míreme bien: ¿hay algo en mí que me obligue a significar caca?

− La verdad es que no —tuvo que admitir el experto—. La relación entre las palabras y las cosas que nombran las palabras es arbitraria.

− O sea, injusta.

− Dilo como quieras. Lo cierto es que tú, en otras circunstancias, podrías haber significado perfume, por ejemplo. Pero no me lo reproches a mí. Yo soy un mandadero —respondió el hombre iniciando la retirada.

− ¡Váyase usted a la mierda! —le gritó mierda.

El anciano regresó. Dijo:

− ¿Comprendes ahora lo importante que eres? Al mandarme a la mierda, has logrado conmoverme porque, por un lado, he comprendido tu drama y, por otro, me he dado cuenta de que, a diario, es más la gente que se va a la mierda que la que va a la oficina.

A mierda, que siempre había pensado de sí misma que le faltaba un tornillo por ese deseo suyo de ser otra, le encantó de repente ser quien era y decidió entonces que era muy bueno querer decir algo cuando había tantísimas palabras que no querían decir nada.

En la vida, todos tenemos momentos en los que deseamos ser algo diferente, escapar de lo que nos ha sido asignado o de lo que creemos que somos. La palabra “mierda”, en esta historia, es el claro ejemplo de ese dilema existencial que todos enfrentamos en algún momento: la necesidad de rebelarnos contra nuestro destino, de cuestionar lo que la sociedad o el azar ha decidido por nosotros.

Y es que, al igual que “mierda”, muchas veces nos sentimos atrapados en etiquetas o significados que no hemos elegido. Nos preguntamos si podríamos ser algo más elegante, más sofisticado, tal vez algo más “apetecible”, como una milhoja de nata. Pero en esa lucha por cambiar, olvidamos que lo que somos tiene un propósito, aunque no siempre lo veamos.

Lo más curioso de esta historia es que cuando “mierda” se atreve a cuestionar su rol, encuentra una nueva perspectiva. Descubre que, aunque parezca insignificante o desagradable, es fundamental en el lenguaje y en la vida cotidiana. ¿Cuántas veces no hemos recurrido a esta palabra para expresar frustración, sorpresa o hasta para darle humor a una situación difícil? A veces, el valor de lo que somos no está en lo que representamos, sino en cómo afectamos al mundo que nos rodea.

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La clave aquí, queridos lectores, está en la aceptación. No se trata de resignarse, sino de entender que incluso lo que creemos menospreciado puede ser vital. Así que, cuando se sienta como una “mierda” (en el sentido figurado, claro), recuerde que hasta la palabra más humilde puede ser crucial en el universo. No todas las palabras quieren decir algo, pero las que lo hacen, tienen la capacidad de transformar realidades.

Al final, como “mierda”, nos damos cuenta de que la autenticidad, por más incómoda que parezca, es una fuerza poderosa. Y en un mundo donde todo el mundo aspira a ser algo refinado y perfecto, tener la valentía de ser lo que realmente somos, con todas nuestras imperfecciones, puede ser liberador. Después de todo, hay demasiadas palabras que no significan nada, y en esa simple verdad, está nuestro poder. Pero al fin y al cabo, esta es solamente mi siempre y nunca jamás humilde opinión. Y usted... ¿Qué opina?

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