Anna Ciocchetti da el banderazo al teatro presencial en CDMX
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La noticia no podía ser mejor: El teatro está de vuelta, la tercera llamada se hace escuchar, el telón se baja y aunque las butacas fueron sustituidas por una terraza, con Susana Distancia, la obra "Las 4 Estaciones" se roba los aplausos y su elenco se lleva una ovación de pie
Seguimos en pandemia, pero el escenario no podría ser mejor: Las paredes del teatro fueron cambiadas por árboles que se mecen con las bocanadas de aire fresco que se agradecen en pleno verano, las butacas son mesas de madera que sostienen cervezas burbujeantes que se mezclan en un tarro con clamato, copas de vino tinto que trae los aromas de la coahuilense Casa Madero, bocadillos que te hacen chuparte los dedos y además no hay telón. En esta hermosa terraza en la colonia Condesa en la Ciudad de México todos somos testigos de la mesa principal, esa que está ocupada por Arturo (interpretado por Alberto Lomnitz) con toda la pinta de intelectual, morral incluido, que muy concentrado lee un libro que dan ganas que recite en voz alta.
Digamos que en este espacio de ensueño todo era salucita y jí-jí-jí y já-já-já, que los ahí presentes no sabíamos de tristezas, ni de lágrimas ni nada, hasta que llega Susy (interpretada por Anna Ciocchetti). Se trata de una mujer torbellino, una rubia que es imposible no ver: Grandota, gritona, imponente, con una hermosura distinta, no es la típica rubia de telenovela, ella tiene ese plus que hace que desde que entra, no dejes de seguir sus pasos, de aterrizar en sus ojos oceánicos, de imaginar que ríe contigo, que te cuenta intimidades y hasta te grita tus verdades a la menor provocación.
Pero vamos a darnos el permiso de ponernos cursis por un momento. ¿Recuerdan ese tema de Pandora que dice algo más o menos así?: “Qué sorpresas da la vida/Encontrarte en plena calle/Fue una chispa en mi equilibrio/Dinamita que estalló”. Pues que me perdone Chéjov, pero desde el arranque de esta obra, este tema rondó mi cabeza como una maldición y se convirtió en el mantra de este delicioso drama dirigido por el talentoso Carlos Corona. Un hombre, que, como "El Padrino" de Coppola, vigilaba a la distancia que todo marchara bien, que nada se saliera del guión. De vez en cuando van y le susurran cosas, y él asiente o rechaza los pedidos (imagino que habla con ese tono tan particular de Vito Corleone).
Y es que apenas hace su entrada triunfal Anna y la obra se convierte en eso: En el encuentro de dos amigos, compañeros, dos colegas que tiene tiempo de no verse y que tienen mucho que contarse, tanto que poco a poco se vuelve un choque de sparrings profesionales. No hace falta decir mucho, las diferencias saltan a la vista: Susy con las llaves de su Mercedes Benz en mano, en el brazo lleva colgada una bolsa Louis Vuitton, una bata con estampado barroco ¿acaso será Versace? Arturo trae un morral de lana, libro en mano, le faltó la boina calada al estilo del Ché, pero sí porta una cazadora que parece de segunda mano, zapatos gastados y lentes de pasta.
¿Y qué une a esta pareja tan dispareja? El amor por el teatro, la seducción por ese maleficio llamado arte: Él, no por nada lleva el mote de “maestro”, es especialista de la palabra, un creador de personajes, de seres enigmáticos que su dramaturgia dota de alas, pero también andan al ras del suelo y los vuelve humanos, demasiado humanos y por tanto entrañables. No por nada sus piezas arrancan aplausos y ovaciones. Sin embargo, esos seres de ficción no están tan alejados del autor. En muchos sentidos es un paria, un hombre que fue a dar a la cárcel, que fue víctima del escarnio público y el cotilleo, pero al final de cuentas su talento lo salva, y quienes lo rodean saben que su pluma no se arrastra por el papel en vano.
Ella fue a la misma escuela de actuación que él, soñaron juntos, montaron a los clásicos, leyeron a las vacas sagradas, pero su talento estaba más en la formación de nuevos valores. Creó una escuela de actuación y eso le ha permitido llevar el estilo de vida que lleva: Tiene asistente 24/7, realiza un festival anual, tiene contactos, es una mujer entrona, todo terreno, que ha dedicado su vida a darle forma a su sueño de mantener vivo el arte de subir al escenario y si de paso gana algo de dinero, pues qué chulada de profesión, en palabras llanas, digamos que a Susana no se le duerme, es una Miranda Priestly del teatro independiente.
El encuentro entre ambos empieza casual, pero como no queriendo la cosa, va subiendo de tono. Susy lo invita a formar parte del festival de sus escuela de actuación en donde se presenta lo más "avant garde" del teatro contemporáneo y requieren una charla de un autor nacional que tenga peso, credibilidad y el reconocimiento de los que saben el teje maneje de este arte que hace magia cuando se anuncia la tercera llamada, tercera.
Hasta aquí, no les estoy revelando la parte medular de la trama, todo camina con cordialidad. Pero Arturo insiste en por qué el festival que Susy organiza no cuenta con obras de los alumnos de su escuela de actuación, es más le propone darle seguimiento al talento egresado y las cosas empiezan a patinar cuando él le exige nombres de egresados que tengan cierto renombre, que hayan cultivado aplausos y reflectores. Ella enmudece un poco, se para, se vuelve a sentar, manotea y grita y de nuevo baja la voz y toma una llamada. Ahí empieza la incomodidad, los reclamos y de pronto aparece un ring de boxeo imaginario y ahora sí, con nosotros de testigos, a ver cuál de los dos traga más pinole. Se viene lo bueno y empieza la pelea a dos a tres caídas y sin límite de tiempo. La cosa se pone tan ruda que La Arena México es Disneylandia ante los dardos verbales que se recetan este par de "amigos entrañables”.
Hay que aclarar que la hermosa cantante (alternan María José Bernal y Rocío Bernal) y el mesero (Cristian Alvarado) que tiene apariciones en la obra no podía aparecer en los mejores momentos. No solo hay música en vivo y nos recetan el soundtrack perfecto para este drama, además atienden de maravilla a los dos comensales que nos entregan lo mejor de su talento y a estos dos personajes que reflejan con precisión los demonios que nos azotan a todos los presentes en tiempos en los que la soledad no hace cuestionarnos, preguntarnos a dónde vamos, qué hemos hecho de nuestras vidas, qué sigue: ¿Vale la pena estar vivo, vale la pena librar la pandemia?
La obra se nos presenta como un menú de tres tiempos, y hasta aquí ya todos degustamos de una deliciosa entrada, las bebidas tiene que ver con el “mood” de los personajes (mesero tráigame por favor un carajillo y de paso un mojito, como el de la obra porque que ricos se ven) y con los enredos de la trama. Para este momento el plato fuerte está servido, un corte jugoso de carne norteña que “chilla” y humea de lo caliente que está, y aunque se nos cae la baba, nuestros ojos ya no están en nuestra mesa, sino en la de esos comensales: Susy y Arturo que libran una batalla de la que es difícil apartar la vista.
Y es aquí, cuando uno se pregunta, entre escena y escena, de qué material está hecha esa mujer (Anna Ciocchetti) que seduce a cada paso, a cada palabra, que te cae bien hasta cuando se pone impertinente, diva, racista y perdón por la palabra, pero encanta hasta cuando le sale lo culera. Arturo (Alberto Lomnitz) es mesurado, tiene a la razón de su lado, es la parte creativa, soñadora, tiene a las musas comiendo de su mano y sabe de qué pata cojean todos y así lo refleja en sus obras, en sus piezas que son una obra de arte donde el teatro se vuelve espejo y donde a veces reflejarnos, nos duele, nos hace cuestionarios, pero también nos libera y le da sentido a la vida.
El arte en una esquina con los guantes apretados, en guardia: Libre, honesto, soñador, valiente, cuestionador, en fin, un lienzo en blanco donde cabemos todos. En la otra esquina: La promotora cultural aferrada, siempre luchando con las dificultades de levantar proyectos que los que hacen dinero nunca le encuentran “utilidad”, pero también, la que porta los guantes color rosa, es un poco mercenaria, tiene que hacer el trabajo sucio y a veces se apropia del lenguaje de quienes tiene el poder, el dinero y “negrea” a los artistas que le comparten un poquito de aplausos, gloria, credibilidad y cariño.
"Las 4 Estaciones" es una obra imperdible, comienza en verano, ardiente, con sonrisas en el aire y culmina con la guerra fría entre dos personajes que, como si fueran una boa, te van enredando lentamente y cuando te quieres soltar ya te estás atrapado, vas directo a sus fauces, serás engullido, pero te vas con una sonrisa, esa que te obliga a aplaudir fuerte, a regalar una ovación a ese grupo de artistas que te muestran lo mejor y lo peor de la condición humana: La obra nos invita a replantearnos el sentido de la vida, el cuestionarnos por qué hacemos lo que hacemos, además nos pone contra la pared y nos suelta a rajatabla: ¿Eres feliz siendo quién eres?
Pero no es una obra oscura, ni tremendista, tampoco sales con la moral en rastra: Todo lo contrario, el humor negro hace que te carcajees con esa sonrisa que duele y te hace pensar, pero esta obra es en muchos sentidos luminosa, esperanzadora y te deja con la sensación que el encierro nos privó de muchas cosas, pero si algo nos salvó de él fue el arte. Ese que saca lo mejor de nosotros mismo, ese que te saca sonrisas de oreja a oreja, carcajadas estruendosas, que te hace cuestionarte, voltear el timón y luego caminar distinto. El arte en tiempo de pandemia nos abrazó, nos hizo compañía y nos dio acompañamiento cuando más solos nos sentíamos. Por eso qué bonito es salir y presenciar la magia en vivo, con las medidas sanitarias pertinentes, con Susana Distancia, pero por fin de manera presencial, como se debe gozar el teatro.
En este montaje Anna y Alberto son acompañados en escena por Cristian Alvarado y Rocío Leal, todos bajo la dirección de Carlos Corona (por cierto, director y actores principales comparten la misma agencia: MM:Agency, dirigida por Mel Mendoza). Todos ellos son los entrañables emisarios, los encargados de regresar la magia de abrir el telón de nueva cuenta y de dar el banderazo oficial a eso que tanto nos urgía: El teatro de manera presencial, así que ésta es la tercera llamada, tercera, el teatro está de vuelta y merece aplausos de pie y además tiene madrina de lujo: Anna Ciocchetti.
Obra: Las 4 Estaciones (de Edward Coward)
Dirige: Carlos Corona
Elenco: Anna Ciocchetti, Alberto Lomnitz, María José Bernal, Rocío Bernal y Cristian Alvarado
Lugar: terraza Bichi-Cori en colonia Condesa
Funciones: Jueves 7:30 p.m y Domingo 6:00 p.m